Mildred Thompson

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La película era mala. Mildred no tuvo que llegar a la mitad para saber quién era el asesino. El verdadero misterio es como le permitían la entrada a una niña de seis años que era acompañada por su padre. Que ella recordara, en la cartelera indicaba que la película era al menos para mayores de dieciséis, pero aparte de ella había visto a otros niños de distintas edades entre el público; todos ellos pegados a la pantalla y viendo un insulto a la verdadera película.

No iba a quejarse. Su padre entendía sus gustos y por eso la había invitado a algo que creyó podría interesarle, y Mildred no quiso romperle el corazón al decirle que gótico no significa precisamente ver películas de horror de bajo presupuesto con tramas tan simples que hasta un niño de cuatro podría descifrarla antes de que acabe. Además, raramente podía pasar tiempo con él fuera de casa.

El Sr. Thompson trabajaba en la construcción por las mañanas y tardes, el resto de la noche lo pasaba en las oficinas haciendo tiempo extra para poder mantener a su familia. Y su madre... Ella había muerto cundo tenía cuatro años, algo relacionado con una acumulación de sangre en su cabeza, Mildred no entendió mucho sobre ellos, por lo que había comenzado a investigar todo lo relacionado con la muerte desde entonces.

Así fue como nacieron sus intereses.

Mientras su padre trabajaba, Mildred se quedaba en una guardería o con una niñera. Pero ahora podían pasar tiempo a solas los dos juntos.

-Papá... tengo que ir al... –No terminó la frase antes de sentir como sus mejillas enrojecían, era complicado hablar de eso.

Su padre se rio un poco mientras acariciaba su cabello negro y asentía con la cabeza. –Ya que estás por ahí, compra unas cuantas palomitas más, cariño. –Le pasó un billete de diez dólares mientras la despedía.

Mildred asintió mientras guardaba el dinero y salía con cuidado para no llamar mucho la atención. No había tantas personas como se esperaba en un estreno de terror, pero supuso que sólo asistieron quienes no se molestaron en leer las críticas por internet. Una pareja en particular le llamó la atención, la luz de la pantalla le permitió ver unos cuantos mechones blancos de un niño que parecía igual de aburrido que ella, y a una niña de un cabello rizado que no dejaba de ver la película con mucha atención mientras se metía una gran cantidad de palomitas dentro de la boca.

El chico le pareció algo familiar, pero salió de su cabeza cuando dejó de verlo y se dirigió al baño.

Mildred arregló su cabello con cuidado mientras miraba su reflejo en el espejo del baño. Su cabello era de un negro azabache corto hasta la nuca y estaba arreglado de modo que cubriera su ojo izquierdo; una forma de ocultar una pequeña cicatriz que se hizo ella misma a la edad de cinco años por jugar con los cuchillos. Su padre le gritó mucho ese día. Su forma de vestir era una camisa celeste y una falda azul oscura a cuadros, finalmente unos calcetines blancos y zapatos negros. Volvió a colocar un pequeño broche en su cabello una vez terminado de arreglarse y salió del baño.

-¡Lincoln!

El grito la hice estremecerse un poco. Junto a los baños femeninos se encontraban los baños masculinos, y frente a la puerta pudo ver a la misma chica de cabello rizado de antes golpear esa puerta con fuerza mientras gritaba.

-Lincoln, ¿Qué pasa? ¿Fue por la película? –Golpeó un poco más la puerta, se le veía asustada mientras parecía decidirse si debería entrar o no. –Por favor, Lincoln, respóndeme. –Pegó la oreja en la puerta tratando de escuchar algo, y fue en ese momento que sus ojos se fijaron en ella. Mildred desvió la cabeza y se fue de ahí a paso rápido.

Eso había sido incómodo, no le gustaba mucho llamar la atención, y solía ponerse nerviosa y ocultar su rostro tras su cabello cuando los desconocidos la miraban directamente, eso y balbucear en lugar de hablar. Era un problema de timidez que le había costado ser excluida de muchos temas en la escuela o la cafetería. Suspiró mientras recordaba todos los momentos en los que había sido pasada por alto. No importa lo linda que podría verse, ser tímida era una pesadilla social.

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