Un móvil comenzó a sonar en medio de la habitación llamando la atención de los tres chicos presentes.
Rusia revisó el bolsillo de sus jeans y trató de alcanzar su teléfono sin mucha prisa. Cuando por fin lo sacó de entre un montón de facturas viejas, lo deslizó por debajo de su gorro peludito y con una voz amigable contestó.
—¿Hola?
—Hey, soy México —se escuchó del otro lado de la línea. Ciertamente se escuchaba bastante ruido de fondo, seguramente el chico estaba en la calle—, ONU no contesta su teléfono... estamos cansados de esperar, así que Argentina y yo vamos a buscar un taxi para llegar allá.
Rusia asintió con la cabeza y se quedó en silencio por un rato hasta que recordó que México obviamente no podía verlo a través de una llamada.
—De acuerdo —dijo el nórdico observando como Estados Unidos revisaba con curiosidad las facturas que había sacado de sus bolsillos—, te veo aquí entonces.
—¡'perate, no cortes! —lo detuvo el Méxicano y luego continuó con un tono de voz más relajado—, ¿de casualidad tienes algo para el dolor de cabeza? —preguntó.
—Uh, creo que tengo aspirinas o algo así para la migraña. Realmente no lo sé. Las compré en territorio brasileño y el frasco está en portugués, no puedo entender lo que dice —respondió Rusia levantándose de su silla para comenzar a caminar en círculos por la casa inconscientemente.
La verdad era que todos los países durante su crecimiento debían aprender una especie de «idioma mundial» para poder hablar con otros países sin dificultad. Rusia sólo conocía su idioma natal, ese 'idioma mundial' que le había enseñado su padre en la adolescencia... y el alemán.
—¿Me puedes apartar una ahí? —preguntó México— Argentina lleva sufriendo de la cabeza desde que se subió al avión —dijo—. Este vato no aguanta nada.
«Cerrá el orto» —se escuchó una voz distinta en el fondo junto con las risas del mexicano.
—No hay problema, puedes contar conmigo —respondió Rusia y el mexicano cortó la llamada luego de despedirse. El nórdico pudo ver como USA delante de él rodaba los ojos con fastidio y luego sacaba la lengua con burla.
—Soy Rusia, blablablá. Me gusta hacerme el buena gente, blablablá —dijo Estados Unidos moviendo sus manos ridículamente en el aire—. Así te escuchas todo el tiempo, ruso estúpido.
—¿Por qué me tienes tanto miedo?
USA se sobresaltó ante la pregunta de Rusia y borró la sonrisa divertida de su rostro para cambiarla por una mirada semi-nerviosa. Pero claro, él era el jodido Estados Unidos de América, no podía permitir que ese tipo de comentarios le afectaran al igual que la palabra 'gordo'.
—Pff, no seas ingenuo —el gringo mantuvo una buena postura y le miró con egocentrismo—, las idioteces que dices en televisión me importan un rábano. Siempre amenazándome como si fueras un mercenario. No eres más que otro país en el mapa que se cree demasiado. ¡Ah! Pero todo piensan que el verdadero orgulloso soy yo.
Rusia bajó su celular y volvió a guardarlo en sus jeans con una expresión de aburrimiento.
—Un pajarito me contó que no te gustó para nada que yo mandara aviones militares a tierra latina —comentó el ruso cruzándose de brazos relajado—. Te pusiste tan nervioso...
—No estaba nervioso, estaba enojado —se excusó USA—; me pareció muy irresponsable de tu parte hacer algo como eso. En américa tenemos reglas que defienden la paz, y tú llegas como si nada, en malditos aviones de combate sin avisar a nadie. Todos se pusieron en alerta, imbécil. México casi alista a sus tropas, Brasil llamó a medio continente para pasar el chisme y Colombia casi se muere de un ataque cardíaco al enterarse que a unos pocos kilómetros de su frontera había movimiento militar europeo.
—Mimimimi, estoy enojado. Mimimimi, si no lo autorizo yo, entonces es ilegal —se burló Rusia imitando una voz tan chillona que podría reventarte los oídos—. Así es como te escuchas tú, capitalista malcriado —y caminó hasta la cocina dejando al estadounidense realmente furioso.
Alemania, (quien estaba escuchando música con los auriculares de su celular), no había escuchado aquella discusión por andar con el volumen al máximo; pero de sólo encontrarse con la expresión satisfecha de Rusia entrando a la cocina ya sabía que el ruso estaba metiéndose en problemas.
Sin más nada que poder hacer al trío no le que quedaba más que seguir esperando a la llegada de los demás.
5 minutos pasaron, luego 10, luego 20... se cumplieron 35 minutos con los tres chicos sin hacer una mierda; trataban de distraerse silbando, mirando al techo, o simplemente dejando que reinara en la cocina un incómodo silencio.
Alemania se levantó de la silla y luego fue a sentarse en las escaleras con su celular en mano. Después se levantó de las escaleras polvorientas y volvió a la cocina para sentarse en la misma silla. Se asomó por la ventana del salón. Abrió un pequeño armario que estaba cerca de la puerta del patio (a un lado de las escaleras) y se topó con objetos de limpieza.
USA por otro lado pensó 15 veces en suicidarse con el filo de la cerámica rota del lavavajillas.
Rusia comenzó a quedarse dormido en la silla del comedor y por un momento pegó un brinco asustadizo y estuvo a punto de caer al piso. Revisó el refrigerador al igual que Alemania. Sacó unos auriculares de su maleta y los conectó a un mp3. Salió al patio y observó un gigantesco arbusto salvaje lleno de espinas, además de un montón de enredaderas que bajaban por las paredes de la casa.
Y así pasaba el tiempo poco a poco, de la manera más obstinante, agobiante, aburrida e infernal posible.
Hasta que finalmente...
¡PUM, PUM,PUM! Tocaron la puerta formando un gran escándalo que para Alemania sonó más bien como el himno de la salvación.
El germano fue el primero en levantarse de su silla para abrir la puerta esperando a que entrara su oportunidad de, irónicamente, salir de ahí. Alemania giró la manilla y pudo ver a dos chicos de estatura muy diferente con una mueca de cansancio y mochilas de viaje sobre los hombros.
—Ya llegó la ley —dijo uno de ellos, llevaba puesto un suéter anaranjado y jeans rasgados a la altura de las rodillas. Al alemán le dio curiosidad el sol que llevaba dibujado prácticamente en su nariz, y levantó una ceja ante lo que había dicho—. Eh pibe, no me mirés así, solamente estoy jugando. Soy Argentina —aclaró el latinoamericano estrechándole una mano.
Huh, agradable.
—Alemania mostró una pequeña sonrisa ladeada y le estrechó la mano de vuelta— Ya sólo pasen y díganme que ustedes si tienen un plan real para salir de ese embrollo.
México le dedicó una mirada que decía «más o menos» y caminó de largo con Argentina siguiéndole el paso. Se adentraron en la casa mientras Alemania cerraba la puerta bajo llave y entraron a la cocina encontrándose con los otros dos chicos que parecían estar a punto de asesinarse con la mirada en cualquier momento.
—¡Ay, no puede ser! —exclamó el mexicano tapándose la cara con ambas manos y luego apoyó la cabeza contra una de las paredes—, ¡¿por qué nadie me dijo que este pendejo iba a vivir con nosotros?!
—Perdón, ¿qué dijiste? Yo no hablo idioma ES-TÚ-PI-DO —vociferó USA golpeando la mesa del comedor en cada sílaba.
—¿CÓMO? A VER DÍMELO EN LA CARA —dijo México dándose la vuelta para mirar de frente al estadounidense.