¿Quién es el malo?

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Caminando rumbo a la estación de policías, caminaba con pasos bruscos, de lo molesta que estaba, Marta sin decir una palabra me ofrecía su compañía incondicional. Le pedí entonces que llamara a mis padres para que viniesen y así ponerlos en sobre aviso, sobre quién habitaba mi casa.

Habíamos entrado al edificio, cuando inmediatamente olvidé por qué estábamos ahí, y me focalicé en las personas que vi. Había un joven ensangrentado con la camisa abierta, pantaloneta y un corte a la moda, además tenía una de sus manos vendadas, parecía haber estado en una riña –pelea callejera-.

Vi también en la siguiente oficina, una niña, de grandes y  ojos rojos de tanto llorar, con lágrimas en ambos lados y se veía algo sucia, la acompañaba una mujer, que se veía muy joven y señalaba a un hombre al otro lado del lugar.  Pude imaginarme la historia de cada uno de ellos, aunque eso ahora no tiene importancia. Seguí examinando la sala y vi un hombre bien parecido de una edad considerable junto a una bella señora, eran pareja lo supe por sus argollas de matrimonio.

Con cada paso que daban en dirección para entrar al edificio, su imagen se iba haciendo más nítida. Yo había visto esos expresivos ojos color  verde antes, y escuchado esa voz gruesa en alguna ocasión. Mire a Marta y le dije señalando a la pareja: -Ellos son mis padres.

Me emocioné tanto que fui a abrazarlos, pero me detuve frente a ellos, y  recordé que no podían verme, entonces me hice a un lado.

Marta les habló: -¿Cómo están? Yo soy la vecina de su hija. ¿Me recuerdan?

Mi madre la abrazó y le dijo: -Claro que sí. Este es mi esposo Luis.

Después de saludarles Marta les conto, que mi asesino vivía en mi casa, y además el horrible detalle de lo que hizo con mis órganos.

Entonces mi mamá le dijo entre lágrimas y con la voz entre cortada: -¿Cómo se ha podido enterar de esto? La policía no sabía nada, según lo que nos han dicho.

Mi padre la abrazó. Y Cuando Marta le iba a contar de mi presencia allí, la interrumpí: -¡No lo hagas! No te creerán. Mi mamá necesita creer que descanso en paz, junto con mi hermano. Le dije.

Entonces Marta guardó silencio, y mi padre empezó a interrogarla. Ella no sabía que responder. Afortunadamente llegó el inspector de policía que llevaba mi caso. Y después de horas de protocolo e investigaciones, ordenaron una inspección a mi casa para el día siguiente.

Íbamos ya de salida, cuando mi padre tomó a Marta del brazo y le preguntó: -¿Qué ocurre? ¿Cómo ha obtenido usted esta información?

Ella le contestó: -Confíe en mí, yo solo sigo los deseos de su hija. Y hablando de Sisi, no se olviden de leer el encabezado de la carta antes de abrirla, y por favor rompa la carta que ella escribió para él. Ese criminal no merece la misericordia de nadie.

Mi padre le respondió: -No sé qué pasa, y no pretendo entenderlo. Solo quiero agradecerle.

Y se fue junto a mi madre que lloraba aún desconsolada.

Yo los miraba, una y otra vez. Así eran ellos, ella tan compasiva y dulce. Él de tan pocas palabras, pero siempre tan preciso y asertivo.

Me dolió verlos marcharse, pero al mismo tiempo me alegró ver que seguían tan unidos.

Esa noche la pase en mi casa, esperando a que Horacio, sí ese es su nombre. Apareciera. No podía ocultarse toda la vida, y además quería que la policía lo capturara a la mañana siguiente.

-sé que no iba a mencionar su nombre, pero precisamente quiero que aparezca, que page por su crimen inhumano-

La casa estaba casi por completo cerrada a excepción de una ventana que daba a la cocina, por ahí entré. Lo busqué en el primer piso y no lo encontré pero cuando fui a mi cuarto, estaba tendido en la cama, llorando.

Me quede en una esquina de la habitación, preguntándome seriamente por qué lloraba, eso no tenía sentido.

Noté que lloraba con unas fotos tiradas en la cama. Entonces vi que eran las fotos que buscaba el otro día. Se veía su desesperación, se agarraba el pelo como si quisiese arrancárselo, miraba las fotos y se retorcía para llorar. Entonces  empezó a gritar mi nombre: -Cecilia. Y luego repetía: -Sisi, perdóname.

Me acerqué a él, sin sentir compasión, sino rabia por el descaro que tenía al pedirme perdón. Por qué el perdón es algo que no sirve, lo que sirve es pensar antes de cometer el acto. Acaso esas palabras me devolverían la vida. Me parecía un cinismo tremendo su actitud.

Quería decírselo, así que tomé un marcador y se me ocurrió escribir en la pared. Le escribí una nota:

“qué buscas pidiendo perdón por algo que no tiene remedio. Mira la magnitud de tus actos, tu redención debe ser del mismo tamaño”.

Cuando notó el escrito dio un brinco en la cama, y entre lágrimas me dijo: -No te puedo ver. Sé que te he dañado,  pero quien cometió el crimen no fui yo, fue Ed.

En ese momento pensé que era imposible, pues Ed –su personalidad  alterna- nunca se había salido de control de tal manera, él siempre la pudo manejar.

No escribí ni una palabra.

Horacio continuó hablando: -Sé que tienes dudas, yo te conozco, yo no quiero esto. Quiero entregarme pero él se ha vuelto más grande, más fuerte que yo. Ni siquiera he podido suicidarme. Y entonces extendió sus brazos y mostró sus piernas cortadas. Y al tiempo abrió una gaveta con pastillas que había intentado tomarse. 

 No sabía que creer, esto era demasiado, yo solo quería que acabara, no tenía que ser un final feliz, yo solo pedía un final.

Él se desesperó y se paró de la cama y fue hasta donde la pared en la que escribí el mensaje y tocándola me dijo: -¿Recuerdas la última vez que nos vimos?

Y le escribí en la pared: - ¡NO!-

Entonces déjame contarte que pasó el día de tu muerte, y puedes usar la información como tú quieras.

 Y yo solo pensé: -Qué gran ayuda decirle a una muerta cómo murió, se ha solucionado lo que queda de mi existencia-

PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora