II.

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ii.

tengo una voz y una piel

que quieren que tú las descifres

tengo la vida muy corta

para entender lo que dicen

Amelia puede pretender que nada pasa, y seguir jugando a la desentendida. Puede, claro, porque en su corta vida se ha vuelto experta en esconder aquello que la moviliza, la emociona, y la enamora. Puede hacer de cuenta que este calor en el pecho que transforma todas las canciones en arte, haciendo que le ericen la piel y la hagan vibrar, no tiene nada que ver con los ojos claros que la miran desde el otro lado de la barra del King's.

Puede, si que puede. Pero ya no quiere mentirse más.

Para estas alturas, está segura de que no ha conocido jamás a una chica como Luisita. Al principio la niña le recordaba un poco a su vieja maestra de cuarto grado, la Señorita Consuelo. Amelia estaba tan ensimismada por ella en ese tiempo que casi desaprueba sus clases de cálculo.

(Casi).

La señorita Consuelo era una entusiasta de veintitantos años que apenas si comenzaba con su carrera, y solía vestirse en unos ridículos trajes de mezclilla gris oscura, como si estuviera así tratando con mucho empeño de ser alguien que no era. Pero tenía chispas de... una rebelión juvenil irresistiblemente atractiva. Por ejemplo, podía usar un par de medias coloridas que apenas si se asomaban por las botamangas de sus pantalones, e incluso solía usar todo tipo de prendedores en la solapa de sus sacos, con pequeñas imágenes de gatitos o caricaturas de flores sonrientes. Estaba un poco loca, y Amelia la amaba.

Luisita le recuerda mucho a la señorita Consuelo. No porque esté loca. De acuerdo, a veces puede resultar... extraña, en muchas maneras, pero Amelia no iría tan lejos como para llamarla loca. No, Luisita está llena de un fuego que Amelia nunca ve en otra gente. Es inteligente, es decidida, es dulce, es abierta... y todos la quieren. La protegen, incluso, como si Luisa fuera aún una niña. Y en algunos aspectos quizás lo es.

Pero Amelia ve a una mujer, hecha y derecha. A una compañera. A alguien distinto al resto, alguien a quien siempre siente cerca. Es eso, más que nada, lo que le genera a Amelia una suerte de magnetismo inevitable del que no se puede (y no se quiere) desprender.

Como ahora, por ejemplo. Amelia no ha sido jamás lo que se diría una fanática de la bebida, y mucho menos en un día laboral. Le gusta disfrutar de una buena noche como a cualquiera, pero el fin de la jornada de este martes ha sido caótico. El día en el hotel se le ha hecho larguísimo, y Amelia puede sentir como cada hueso de su cuerpo le pide que vuelva a su habitación, que se coloque el camisón y abandone toda idea de acostarse muy tarde. Incluso parece que todos los presentes en el King's no hacen otra cosa que sumarle a su desdicha, hablando a los gritos y riendo en un tono por encima de lo normal.

Pero... Amelia no se puede ir. Ni por broma. No cuando la persona que más la hace reír y suspirar en la tierra es la que le sirve los tragos.

Incluso los que están de más.

- ¡Venga, invita la casa!- exclama Luisita por tercera vez, renovandole el contenido del vaso. Amelia no sabe lo que está tomando. Usualmente deja a discreción de Luisi la selección de las bebidas de la noche, y hoy no es la excepción. Tiene el sabor de la sonrisa cómplice que le regala cada vez que le rellena el vaso.

De más está decir, es su trago favorito.

- Pues mira que justo estaba por irme, pero siempre encuentras excusa para hacerme quedar un rato más. Estás empeñada en hacerme dormir poco, mujer.- se queja, pero la sonrisa la traiciona. Sobre todo cuando al pasarle el vaso sus dedos y los de Luisita se rozan por un segundo de más, en el mismo momento en el que sus miradas se encuentran.

tengo una risa con alas (que vuela si estamos a solas)Where stories live. Discover now