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Miércoles, 13 de febrero de 2019.

Villa Urquiza, Buenos Aires

Terminé de pasar el labial y lo esparcí con los movimientos de mis labios. A su vez, escuché el grito de mi hermana desde la otra parte del departamento.

—¡Cande, me voy! —se oyó, pero segundos después se encontraba en la puerta de mi habitación—. ¡Ah, y me llevo el auto!

Florencia era mi única hermana. Era dos años mayor que yo y juntas éramos una perfecta definición de antítesis. Teníamos muchas diferencias, y aunque a veces sonaba raro hasta admitirlo, algunas nos hacían querernos y tener esa agradable confraternidad.

Vestía un top rojo, un short blanco y unos tacos que había tomado prestados de mi placard hace algunos minutos, sin permiso. Su pelo, de un color que simulaba ser un rubio ceniza, estaba esparcido por su espalda y por su torso.

Se apoyó en el marco de la puerta y la miré.

—¿Salís? —preguntó enarcando una ceja.

—Sí... ¿Vos no te ibas?

—Sí, pero venía a buscar el cargador portátil... ¿Con quién salís? —se auto interrumpió.

Agarré los aros que estaban en la cómoda cerca para ponérmelos. La observé por el espejo y ella me devolvió la mirada. Me tomé mi tiempo para contestarle.

—Con un amigo.

—¿Con el de Boca? —terminé de poner el segundo aro en la oreja y me miré un poco en el espejo.

—Sí... no les digas nada a mamá y papá.

Consideraba que me habían tocado los mejores padres del mundo. Nos enseñaban, nos protegían, nos cuidaban y sobre todo, nos querían un montón.

Pero a la hora de hablar de los chicos, se volvían mis enemigos. Y es que cada uno que presentaba, le encontraban un defecto y de ahí, miles más. Entonces, nunca había uno que les convenciera del todo. Es por eso que si salía con chicos, jamás los mencionaba ya que obviamente querrían conocerlo y formarlo parte de su círculo vicioso, y yo no estaba dispuesta a aquello otra vez.

—No voy a decir nada, tranquila. ¿Te pasa a buscar? —asentí— ¿Y para dónde van?

—Algo por Belgrano, Palermo. Viste que siempre algo hay abierto por ahí... ¿Ya te vas?

—¿Me estás echando? —agarró rápidamente lo que había venido y me reí mientras asentía—. En el baño hay forros, espero que...

—Andate. —le pedí mientras cerraba los ojos y la oí reírse a carcajadas. Cuando los abrí ya no se hallaba allí, así que me asomé por el pasillo: —¡Cuidá el auto que mañana entreno!

Escuché un leve murmullo por su parte y luego, la puerta cerrarse.

Hacía dos años que vivía con Florencia. Ambas éramos despistadas, pero ella me ganaba por goleada. Tampoco era como si yo fuese la persona más ordenada del mundo, pero a veces se hacía cuesta arriba establecer un orden y mantenerlo. No era fácil convivir con ella, pero a ambas nos resultaba práctico por tema de facultades y deportes, así que nos las arreglábamos.

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora