Me hice amiga íntima de Lucas un miércoles por la mañana. Eran las diez y media, para ser exactos, lo sé porque lo comprobé en mi reloj de pulsera. No sé por qué lo hice ya que no tenía que ir a ningún sitio a una hora concreta, pero creo que existe un motivo por el que suceden las cosas. Igual el mío era poder contaros la historia de una forma más precisa.
Me alegró conocer a Lucas esa mañana porque estaba un poco de bajona después de haber tenido que separarme de mi antiguo mejor amigo, Adri. Ya no podía seguir viéndome. Aunque en realidad no importa porque ahora estaba más contento y eso es lo que cuenta. Tener que olvidar a mis amigos forma parte de mi trabajo. No se trata de la mejor parte, pero soy de las que creen que todo tiene un lado positivo. Si no tuviera que abandonar a mis amigos, no podría hacer amigos nuevos. Y hacer amigos nuevos es, con diferencia, mi parte favorita. Seguramente por eso me dieron este trabajo.
Cerré la verja del jardín delantero de Adri a mis espaldas y comencé a caminar, y sin ningún motivo concreto tomé la primera a la derecha, luego a la izquierda, de nuevo a la derecha, seguí recto un rato, volví a girar a la izquierda y terminé junto a una urbanización de viviendas de alquiler. Estábamos en Rivas, un barrio relativamente nuevo de Madrid.
Me alegró encontrarme de nuevo allí. Hice unos cuantos trabajos por aquí cuando empecé en esto, pero no había vuelto en años. Mi trabajo me lleva por todo el país, a veces incluso al extranjero cuando mis amigos me llevan fuera de vacaciones con ellos, cosa que demuestra una vez más que, estemos donde estemos, siempre necesitamos a un amigo cerca.
La urbanización tenía catorce casas, siete a cada lado, y todas eran distintas. Era miércoles por la mañana del mes de Junio, había un sol radiante y todo el mundo parecía estar de buen humor.
Había un montón de niños por la calle, unos yendo en bicicleta, otros persiguiéndose, jugando con un balón, a la comba y muchas otras cosas. Se oían sus gritos de alegría y sus risas. Supongo que además les alegraba estar de vacaciones. Pero, por más que parecieran simpáticos y tal, no me llamaban la atención. El caso es que no puedo hacerme amiga de cualquiera. No es eso en lo que consiste mi trabajo.
En uno de los jardines, un hombre silbaba una canción mientras apuntaba la manguera del jardín hacia su moto. De vez en cuando se daba la vuelta de repente y lanzaba el chorro de agua hacia dos niñas disfrazadas de princesas Disney. Me encantaba oírlas reír tan a gusto.
En el jardín siguiente un niño y una niña jugaban a los tazos. Los observé un rato, pero ninguno de los dos respondió a mi muestra de interés, así que seguí adelante. Pasé frente a los niños que jugaban en los distintos jardines, pero ninguno de ellos me vio ni me invitó a jugar. Junto a mí pasaban a toda velocidad chicos montados en bicicleta y monopatín, y también cochecitos de control remoto, todos ajenos a mi presencia. Estaba comenzando a preguntarme si no habría sido un error ir allí. Cosa que resultaba bastante extraña, puesto que por lo general se me daba muy bien elegir lugares.
Me senté en la acera de la última casa y me puse a pensar en qué cruce podía haberme confundido. Me di la vuelta para ponerme de cara a la casa que tenía a mis espaldas. No había nadie en aquel jardín. El edificio tenía dos plantas y un garaje con un coche caro aparcado fuera. Tenía ventanas cuadradas y también redondas. Desde luego, era una casa fuera de lo común. La puerta principal era de color amarillo, con dos redondeles y un buzón en la parte baja que parecían dos ojos y una boca que me estuvieran sonriendo. Saludé con la mano y sonreí por si acaso.
Mientras estudiaba el rostro de la puerta principal, un niño salió corriendo por ella y la cerró con un portazo. Llevaba un coche rojo de bomberos en la mano derecha y un coche de policía en la mano izquierda. Me encantan los coches rojos de bomberos, son mis favoritos. El niño saltó el escalón de la entrada y corrió al césped, donde aterrizó patinando sobre las rodillas. Se manchó de hierba las piernas, cosa que me hizo reír. Las manchas de hierba son muy divertidas porque no se van por más que se laven. Mi antiguo amigo Adri y yo patinábamos en los prados siempre que podíamos.
ESTÁS LEYENDO
21 Lunares | ALBALIA
FanfictionA Natalia le encanta ser ordenada y precisa, le ayuda a tener bajo control su vida y evitar revivir dolores del pasado. Un día conoce a una chica despreocupada, aventurera y espontánea que le enseñará que la vida empezamos a disfrutarla cuando nos o...