Capítulo 2 (1/2)

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Nathan Harris

Mi primer pensamiento al despertar fue sobre ella.

Desafortunadamente, no fue sobre el ángel que había creído ver antes de perder la consciencia. No deliré con sus brillantes ojos color cielo o con sus pálidas mejillas. No imaginé el dulce aroma de su cabello negro ni me deleité examinando con detalle la delicada curva que formaba su sonrisa. No, estaba pensando en «ella».

El diablo: mi pasado.

Su recuerdo dolía que la herida en mi cabeza; y eso era mucho decir, ya que acababa de ser golpeado por un auto a una velocidad considerable y mi cráneo besó el suelo (literalmente). Por el dolor que sentía en la parte posterior de mi cabeza, el ardor en mi hombro, y la presión en mis pulmones cada vez que respiraba debía haberse tratado de un choque bastante fuerte. El que estuviera vivo era algo que aún no podía explicar.

Tal vez no había explicación. A lo mejor estaba muerto, pero no podía saberlo con seguridad. La habitación blanca, bañada con una luz fantasmagórica y sin otro ser viviente a la vista me confundía. ¿El paraíso tenía una sala de espera?

Mi voz interna se burló de mí. «¿Qué te hizo pensar que terminarías allí?».

Reí con ella. Esa esperanza se había ido hace mucho tiempo.

— ¿Hola?—traté de sentarme sobre la cama—. ¿Hay alguien allí?

Como respuesta, el dolor bajó por mi espalda y me encogí. Sentí náuseas, y un par de segundos después mi estómago decidió que tratar de utilizar mi boca como vía de escape era una buena idea.

—Estoy aquí, tranquilo—la figura de una mujer apareció como por arte de magia, me entregó algo parecido a un cubo de basura y comenzó a frotar mi espalda como si intentara brindarme consuelo­—.Todo irá bien, señor Harris.

Me estremecí. Era fácil decirlo cuando sus órganos no estaban siendo empujados por su esófago. Para cuando mi estómago se vació, mi garganta ardía y mis manos no dejaban de temblar. Había olvidado cuando odiaba vomitar. No lo había hecho desde la décima fiesta de cumpleaños de Trey; porque a la tierna edad de seis años, no tenía conocimiento alguno de los efectos dañinos que puede ocasionar una bolsa extra grande de Jelly Beans.

— ¿Cómo se siente?— la mujer de la bata blanca colocó el bote en el suelo y me empujó de vuelta a la cama.

— Como si acabara de salir de un spa—bufé, utilizando un tono sarcástico que hubiera molestado a cualquiera. Por fortuna, ella decidió reír.

— Me refiero al dolor. ¿Cómo se siente?

— Oh, el dolor—asentí con una falsa sonrisa—. En ese caso, creo que sería un buen momento para preguntar qué fue exactamente lo que hice para enfadar a la persona que me golpeó en la cabeza repetidas veces con una barra de hierro y le pareció que utilizar mi caja torácica como saco de golpear sería un buen ejercicio.

Volvió a reír. Estaba comenzando a creer que mi dolor le divertía.

— Entendido. Más medicamentos para el dolor.

— Gracias.

— ¿Necesita algo más?

— ¿Puedo pedir un Black Velvet?

Soltó una carcajada. La mujer era incapaz de tomarme en serio.

— Su sentido del humor es una clara señal de que va a estar bien.

— Eso sí sobrevivo a este infernal dolor de cabeza—me quejé, colocando una mano sobre mi frente. Podía sentir como mis neuronas cometían suicido una a una, incapaces de soportar tanto—. ¿Las luces deben ser tan brillantes?

InéditoWhere stories live. Discover now