Capítulo 14-a

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Mina despertó para encontrarse rodeada por la oscuridad. El sol se había desvanecido del cielo mientras ella dormía. ¡Qué lástima! Había querido ver la puesta de sol envuelta en los brazos de Vergil, tal como lo habían hecho unas noches antes.

Su aura la rodeaba, pero no era tan sofocante y opresiva como antes, ahora era más suave... más gentil que todas las otras veces que la percibió.

Dándose la vuelta en la cama, vio la tenue sombra de cabello blanco a su lado. Una pequeña sonrisa curvó sus labios cuando extendió la mano para tocar la cara de su amante, pero terminó rozando sus dedos contra una superficie dura y áspera. Vergil gimió con suavidad mientras dormía y rodó hacia el otro lado, pero no se despertó.

—Lo siento querido. No quise tocar tus cuernos —susurró ella, riendo antes de agarrar un mechón de su largo cabello y comenzar a trenzarlo.

Dijiste que no necesitabas descansar, pero aquí estás durmiendo como un bebé. Supongo que la batalla realmente te agotó. Ella recordó la forma en que llegó a la habitación del hotel y un estremecimiento sacudió su cuerpo.

—No vuelvas a asustarme así de nuevo, ¿de acuerdo? —dijo en voz baja antes de besar la delgada trenza que había hecho y escabullirse de la cama.

Guiándose por las tenues sombras de los muebles, Mina caminó con lentitud buscando el baño hasta que encontró una puerta. Rezando para que la condujera al baño y no a un corredor aleatorio, la abrió y buscó en la pared el interruptor de la luz. Cuando la bombilla iluminó un elegante baño, decorado en negro y plateado, entró, cerrando la puerta detrás de ella tan rápida y silenciosamente como pudo. Lo menos que quería hacer era despertar a su guapo príncipe durmiente.

La pelicastaña estaba en el proceso de buscar una toalla cuando sintió el aura oscura de Vergil aparecer un segundo antes de que sus brazos la envolvieran por detrás y sus colmillos le mordisquearan el hombro.

—¿Estuviste despierto todo este tiempo?

—No —El aliento de él le hizo cosquillas en la oreja mientras hablaba y manos recorrían su torso hasta que se sumergieron entre sus piernas, ganando un suave jadeo por su juguetona audacia—. La cama se enfrió sin ti.

Ella ocultó su pequeña sonrisa de él.

—Mira, amor, quiero bañarme. Ya anocheció y muero de hambre.

—Yo también —La melosa voz de su demonio hizo que un escalofrío le recorriera la espalda—. Vamos a hacer un trato. Yo te baño y luego tú me das de comer.

Sin darle tiempo para responder, él la agarró por la muñeca y la haló hacia la bañera con él. Ella se quedó sin aliento e intentó escapar, salpicando agua por todas partes, pero las caricias llenas de amor la hicieron rendirse ante la voluntad de su amado casi de inmediato. No importaba lo que su mente dijera, su corazón siempre cedería a todos los caprichos de su marido. En el fondo sabía que él siempre conseguiría lo que quisiera de ella por una simple razón: se había enamorado locamente de su príncipe demoníaco.

 En el fondo sabía que él siempre conseguiría lo que quisiera de ella por una simple razón: se había enamorado locamente de su príncipe demoníaco

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Thanatos miró las oscuras aguas del río Styx mientras extendía su palma hacia su última víctima y absorbía su esencia. Esa era la vigésima alma que había consumido ese día con el único propósito de recargar y sanar su cuerpo herido.

Vergil realmente hizo un númerito en él. Sabía desde el principio que si el niño luchaba con todo lo que tenía, sería un rival difícil de vencer, pero nunca imaginó que conocería su secreto. ¿Tal vez ella le dijo? ¿O se enteró por su cuenta? De cualquier manera, el problema de vencer al joven demonio seguía siendo el mismo...

—¿Tengo que darle esta misión a otro? —La críptica voz de Hades sonó detrás de él y luego Tánatos se inclinó apresuradamente ante su amo.

—Por supuesto que no, mi señor.

—¡Entonces dame resultados, por todos los dioses! —Sus ojos azules eléctricos se volvieron negros de ira—. ¡La muerte de Cerberus es tu culpa! Ahora, debido a tu incompetencia, tengo que buscar otro guardián para la puerta y escuchar a Echidna quejarse todo el día sobre la muerte de su precioso hijo —El señor del Inframundo cerró los ojos e inhaló profundo, intentando atenuar su mal genio—. ¿Dime cómo, en el nombre de Zeus, una humana mató a una bestia inmortal? —Hades gruñó con los dientes apretados mientras miraba las orbes violetas de Tánatos.

—No lo sé, pero haré todo lo que esté a mi alcance para averiguarlo —dijo el segador; su rostro era una máscara de estoicismo.

Hades lo miró por última vez. En sus ojos brilló una advertencia antes de que su cuerpo desapareciera como humo en el aire contaminado del Inframundo.

El dios menor de la muerte se quedó mirando la orilla del río. Las almas abandonadas se reunían en pequeños grupos al otro lado, lamentando su terrible suerte de morir sin una moneda para el barquero. Los sonidos de sus gritos eran los mismos que aquel día hace muchos siglos.

Suspirando profundamente, se dio la vuelta y se fue.

No me importa si eres su hijo, morirás la próxima vez que nos crucemos. Mi vida depende de mi éxito.

Atada a la Noche (EDITANDO)(Los Últimos Días #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora