Capítulo II: Identidad

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El hospital era demasiado tranquilo por las noches, pero no era nada comparado con el siniestro ambiente en las plantas más bajas. Había pasado días dando vueltas por el hospital, intentando encontrar a esa dichosa joven. Preguntó por ella, pero poca gente la conocía. Al parecer, no era enfermera, ni doctora, ni secretaria. Pensó que quizás se trataba de esos aprendices que ahora llamaban alumnos en prácticas. Pero no constaba nadie con tal descripción. Hasta una mañana que tuvo la gran suerte de encontrarse en la cafetería del hospital con una joven con excesiva disposición para ayudarle.

― No he podido evitar fijarme que viene aquí todos los días, ¿algún familiar? ―le había preguntado.

Debía reconocer que era una belleza. Alta, delgada, de largos, rizados y oscuros cabellos, tez morena y ojos castaños. Tenía una figura latina que habría resultado irresistible a cualquier hombre. En otra ocasión, quizás habría intentado seducirla. Por desgracia, tenía asuntos mucho más importantes. Su eternidad tenía fecha de caducidad, y no le quedaba mucho tiempo.

― Estoy buscando a una joven, en realidad. No sé su nombre, pero sí que trabaja aquí ―suspiró―. Por desgracia, nadie parece saber de quién hablo.

Ella pareció interesada en el tema. Se sentó a su lado, apoyando su mano en su mentón.

― Quizás pueda ayudarte. Si no la conocen los del hospital, quizás se trate de alguien de alguna sección menos... popular ―dijo con cierto orgullo―. Como, por ejemplo, la mía.

Ares sonrió. Tal vez esa muchacha le fuera más útil de lo que había imaginado. Aunque todavía no podía estar seguro.

― Quizás sí. Aunque a estas alturas, debería haberme cruzado con ella de todos modos. O también es posible que me recuerde e intenta evitarme ―sugirió despreocupado.

― ¿Evitarle? ―preguntó con cierta desconfianza. Ares sonrió al ver que había picado el anzuelo.

― Nos conocimos, si es que puede llamarse así, cuando me confundió con un delincuente ―confesó―. Creyó que había pintado un banco público. No sabes el sermón que me soltó.

La mirada de la joven le indicó dos cosas, que no terminaba de creérselo y que la historia no era la primera vez que la escuchaba.

― Seguramente me debió ver vertiendo algo en el banco, lo que pudo confundirla. ―Al ver la mirada escéptica de la joven, Ares sacó una pluma de su chaqueta de cuero castaño oscuro. Era una pluma rota, con tinta seca ensuciando la punta―. Siempre llevo una en el bolsillo, me gustan estas piezas de colección, y llevo siempre una por si la necesito ―aseguró con un buen fingido lamento―. Ese día se me rompió, y temo que la tinta se esparció sobre el banco ―explicó. Pudo ver que el rostro de la joven empezaba a encontrar sentido a su historia. Lo que lo hizo sonreír―. Lo que la joven a quien busco vio, fue lo que pasó cuando saqué una botellita de agua para intentar limpiarlo, pero por desgracia, la tinta se esparció todavía más.

La joven de negros cabellos dejó escapar una risa tranquila. Comprendiendo la situación.

― Vaya. Ya me costó creer que a plena luz del día alguien se atreviera a hacer algo así delante de un hospital. Pero Astrid estaba tan enfadada e indignada que no pude llevarle la contraria. Nadie se atrevería cuando se pone así.

― ¿La conoces, entonces?

Ella sonrió.

― ¿Es rubia, con el pelo rizado y atado en un desastroso moño? ―Ares sonrió.

Aión Brechas en el tiempo (Parte 3 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora