Capítulo 11

12.2K 726 205
                                    






    Me hirvió la sangre al oír aquellas palabras, pero no sabía exactamente por qué, o de qué. Si era excitación o rabia de que ella no cayera en mis inútiles encantos. Aún no lograba entender como podían aquellos pensamientos dar un vuelco hacia Cassandra. Me estaba calentando la cabeza por nada. Me tenía que repetir constantemente que nuestra relación solo era sexual y no llegaría a ningún lado. Estaba feliz por tener a una amante que no cruzara la línea, que supiera que solo era deseo carnal y cuando eso se apagara se termiaría. Pero yo no estaba teniendo suficiente de ella, me inquietaba jamás poder saciarme de su esencia. Aquella mujer era atrapante.

Me besó en los labios apasionada, borrando cualquier pensamiento para perderme en su sabor. La tomé por la cintura haciendo que enredara sus piernas alrededor de mi cintura. La llevé hasta la habitación y la deposité en la cama sin dejar de besarla, hice una fricción donde nuestros sexos rodaban por debajo de la ropa. Dejé sus labios para comenzar a besarle las huesudas clavículas que me tanto me gustaban, mi mano derecha subió por su abdomen para apretar su pecho, jadeó debajo de mí. Le saqué los pantalones dejándola solamente en ropa interior. Me di el tiempo admirar su cuerpo trabajado. Subí la mirada hasta tu rostro, sonreía maliciosamente mientras se mordía su dedo índice.

— ¿Te gusta lo que ves, anciano? —solté una carcajada al oír nuevamente la palabra anciano. Me saqué la blusa dejando ver mi torso, vi como se mordía el labio inferior. Me acerqué a ella para liberar aquel labio con los míos.

—Mucho —le hice saber para volver a devorar aquella preciosa y tentadora boca. Me estaba volviendo loco. Mi mano izquierda bajó hasta su cintura, donde la dejé sujetando su carne, mientras mi otra mano masajeaba sus pechos redondos y firmes. Claro que me gustaba lo que veía, lo que tocaba y lo que sentía. Cassandra era perfecta, perfecta y atraparte, lo que me descolocaba. La deseaba sobremanera. La hice levantarse un poco de la cama para sacar su sujetador. Lo arrojé por alguna parte de la habitación. También me deshice de sus pequeñas bragas de encaje, uniéndose al montón de ropa esparcida por el suelo. Volví a separarme de ella para sacarme los zapatos, los calcetines y los bóxers. Me senté en la cama para que ella se sentara a horcajadas sobre mí, sin estar dentro de ella aún, masajeé ambos pechos. Nos estábamos besando de manera hambrienta, desenfrenada. Me llevé su pecho derecho a la boca, lo lamí de manera lenta, disfrutado mientras mi otra mano no dejaba al otro desatendido, pero de igual manera lo atraje hacia a mí. Mis manos subieron a su rostro, donde las dejé un rato mientras nos mirábamos a los ojos —. Eres perfecta, Cassandra.

Me sonrió, y por primera vez pude ver amabilidad y ternura en aquella sonrisa. Nada me gustó más. Acerqué mi rostro al suyo, mis manos bajaron a su trasero para levantarla y hundirme en ella, acallé los gemidos con mi boca. Comenzó a moverse lenta y pausadamente. Ella sabía mover aquellas caderas, ese ritmo me estaba desesperando, desdeñando tener más. Cuando comenzó a moverse más rápido me separé de ella para oler el delicioso aroma de su piel. Sus labios besaron mi cuello, cerré los ojos para sentirle mientras hacía eso. Sus manos subieron por mis hombros y sus labios seguían repartiendo besos por mi piel caliente. Cuando sentí que iba a llegar, la tomé del trasero para darme la vuelta en la cama y recostarla gateé hasta a ella y la miré mientras volvía a hundirme en sus profundidades, abrió la boca y cerrando los ojos se arqueó contra mí. Me dio paso libre a sus bellas clavículas, repartí besos por ahí mientras la envestía con lentitud.

—Adrien —gimió mi nombre. Ante eso sonreí como un bobo. Aceleré mis embestidas y sus manos arañaban mi espalda mientras seguía arqueada hacia a mí —. Me voy a correr —dijo con la voz entrecortada. Estaba extasiada. Me mordió el hombro mientras alcazaba la liberación, segundos más tarde la alcancé yo con mi boca en sus oídos. Ella causaba tanto en mí, me hacía arder. Le di un beso en el cuello para dejarme caer a su lado y tratar de controlar mi respiración. Ese encuentro había sido distinto, más íntimo . Sentí que teníamos más confianza, más comodidad.

Secreta Adicción ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora