Ambiente Tensado

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El temor de saber qué son esas cosas, si se les puede llamar cosas. La angustia de ver a su hija ahí parada. El deseo de saber qué traman los bandidos. Pero sobre todo, la desesperación de ir corriendo hacia su hija. No lo hace por simple razones, no sabe cuántos son ellos, no sabe de lo que son capaces, no sabe lo que quieren; no sabe nada.

Difícil decisión para el granjero mayor. Para él, la única opción es esperar un movimiento, y más, esperar que esas piernas que cuelgan del techo, caminen hasta el columpio más cercano. Pero qué si el del techo se lanza perpendicularmente amenazando con un arma de fuego a los hombres de la casa mientras el compañero secuestra a Jill. ¿Qué puede hacer Polo, viendo detenidamente esas piernas, para escapar de dicha amenaza, la cual ellos no saben si les harán daño?

Greg, por su parte, espera una señal de vida del papá, una mirada de Polo cuya intención sea la de avisarle a su hijo que batee fuerte. Una palabra, o una señal telepática, ¡Algo diminuto! Que le quite el entusiasmo a ese joven moribundo de partir cabezas con un solo uso del bate. Cree que esa es la única solución, correr hasta esos seres rosados, reventando sus cráneos hasta ver sus columnas vertebrales, y de un solo tirón sacarla toda, exponiendo ante su familia el sadismo del chico.

"Ellos" solo están ahí. Uno sentado en el columpio, con cara de sorprendido, sosteniendo el limón más grande, nutritivo, y jugoso de todo el mundo. El otro solo deja sus piernas al servicio de la gravedad, con la brisa golpeando las botas de su pantalón.

Polo, meditando escasos milisegundos, sin importarle en absoluto la consecuencia de un posible despliegue de los hombres, decide poner en marcha un plan, para el que él, es un plan infalible. Correr hasta su hija, y, sin detenerse, correr de vuelta a su mejor escudo, la casa. Como si la casa fuera esa manta que por las noche nos protege de todo mal que nos pueda asechar, aunque aún así sepamos que no nos protege de nada.

No obstante, por seguridad de todos los presentes, escoge dar un pie adelante cautelosamente, pero con el sentido de que el de arriba lo escuche. Necesitaba resolver esa duda para poner en marcha una idea que se le pudo ocurrir a Greg, solo que la violencia para ese niño siempre está presente. Él hubiera ido con el bate golpeando a quien se atraviese.

El padre, al ver que nadie se mueve con el delicado rechinar de la madera, gira su torso manteniendo los pies estables, y con el dedo índice puesto en la boca le indica a su hijo que no se mueva ni un centímetro. Lo mejor, para él, sería que Greg se hubiese quedado adentro, su otro hijo ahí es un estorbo, con su impulsividad puede arruinar el plan.

Junto a esa seña de calma, se le agrega la cara de susto de Greg.

Su boca abierta y sus párpados ampliamente abiertos, el bate en posición baja, y sus pupilas desbalanceadas. Esa es la cara del muchacho.

Polo, en cambio, no vio por qué la cara de su hijo tiene esa reacción, pero gracias a sus oídos en perfecto estado, lo escuchó. Sintió en su cuerpo un terremoto, su cuerpo tembló de pavor al oír cómo una persona después de saltar choca rígidamente contra el suelo.

Gira, otra vez, su torso 180 grados, por el mismo costado en el que volteó anteriormente. Viendo con atención, la nuca de su invitado, la ropa bien planchada. Con un paraguas color negro, sostenido con su mano izquierda que se posa sobre su hombro, para dejar caer el accesorio sobre esa recta espalda. La mano derecha solo está extendida en el aire. Sus dedos flacos y largos, uñas redondas. Vestido formalmente como su amigo, como si fueran a un funeral, van todo de negro.

Ahora el plan se tornó en una pesadilla. La situación está cuesta arriba, y sube cada vez más para Jill.

Ella solo mira a su papá con sus ojos rojos y llenos de mar sin sal. Pero sabe que no debe hacer ruido, no hay que hacer un berrinche o algún sonido que alarme de su sufrimiento. Le ha servido de mucho leer historias de seres extraños que cazan personas por diversión. Sabe con plenitud que no moverse es la amabilidad que se usa para seres desconocidos, aunque es verdad que caminar lento y acercarse, a veces funciona. Sin embargo, es mejor que su papá actúe. Ella puede ser muy inteligente y lo que quiera, pero no tiene esa fuerza que se requiere por si los especímenes obligan a la tensión, a volverse un desenfreno de puños y uso de armas blancas.

Después de caer verticalmente contra la grama recién cortada se dispone a caminar hacia su compañero. Casualmente este posee lo que el hombre sentado no tiene, iris de color marrón y pupilas agigantadas con la misma silueta de los ojos (ovalados verticalmente), mirando fijamente a la pequeña Jill.

Ahí camina el hombre bien vestido directamente hacia el columpio, sin quitarle la vista a la niña, moviendo sus pupilas al ritmo de su velocidad al caminar. Hasta que llega el punto donde su campo de visión ya no lo deja seguir viéndola, así que comienza a ver una rama del árbol, que sobresale milímetros más arriba del travesaño que agarra las cadenas del columpio.

Ahí es cuando Polo debe actuar, donde su adrenalina tiene que fluir como nunca antes. Pero le da miedo que el hombre se dé vuelta al momento de él empezar a correr. Porque sabe cómo lo hará; corre, frena con su pie derecho dándoles la espalda a los extraños, agarra a Jill como pueda, corre hacia la casa, los empuja a todos dentro, y cierra bruscamente la puerta. Lleva imaginándose la acción desde que le hizo la seña a Greg.

Esperará alguna acción pasiva por parte del caminante, no hay duda de eso. Son estos los segundos más largos para Polo, el hombre rosado no se digna en cortar la tensión con un simple frenar de sus músculos y tendones.

Excepto la dulce Jill, ella no quiere esperar más, quiere sentirse protegida por los hombres más trabajadores del oeste. Ella sabe lo que piensa hacer Polo, lo conoce perfectamente. Ella se moverá cuando sea oportuno, quiero decir, cuando el hombre esté lo suficientemente alejado para que sus alargadas piernas no la alcacen en tres simples pasos.

Jill prueba con delicadeza, un caminar lento con dirección a su padre. Ya estando a seis metros alejado de los hombres, corre entre un llanto furtivo hacia su papá. Quien, en cuclillas, con la desesperación y alegría del mundo, la acoje para nunca soltarla; Greg, con un profundo respiro, abraza con fuerza (sin desviar la mirada hacia los hombres) a su querida familia.

Después de un abrazo familiar, voltean, el padre y la hija, a ver qué es lo que hará el caminante.

El hombre del columpio deja caer el limón para enfocarse en los tres que están completamente opacando su recta visión. Mientras el otro, parándose al costado del columpio, viendo la rama, hace un salto con tanta fuerza que se desprenden pedazos del césped, pero con una suavidad que le ayuda para darse la vuelta en el aire y, colocando la curva del paraguas en la rama, dejando que actúe la fuerza gravitatoria, se queda fijamente viendo el cariñoso abrazo.

Mientras Polo, ya sin cobardía, frunce el ceño, tomando un enojo incontrolable. Es tanto el enojo que se decide a demostrar quién manda.

-Niños -dice Polo sin despegar la mirada de los invitados-, vayan adentro. Greg dame el bate.
-¿Qué harás? -pregunta Greg entregándole el bate.
-Vayan, dije.

Los niños, anonadados por la actitud estricta de su padre, entran a la casa, dejando la puerta sin cerrar. Se posan en la ventana del comedor que da al patio, mirando qué es lo que pasará a continuación.

Polo, tomando mucho aire por la nariz, decide encararse con valentía a los extraños.

-No sé, qué o quiénes son -grita Polo mirándolos mientras los apunta con el bate. Los seres no lo dejan de mirar-, pero esta familia no deja que nadie toque su siembra. Y tú, devora limones, serás el primero.

Así es, pudo doblegar el miedo que lo consumía. Implantó la hombría antigua en tiempos de persuasión por movimientos mundiales que a él le dan igual. Transfomó la idea de un miedo a seres extraños en un enfrentamiento a muerte, o al menos él lo asimila así.

Con esa misma ímpetu entra a casa, imaginando en lo que puede terminar esa visita inesperada: una batalla cuerpo a cuerpo. Él piensa que la única manera de ganar es peleando hasta el final, sin antes buscar un modo de escapar, aunque por lo visto no es tarea complicada.

Los hombres no se mueven, y van siempre lentos. Es fácil imaginar salir corriendo sin mirar atrás, ya que si les quisieran hacer daño a los Rumbo, lo hubiesen hecho hace unos segundos atrás.

Cierra la puerta, y, chocando la espalda contra ella, se desliza hasta caer. Los hijos corren tras un abrazo de protección, saben que la unión es importante en esta situación.

Los Rumbo acaban de cometer un error, y no, no fue enfrentarse con palabras a los hombres, sino perdeles de vista. A los invitados altos les gusta que no los vean para actuar en silencio.

No es por ellos, créemeWhere stories live. Discover now