¿A qué madre comprensiva y cariñosa de 34 años se le ocurre enviar a su hija a un internado?......... a la mía.
Me encontraba en la sala de mi casa viendo televisión, mis piernas ligeramente entrelazadas una sobre la otra, sosteniendo el recipiente que contenía las palomitas que ingería, en mi tan divertida tarde, nótese el sarcasmo. Estar encerrada sin hacer absolutamente nada en todo el día, definitivamente no era lo mío, no ayudaba estar completamente sola y rodeada de gente que aunque conocía, no significaban nada en mi vida, solo gente de servicio, era lo único que mamá podía poner a mi alrededor, para sentirse un poco menos culpable, por no poder pasarse por lo menos una tarde aburrida de películas acompañándome.
La obscuridad se apoderaba de la sala de un demandante tamaño, demasiado enorme para mi gusto, el color ligeramente oscuro que adornaba las paredes ayudaban a mi tétrico escenario para ver películas de horror y morir del susto con cada absurdo ruido que mi traumada imaginación me proporcionaba. El aroma a mantequilla que desprendían las palomitas dentro del recipiente, que descansaba sobre mis piernas entre cruzadas, había conseguido anular el fuerte aroma a madera que normalmente tenía mi hogar.
Mis ojos se abrieron enormemente y mi corazón comenzó a latir, mientras mi cabeza se rehusaba rotundamente a girarse hacia la puerta que de pronto se había abierto de par en par, esta vez no era mi imaginación la que estaba empeñada en matarme de un paro cardiaco debido a un susto, esta vez la causante de que mi corazón latiera desembocado y amenazara con salirse de mi pecho o dejar de funcionar en cualquier momento, esa era mi madre…
—Te inscribí en un internado en suiza— dijo, llegando hasta mí con sus brazos posados sobre su ancha cadera.
A pesar de que su clara intensión había sido parecer despreocupada, la pose rígida de sus hombros y aquella mueca, escondida detrás de su intento de sonrisa le delataban de sobremanera, sabía cómo reaccionaría ante la noticia.
Suspiré, pretendiendo de todas las maneras posibles mantener la calma, tratar de sopesar la noticia con tranquilidad antes de lanzarme sobre mi madre en plan de ataque. Intenté respirar una vez más, pero la respiración no parecía funcionar para nada, las palabras de mi madre rondaban por mi subconsciente, pretendiendo hacerme hervir la sangre, y que aquellas palabras que luchaba por suprimir salieran de una buena vez.
Aquello había sido tal vez, lo peor que me había hecho hasta ese día.
— ¿¡Que!? – cuestione exaltada, parándome de golpe, dejando caer el recipiente sobre mis piernas estrepitosamente sobre el suelo y ocasionando que las palomitas que este contenía rebotaran y se esparcieran por el piso de mármol, alrededor de mis pies descalzos — ¿estás Loca?— cuestione una vez más exaltada, estaba furiosa — valla creo que encontraste la forma de librarte de mí, ¿¡soy solo un estorbo para ti verdad!?— agregué mirándola con lágrimas en los ojos y levantando la voz.
Mi madre era la famosa modelo internacional Carmen Betancur, quien desde hace un tiempo había empezado a salir con un famoso publirrelacionista, quien como era de esperarse la representaba y desde entonces habíamos comenzado a alejarnos. Yo comenzaba a pensar que era un estorbo para su carrera y el internado era muy buen pretexto para sacarme del medio.
Las lagrimas amenazaron mis orbes azules, al tiempo que los volvían cristalinos, mi corazón se oprimió con fuerza, mi madre solía actuar como una total adolescente irresponsable, la mayoría de las veces la que era forzada a actuar con madurez era yo, pero esta vez su intento por quitarme del medio para poder seguir con su carrera de modelo, había rebasado los límites, me alejaba de su lado, me abandonaba en un internado y en una ciudad que no solo no conocía si no que estaba a miles de millones de kilómetros de mi hogar, de mis amigos y de la única familia que tenia, ella….