Capítulo 6

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Sirius Black tenía la manía de meterse en donde no le llamaban, y eso le había traído más de un problema: había sido pillado un par de veces dentro del armario de la sala de profesores espiando lo que decían; unas cuantas en la sala común de los tejones intentando enterarse de algunos de los muchos chismes que sabían los Hufflepuff; y al menos tres en las cocinas, sonsacándoles a los elfos las recetas de sus postres mientras se atiborraba a galletas.

Le atraía el peligro, la acción y, aunque no lo admitiría, los castigos. Era el mismo tipo de atracción que ejercería un imán contra otro de un polo opuesto o el chocolate contra Remus Lupin. Sentir todas las miradas puestas en él, no por ser un Black, sino por haber sido pillado por Filch y catalogado como el mayor alborotador del colegio. Sirius sabía que podía hacerlo mejor, que podía escapar sin ser visto y gastar ocho bromas a la vez, pero si era perfecto ahora, ¿cómo se superaría en los años venideros?. No, tenía que disimular, ser castigado tantas veces que todo alumno de Hogwarts supiese su nombre, hasta el punto de tener que dar explicaciones en casa por todas las travesuras, e ir mejorando a medida que pasasen los años hasta lograr la broma maestra el último día del curso. Aquella sería su despedida magistral, la que haría que a McGonagall se le cayese el pelo y Filch sufriese al no poder castigarlo aquella vez, una broma que pasaría a la historia, la que haría que todas las demás pareciesen una porquería, que no hiciese falta que lo pillasen para que todo el mundo supiese ya a ciencia cierta que él era el causante. 


Peter Pettigrew había conocido a los Merodeadores de la manera más cliché posible: le habían defendido de alguien que se estaba metiendo con él. Era un chico alto y desgarbado que debería cursar tercero en la casa Ravenclaw. Recordaba al dedillo todo lo que le había soltado y todo lo que le habían dicho de vuelta aquellos tres chicos aunque de eso hubieran pasado ya más de medio curso. Desde aquel momento Sirius, Remus y James se habían convertido en amigos de Peter. ¡Qué maravilla tener a alguien que te defendiera! ¡Así no tendría que hacer él nada! No tendría que mover ni un sólo dedo cada vez que alguien se le hacercase por el pasillo. ¡Qué gozada! Y, por si eso fuera poco, sus nuevos amigos eran muy guapos, posiblemente los más guapos de su curso y del siguiente, y eso le otorgaba a él cierta popularidad. Sí, Peter estaba más que contento con sus nuevos amigos. 



Y volvemos con Petunia, a quien su segundo año en Secundaria le estaba resultando pesadísimo. Había imaginado tantas veces que Lily llegaría a la escuela junto con ella otra vez que le era impensable tener que hacer el trayecto sola. Y, por si fuera poco, sus amigas no paraban de preguntarle donde estaba su hermana pequeña. Petunia siempre decía que se había ido a un colegio lleno de gente rara que hacían cosas que no eran adecuadas, por lo que, sin ella quererlo, se extendió el rumor de que Lily Evans iba al Colegio San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.

Cada noche, Petunia lloraba por la vida que podía haber tenido con su hermana. Con cada carta, tenía cada vez más claro que jamás la podría tener. Con cada «Hogwarts es maravilloso», odiaba más a los magos. 

Lo que ella no sabía era que Lily quería hacer las paces con ella. Que le gustaría que estuviera con ella. Que tras cada «Hogwarts es maravilloso» deseaba poner un «pero lo sería más contigo a mi lado»

Ambas hermanas se echaban de menos, pero una de ellas lo decía con demasiado énfasis como para resultar creíble y la otra lo ocultaba tras un tupido velo de sarcasmo hiriente.

Jily, Años de ConquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora