“Buenas otra vez, continuo con mi historia: me llamo Adela, eso ya lo he dicho. De apellido Vela. Menuda guasa, eso no lo dije hasta ahora, me daba bochornazo. Siempre me he preguntado por qué mis padres eligieron ese nombre, si sabían lo que venía detrás. A ellos no se lo he preguntado nunca, les tengo demasiado respeto. Supongo que ese día, con los nervios del parto, les dio por estar de coña. Trato de cumplir con los mandamientos siempre que puedo y el de honrar a tu padre y a tu madre, no iba a ser una excepción, pero me reservo decir por dónde se podrían meter el cachondeíto, por no resultar malhablada.
Mido un metro cincuenta y cinco (con dificultad) y peso unos setenta kilos. Mi pelo es oscuro y rizado, imposible de doblegar y me condena a una eterna coleta. Soy aburrida hasta decir basta y blanducha. Bastante blanducha, hasta en verano. No hay manera de hacer carrera de mí. Me tengo harta.
Dios me vino a ver el día que conseguí trabajo de contable en “Gestoría Asensio”, pese a romper todos los cánones de belleza clásica conocidos. Fue sin duda un regalo, pero llevo ya diez años haciendo lo mismo cada día y la rutina me aplasta.
No voy a engañarme: puedo ser muy infeliz, pero no me marcharé jamás de esta oficina. ¿A qué otro lugar podría dirigir mis torpes pasos? Ya manejo los libros contables con soltura y me permito algunos lujos, como encaminar a los nuevos. Mi jefa me sonríe levemente una vez cada dos meses y tengo un “Happy Café” abajo, que me proporciona el mayor placer de cada mañana. No puedo pedir más, en el fondo (muy en el fondo), soy una chica afortunada y lo sé.
Además estoy casada.
En esta ocasión, a la nueva le han adjudicado una mesa junto a la mía. Por un instante me eché a temblar. Si resultaba ser una de esas niñas litri recién licenciadas y supermarisabidilla, acabaría con la moral hecha papilla. Pero no. Desde el primer momento, Marina me ha parecido radicalmente distinta. Callada, humilde y llena de granos. Muy de mi estilo. Nos llevaremos bien, como si lo viera. Por eso me ha chocado tanto percibir la nube de envidia cochina desde la aureola de divinidad que Tati lleva alrededor. He vaticinado que la pobre Marina se la echará de enemiga y no me quedo corta. A la rubia no le gustan las novedades ni la competencia y si bien Marina no compite en el apartado “físico atrapa-hombres”, sí que puede hacerlo y con claro carácter de favorita, en el de “tengo cerebro y además lo uso”.
Tati se lo ha olido desde el principio. Menuda lagarta es, no se le escapa una. Debe tomarnos por tontas de remate, seguramente que lo seamos, porque ella cala a la gente a la primera. El caso es que se deja caer por contabilidad con cualquier excusa tonta y taladra a la nueva con esos ojillos de rata de laboratorio que tiene, con más capas de rímel que una cebolla.
Yo ya tiré la toalla hace tiempo. Vaya, que estoy, lo que se dice resignada con respecto a esa víbora. Me hizo un par de putadas de las gordas y sigue viva porque soy una buenaza que no sabe reaccionar, ni a tiempo, ni tarde, ni nunca. Nada más llegar a la oficina, me escondió todo el material y lo tiró al contenedor. Yo sé que fue ella aunque no puedo demostrarlo. Para mi desgracia, la jefa aún entorna los ojos cuando me ve y se pregunta si no sería yo que al verme por fin con trabajo fijo, perdí momentáneamente la cabeza y lancé los bolis por la ventana. Tati es la clase de tipa que siempre consigue salir indemne de cualquier desaguisado, parecer inofensiva y es un bicho malo.
Después de eso, se las apañó para darle la vuelta al cuadrante de vacaciones y eso que somos cuatro gatos en la oficina. Pues se quedó con la mejor quincena de agosto y yo disfruté (¿) de unas merecidas vacaciones, seccionadas en cinco pedazos. Total, que ni me enteré. Un día libraba, al siguiente, al curro. Una monería, vamos.
Tampoco en esa ocasión fui capaz de romperle los morros. Y ese arilleo la animó a seguir haciéndolo año tras año. Se ha convertido en costumbre.
No contenta con eso, retuerce la tuerca. Me manda a por café o se bebe el mío, me suelta el teléfono inalámbrico para que le coja los recados a la par que contabilizo facturas porque ella tiene las uñas mojadas…
Pues Marina tiene carilla de desgraciada la muchacha. De esas que Tati convierte en diana de sus burlas y me temo que tampoco la va a poner en su sitio. Reflexionando, reflexionando, me percato de adónde quiero ir a parar: aprecio a la nueva, sí señor. La aprecio ya en tan poco tiempo que llevamos juntas. Y pienso hacer frente común con ella, contra la arpía. No va a amargarnos la vida ni un minuto más.
Tati, oye bien esto: se acabó tu reinado.”
Me eché a temblar. Confieso que los malos augurios de Adela respecto a mi futuro con Tati, me pusieron el cuerpo malo. Me creo enemigos sin mover un dedo, deben ser mis horquillas.
—Jolines —pensé—. Sí que es buenaza la tal Adela y menudo bicho la Tati, por mí misma nunca lo habría adivinado.
Sentirse culpable por haber leído el diario de tu compañera de trabajo pero aliviada a la vez por saber que te estima, es un sentimiento complicado y difícil de describir. Saqué en conclusión que Adela era si cabe, más ingenua que una servidora y que todo su corpachón no la libraba de los abusos ajenos.
—¡Vaya par de dos nos acabamos de juntar! —musité—. El hambre con las ganas de comer. No me extraña que la pobre se preocupe por la bondad del prójimo y lo que puede esperar de cada cual, aunque probablemente, yo sea el ser humano menos indicado para abrirle los ojos. Me conozco, mi madre me conoce, mi amiga Caye me conoce y todas pensamos igual: soy una imbécil que no sabe decir que no y que ha aprendido a ocultar lo infeliz que la hace esa circunstancia.
Fin del capítulo 3
Continuará...