7.- El sexo de los ángeles

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Mazikeen despidió al último camarero que quedaba en el Lux, acabó de limpiar la barra y luego se sentó en uno de los mullidos sofás con su móvil, ojeando sin muchas ganas la aplicación de Tinder para encontrar a alguien a quien llevarse a la cama.

No buscaba nada en especial, solo una distracción momentánea. Esa noche había conseguido un par de teléfonos de dos chicas y si así lo quería tenía plan asegurado hasta el amanecer. Pero antes de decidirse por un plato no estaba de más echar un vistazo a todo el menú.

—Definitivamente no. No y no.— murmuró, pasando un perfil tras otro, cuando escuchó la puerta del almacén del Lux y unos pasos detrás de ella. Seguramente sería algún proveedor tardío o bien un desconocido que venía a pedirle un favor a Lucifer.— ¡El jefe no está ahora!

—No le busco a él, Mazikeen.

Maze reconoció al momento esa voz estirada y grandilocuente y miró al techo con fastidio, lanzando el móvil sobre la mesa.

—Hola, Amenadiel.

Se levantó para contemplar al intruso. El arcángel, con las manos en la espalda y una sonrisa medio taimada, estaba plantado frente a la barra del Lux. Ella se acercó con las manos en la estrecha cintura y una ceja interrogante levantada. Lo último que le apetecía tras una larga noche de trabajo sirviendo copas en el Lux era tener que lidiar con uno de aquellos especímenes.

—¿También de vacaciones, Amenadiel? Porque a ti te pega más ir al Vaticano que venir a California, la verdad.

—Estoy de servicio. Y tú ya sabes el motivo.

Maze sacó un curvado cuchillo del cinturón y lo giró con habilidad en su mano derecha, sin apartar la vista de Amenadiel.

—Y tú sabes que no puedo permitirlo.

—Entonces, ¿te gusta estar en la Tierra sirviendo copas y aguantando a babosos día sí y día también?

—Si esa es la orden de Lucifer, yo obedezco.

—Una de las mayores torturadoras del Infierno desperdiciando su talento tras la barra de un club infame. Y yo que creí haberlo visto todo ya.— sonrió Amenadiel.

Ella no contestó, pero siguió girando el cuchillo en su mano, sin parpadear ni apartar la vista del ángel plantado en mitad del Lux. No podía permitir que la provocara con su palabrería barata.

—Tú sabes que esto no puede durar demasiado, Maze. El equilibrio entre el Cielo y el Infierno es frágil y ambos deben estar controlados. La ausencia prolongada de Lucifer en la Tierra puede traer consecuencias nefastas.

—No es mi problema.

—Lo será si Dios envía a Michael y al Ejército Celestial. Leraie y tú no podéis luchar contra miles de ángeles furiosos para protegerle. No podéis ganar de ninguna manera.

—El Infierno está lleno de demonios.— replicó Maze, empezando a enfadarse por la charla condescendiente de Amenadiel.

—La Puerta del Hades está cerrada desde que Lucifer dejó el Infierno. Tus hermanos están atrapados ahí, sin posibilidad de usar el portal para venir en vuestra ayuda.

—Entonces tendremos que luchar solas.— escupió Mazikeen, lanzando la mano derecha hacia la cara de Amenadiel.

Este esquivó la afilada hoja del cuchillo infernal con un hábil gesto, pero no contraatacó. Aquello puso aún más furiosa a Maze, que sacó un segundo cuchillo de su cinturón.

Se lanzó sobre Amenadiel con intención de rajar aquella presuntuosa cara que odiaba. El ángel paró cada rabioso intento de acuchillarle con la fuerza de sus antebrazos, hasta que Maze giró sobre sí misma y plantó una poderosa patada en el centro del pecho de Amenadiel. Esto lo pilló por sorpresa y el arcángel fue lanzado varios metros atrás, con la estupefacción pintada en su rostro.

The Fallen One [Lucifer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora