Chapter eight

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No sé cuántas horas han pasado, pero el sol comienza a ponerse y yo todavía sigo aquí sentada. No sé si es por orgullo o por el dolor interno que siento, pero la idea de regresar como si no hubiera pasado nada no me gusta en absoluto. 

Un ruido rompe el silencio del lugar, y aunque al principio me asusto un poco, enseguida la persona que se ha dignado a entrar, sale de las sombras y comienza a aproximarse a mi. Sólo lo observo una vez antes de volver la vista al frente. 

—¿Qué haces aquí? —y después de estar tanto tiempo sin hablar y llorando, mi voz sale más ronca de lo normal.

Axel, sorprendentemente, se sienta a mi lado. Eso sí, manteniendo una distancia prudente. Está claro que él tampoco se fía de mi. 

—Te he estado buscando —responde como si nada, y eso sí que me sorprende. Mi giro hacia él elevando una ceja. Eso no tiene sentido—. Luego recordé que te gusta bastante las alturas, así que he venido... y aquí estás.

Suena tan relajado que incluso esto parece una situación normal. Pero nada que tenga que ver con ellos lo es. 

—¿Te ha enviado Cameron? —y aunque mi voz sigue siento igual de monótona que antes, él parece darse cuenta de que si estoy aquí, es por algo—. Porque si es así ya puedes decirle que...

—¿Has estado llorando? —responde con otra pregunta que, desde luego, me toma por sorpresa. Más todavía cuando no respondo y él opta por acercarse a mi y girar mi rostro con sus manos hasta que ambos quedamos cara a cara. Pero yo me mantengo igual de neutra que antes, y no pienso contestar hasta recibir mi respuesta—. No, no me ha enviado Cameron. 

—¿Y qué haces aquí? —puedo resultar bastante borde, pero a él parece no importarle. Más que nada porque esta actitud que tengo, él la tiene todos los días.

Sin contestar, mete una mano en el bolsillo para luego dejar delante mía el objeto que continúa sosteniendo. Mi pulsera. 

—He venido a devolvértela —responde entonces, mientras acaricio la piedra preciosa que se encuentra en el centro. Nuestros dedos se tocan, y no sabría decir quién los tiene más fríos—. Creí que la echarías de menos. 

En un rápido movimiento, Axel me ajusta la pulsera en mi mano derecha. Lugar del que nunca debió moverse. Ahora que la observo más de cerca, para estar igual que antes.

—¿Habéis encontrado lo que buscabais? 

Él niega con la cabeza. Lo sabía. Mi hermana no tiene nada que ver con todo esto. 

—Ni rastro del chip —y sé que esas palabras le cuestan decirlas—. Supongo que debemos seguir buscando. 

Pero yo lo tengo muy claro, e igual como le había respondido a las hermanas Kahler, le contesto a él.

—Ya he dicho todo lo que sé. Si esa información es tan importante, estoy segura de que mi madre la guardó en algún lugar más importante o del que no se pueda sospechar —y después de unos segundos de pausa, intentado volver a recordar algo, añado:—. Puede que incluso se encuentre delante de todo el mundo y no nos demos ni cuenta.

El lugar vuelve a quedarse en silencio mientras los dos volvemos a observar la ciudad como la primera vez. Mi acompañante suelta un suspiro, entre cansado y frustrado, como si le molestara tener que volver a empezar de cero. 

—Todos abajo se encuentran desesperados —comienza a decir—, y las cosas serán peor como no encontremos alguna pista cuanto antes. Aunque te parezca exagerado, la pulsera era un escondite perfecto... Tenía un significado muy importante para ti y te la regalaron en un día también importante. Era perfecto, pero ya veo que no lo suficiente. 

Mentiras Poderosas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora