Capítulo 16

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Alejandro

Me desperté sobre un suelo duro que crujía con mi peso, como si fuese de madera; y con el cuerpo entumecido, haciéndome sentir que me habían comprimido por horas en un maletín. La cabeza me daba vueltas y me costaba horrores enfocar la vista. Cuando logré orientarme me vi sentado en el suelo de una habitación enorme y vacía salvo una bombilla desnuda colgando del techo, encendida y bamboleando. Me habían quitado el abrigo y la camisa estaba por fuera del pantalón y con el primer botón desabrochado.

—¿Dónde estoy...?

Entonces se abrió la puerta y entraron dos personas que tenían sus caras cubiertas: una por una máscara blanca con los ojos y los labios pintados de negro, y la otra llevaba un pasamontañas negro con una cara triste dibujada en rojo. Ambos iban armados con palancas de hierro.

—¿Quiénes sois? —pregunté mientras me incorporaba rápidamente.

—Aquí las preguntas las hacemos nosotros. —respondió el de la máscara blanca— ¿Hasta dónde has llegado en tu investigación sobre la ola de desapariciones de los últimos meses?

Volvió a abrirse la puerta, por la que se asomó Toby, con la cara descubierta y una mueca de incredulidad en ella.

—Así no vais a conseguir nada. Míster Hombros Anchos ya sabe cómo desarmaros y daros una paliza desde que entrasteis por la puerta. —me dirigió una mirada divertida y sonrió— Tranquilo, te tienen más miedo a ti que tú a ellos. Y te doy las gracias porque eres la excusa para que estos dos limpien el cuarto de los trastos.

—Vienes a estropear el interrogatorio y encima te pones de capullo con nosotros, ¿estás de coña? —el de la careta estaba muy mosqueado.

—Oye, Toby tiene razón. —respondió el del pasamontañas— Si sabe tanto no merece la pena. Vamos a ser amables con él, Tim.

El de la máscara blanca exhaló un ruidoso suspiro de frustración.

—Está bien.

Con una mano se quitó la máscara, dejando ver unos rasgos muy comunes: hombre de entre 30 y 35 años, cabello castaño corto, facciones duras y ojos oscuros. El otro se quitó el pasamontañas. Parecía más joven, aunque mayor que Toby, de cabello oscuro, ojos pardos y rasgos faciales más finos que el otro.

El que se hacía llamar Tim se quitó los guantes y con su mano derecha, cuyo dorso tenía una especie de tatuaje de un aro tachado con una X de color negro, semejante a la marca que llevaba el otro en la frente, sacó una caja de tabaco de su bolsillo, puso un cigarrillo entre los labios y sacó un mechero para encenderlo. Tras dar la primera calada comenzó a hablar, mientras expulsaba el humo por la nariz:

—Puede que Toby sea un capullo monumental, pero si él confía en alguien nosotros no vamos a dudar de él. Puedes llamarme Tim. —señaló con la cabeza a su compañero— Y este es Brian. Supongo que Toby te lo habrá contado todo.

—Todo no, si soy sincero. —respondí de la forma más neutral posible.

—Vale, —el tal Tim le dio otra calada al cigarro— ven con nosotros.

Les seguí hasta la puerta, que daba a un salón la mar de corriente, con su sofá, su tele y sus estanterías llenas de libros.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—Eso sí que no te lo podemos decir, Alex. —respondió Toby, encogiéndose de hombros— esa es una norma que no podemos cumplir.

Me guiaron hacia la cocina, donde había una mesa con varias sillas. El tal Brian me señaló amablemente una de ellas y yo tomé asiento.

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