11) Encuentros furtivos.

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Narra Jayden

Como me dije, a las seis en punto dejé a Juan Carlos terminando algunas cosas, y salí con rumbo a mi casa.

Las manos me sudaban. Como un cobarde sentía el latido de mi corazón errático, pero estaba decidido. Hoy acabaría con esto de una vez. Así que al llegar estacioné, entré, pero no la encontré en la sala de estar. Rodé los ojos y fui a la cocina.

Jayden: ¿Dónde está? —le pregunté a Esmeralda, quien bebía café cómodamente sentada en la isla.

La viejita se sobresaltó un poco y me miró, regañando mis formas de saludar. Yo alcé las cejas.

Jayden: ¿Dónde está? —volví a preguntar y ella dejó salir un largo suspiro.

Esmeralda: En el jardín de atrás tomando algo de aire, para estar tranquila —recalcó cuando vio mis intenciones de pasar las puertas corredizas—. Sé que quieres hablar con ella, chico, pero trata de no alterarla mucho. Recuerda que está embarazada.

Jayden: Claro.

Esmeralda: Hablo en serio.

La miré con las cejas otra vez alzadas y suspiré, dándome por vencido.

Jayden: Lo entendí, vieja. No alterarla, lo capto.

Esmeralda: Eres un tonto.

Con una carcajada contenida salí por la puerta de la cocina, y no bien lo hice la vi sentada a unos metros en una tumbona, con las piernas recogidas, dentro de unos shorts, una blusa suelta, y mirando al frente como si este le diese todas las respuestas que necesitaba para la vida.

De solo verla el corazón me fue muchísimo más rápido. Ella era..., tan preciosa, tan..., inocente. Eso me hizo fruncir el ceño. Siempre vi a Vanessa como alguien inocente. Sin embargo, ahora me daba cuenta de que nunca pensé en qué forma era inocente. Era una mujer astuta, lista, pero ingenua y muchas veces pacífica. Vanessa, en cuanto a las relaciones se refería, era el ser más inocente que podía haber. Se entregaba, o trataba de hacerlo, ella de verdad quería. Y lo sabía, yo sabía que me quería y me moría cada día un poco más por no poder decirle que me moría, pero por ella, que la amaba, que mi único pensamiento era amarla de todas las formas, que sus labios siempre estaban en mi cabeza, su voz, sus abrazos, sus locuras. Que sentía que era para mí de tal forma que a veces no me contenía a la hora de besarla, y no quería hacerlo.

Y ahora estaba aquí, pudiendo remediar mis errores, a punto de tener un hijo con ella, y me aterraba, me aterraba más de lo que quería reconocer. ¿Qué pasaría después? Siempre pasaba algo. ¿Y si ese niño no era mío?, ¿si solo era una sospecha? Ella también estuvo con él aquella noche, primero que conmigo. ¿Y qué si ahora lo amaba a él? ¿Yo toleraría verlos juntos, saber que duerme entre sus brazos y que disfruta de sus besos?

La sangre se me llenó de rabia. Y, antes de cometer una locura, dejé salir el aire despacio por la boca, me acerqué y me senté junto a ella, quien parecía perdida en sus pensamientos.

Al notarme se tensó.

Y un segundo después trató de ponerse de pie.

Coloqué una mano en su pierna desnuda y se tensó mucho más.

Vane: Jayden...

Jayden: Tenemos que hablar.

Vane: No creo que sea el momento. —Trató de levantarse otra vez y otra vez apreté su pierna, girándome por completo hacia ella. Se veía nerviosa, como si temiese la idea de tenerme en frente, y no sabía cómo de mal tomarlo.

REDENCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora