Parte 1 Sin Título

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El local estaba a reventar. Amelia tenía razón y el restaurante estaba lleno de celebridades que Luisita había visto en los anuncios de la televisión y en las páginas de las revistas. Luisita pudo observar cómo algunas de aquellas personas reconocían a su novia, pero parecían estar acostumbradas a ver a compañeras de profesión y no mostraron intención de molestarlas.

La única mesa que encontraron libre se encontraba en un rincón, lo cual no importó a la pareja, ya que estaban deseando pasar desapercibidas y disfrutar de un poco de intimidad, lo cual se había convertido en todo un reto desde que Amelia volvió a casa.

-Bienvenidas, señoritas. ¿Qué van a tomar? – preguntó un camarero con una sonrisa que confirmaba las sospechas de Luisita.

Tras pedir una pizza para compartir y unos tragos, Luisita se quedó callada con una expresión que Amelia conocía muy bien.

-¿Y ahora qué pasa, Luisita? – preguntó la vedette.

-¿Que qué pasa? ¿Que qué pasa, Amelia? Pues que ese camarero te ha visto en bolingas y te estaba comiendo con la mirada. Eso pasa.

-A ver, cariño, la revista ha tenido mucho éxito y muchos hombres la han visto. Bueno, y muchas mujeres. Pero, ¿no te das cuenta de que yo solo tengo ojos para ti? – contestó Amelia con esa sonrisa que hacía que Luisita se derritiese cada vez que la veía. – Además, ninguno de esos hombres me ha visto como me has visto tú – susurró con un guiño.

A los pocos minutos el camarero apareció con la pizza y, tras asegurarse de que a las chicas no les faltaba nada, desapareció entre las mesas.

-Genial, ingrediente extra: baba de tolai – añadió Luisita siguiendo al camarero con una mirada fulminante.

Amelia no pudo evitar reírse. Le gustaba que Luisita fuese siempre tan clara mostrando sus sentimientos, pero no entendía muy bien el motivo de sus celos, ya que ella no tenía el más mínimo interés en nadie que no fuese esa preciosa rubia alocada que tenía enfrente. Era el amor de su vida y no sabía cómo agradecerle que no se rindiese en los momentos tan difíciles que habían pasado.

La noche se desarrollaba con tranquilidad, entre miradas y sonrisas que trataban de disfrazar de amistad lo que ambas sabían que era mucho más. Conversaron acerca de la portada, de María y su futuro bebé, del nidito de amor que estaba cada vez más cerca y de lo mucho que extrañaban esos momentos a solas.

Poco a poco, el local se fue vaciando y el camarero se acercó a las chicas para avisarles de que cerrarían en breve.

-Vamos, termina tu copa. Conozco un local aquí cerca donde podemos ir a bailar y tomar unos tragos – sugirió Amelia.

-Amelia, que mañana trabajamos. Mejor lo dejamos para otro día, que yo con haber pasado este rato a solas contigo ya soy feliz – contestó Luisita.

-Venga, solo un baile, por favor – insistió su novia con un gesto suplicante.

No sabía cómo lo hacía, pero cada vez que Amelia la miraba con esos ojos, Luisita no podía negarse a sus exigencias.

-Bueno, vale. Pero solo un ratito - cedió Luisita.

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Lo primero que hicieron al entrar en el local fue acercarse a la barra evitando a la cantidad de jóvenes que se movían al ritmo de los últimos éxitos musicales. Apoyadas en la barra pidieron un par de copas y se animaron a bailar. Entre tragos y movimientos cada vez más torpes llegó el momento que ninguna esperaba. Las chicas se quedaron paralizadas intercambiando miradas de complicidad.

-Ven aquí – dijo Amelia agarrando a Luisita por la cintura y acercándola hacia ella.

Su canción sonaba de fondo y la pareja bailaba como si no existiese nadie más en el lugar. Ya habían tomado unas cuantas copas y su baile consistía más bien en un tambaleo torpe y múltiples pisotones, pero la pareja no podía ser más feliz.

-Lof mi gerrrrl, ai lof yuuuu, ooooh – comenzó a cantar Amelia.

-Amelia, así no es. Bailas y actúas muy bien, pero el inglés no es tu fuerte – le dijo Luisita separándose unos centímetros de su novia.

- ¿Cómo que no, Luisita? Que sí, mujer. Si me la sé de memoria.

-Ya... Yea yuuuu uuu chas yuuu... - comenzó a cantar Luisita a todo volumen.

-¡Onli yuuu! En ai craaaai sou lonliii – cantaron al unísono sin percatarse de las miradas y risas de quienes las rodeaban. Lo que había comenzado como un baile acaramelado se había convertido en una batalla de canto que mantenía expectantes a todos los presentes en el local.

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El aire esa noche era fresco y las dos jóvenes caminaban agarradas del brazo hacia casa de los Gómez. Lo que normalmente era un gesto de cariño y complicidad era, en esta ocasión, un gesto de supervivencia, ya que ambas se tambaleaban y buscaban apoyo en la otra para no caerse. Amelia se quitó los zapatos nada más entrar en el portal.

-No aguanto más, me están matando. Luisita, ¿de qué color son? – preguntó la vedette agarrándose a la barandilla de las escaleras.

- Pues no lo sé, Amelia. Cuando lleguemos se lo preguntamos a mi abuelo – contestó Luisita tratando de aguantar la risa.

Al llegar a la puerta de casa, Luisita intentó encajar la llave en la cerradura sin éxito. Tras varios intentos fallidos con la risa de su novia de fondo, la puerta se abrió y las muchachas se encontraron con Manolita y su mal genio de frente.

-¿Se puede saber qué horas de llegar son estas? – preguntó la mujer tratando de no levantar demasiado la voz para no despertar al resto de la familia.

- A ver, mamá. Que nosotras hemos tratado de llegar pronto a casa, pero es que resulta que los semáforos en Madrid van más lentos por la noche y claro, se nos ha hecho tarde – contestó Luisita tratando de parecer sobria.

- Pero bueno, qué vergüenza. Miraos, si no podéis ni teneros en pie.

-Que sí Manolita, lo que pasa es que llevamos el ritmo en las venas – dijo Amelia entre risas.

- ¿El ritmo? Lo que lleváis es una cantidad de alcohol monumental. Ya veréis mañana... Anda, idos a la cama y ni se os ocurra despertarme a los niños, que luego no hay quien los vuelva a dormir.

Las jóvenes pusieron rumbo a su cuarto entre risas y, sin cambiarse de ropa, cayeron rendidas sobre la cama. Sabían que las copas les pasarían factura al día siguiente, pero aquella noche había merecido la pena. Luisita miró a su novia y, apartándole el pelo de la cara, la besó.

-Gracias por esta noche, echaba mucho de menos esto – le dijo en un tono dulce manchado de cansancio.

-Yo también. Te quiero mucho – contestó Amelia con otro beso.

La noche llegó a su fin con las chicas cayendo dormidas agarradas la una a la otra. Sabían que pronto dormirían en su propia casa y podrían disfrutar de muchos más momentos de intimidad. Esta vez con menos copas.

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⏰ Last updated: Jul 19, 2019 ⏰

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