A veces el destino nos patea para que descubramos quiénes somos en realidad. Otras veces, para mostrarnos los demonios que guardamos y que nos han devorado el corazón.
Esta es la historia de cuatro hombres rotos, quebrados por los giros de un dest...
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El rostro de Lee se transfiguró. Su pecho había sido atravesado por la daga de la traición y jadeaba, herido en su nobleza. Seo Joon se angustió al verlo con la sangre subida en la cabeza a punto de estallar. Tuvo temor de que la tensión que estaba aguantando le sobrepasara y enfermara como su padre.
Se llevó una mano a la boca y mordió la uña del dedo gordo. Debía pensar qué hacer para ayudar a Min Gi. No era normal esa expresión en él. Ni siquiera cuando se enteró de la grave situación económica se quebró de esa manera. Era un hombre de una fortaleza envidiable. Lo conocía desde la adolescencia y sólo una vez lo vio apretar las manos hasta que las uñas sangraron sus palmas, sus labios temblar con la tensión de su mandíbula, sus cejas unidas en el entrecejo como una sola y la mirada enterrada en el piso, casi llegando al infierno. Como aquella vez, Lee estaba paralizado en medio de la tarima golpeado por la impotencia, amargado por la injusticia y sintiendo una profunda decepción de sí mismo.
«Min Gi, por favor, levanta la mirada. ¡Mírame! Me estás asustando». Seo Joon mantenía ese pensamiento y los ojos fijos en Lee, intentando que su mirada ambarina le hiciera reaccionar.
«¡Minchin, por favor! No puedo verte así. Tú eres el más fuerte de todos», repetía en su mente. Sus manos comenzaron a enfriarse, la garganta se le secó y la tristeza abrazaba su corazón. ¿Por qué estaba pasando eso? Antes de que sus ojos se humedecieran, sacudió la cabeza de un lado a otro para obligarse a reaccionar. Tenía que hacer algo por él.
Se levantó de su asiento con tal brusquedad que la silla cayó de espalda. Sin querer hizo el suficiente ruido como para que las miradas se centraran en él. Su largo cabello, dorado como el trigo maduro y aprisionado en lo alto con una banda de seda, ondeó al compás de su andar. Su figura esbelta marcaba pasos rítmicos y apresurados casi como el elegante trote de un caballo ruso. Subió al auditorio y se ubicó al lado de Min Gi, sabía que estaba rompiendo el protocolo; pero ya su amigo lo había hecho con su sexy acto de la chaqueta. Observó al cuerpo de directores, esperaba que alguien más se levantara. El líder de administración habría podido ayudar mucho más que él, pero este se había quedado pegado a su asiento tras escuchar las insidiosas preguntas de algunos asistentes.
Hubo un silencio expectante ante la presencia inesperada de Shin Seo Joon en la pequeña tarima. El estilizado director del departamento de Marketing siempre causaba impacto en cualquer lugar en el que se parara. No sólo era su delicada forma de andar; su rostro ovalado de mejillas sonrosadas, piel tersa como la porcelana, ojos grandes y claros de mirada dulce, detenía las respiraciones y alegraba los ojos. Él era un espectáculo que, en un país de estatura promedio, cabellos y ojos oscuros; disfrutaban todos por igual. Su aspecto andrógino lo hacía lucir tierno y mucho más joven de los 29 años que portaba.
La fantasía colectiva era protegerlo y abrazarlo como a una tierna mascota. Lo soñaban las mujeres; pero eran los hombres quienes más lo procuraban. Sin embargo, cuando alguien equivocado intentaba acercarse a él de forma más íntima, se daba cuenta de que su carácter no correspondía con su figura. Si alguno se sobrepasaba creyéndole sumiso, sentirían la sangre en su boca con la coz de aquel caballo de crines doradas.
Se plantó frente a todos con una gran determinación; pero no tenía un plan. Su repentina acción la motivó la ansiedad de ver que su jefe y amigo lo estaba pasando mal. Pensó decir dos o tres cosas, ser sólo un elemento de distracción mientras Min Gi se recuperaba, mas su mente se quedó en blanco. Después de varios minutos, la atención que logró con su llegada se desvaneció. Los empleados empezaron a quejarse de nuevo y la caldera en la que se había convertido el salón volvió a encenderse. Lee esbozó una media sonrisa, le agradeció el gesto y le pidió que regresara a su asiento; el clima oscuro que llenaba aquellos espacios era capaz de opacar hasta el aura más brillante.
El rubio Joon no se movió. No le importaba si los empleados pensaban que sólo era un adorno en aquella tarima. La grave situación de la empresa le afectaba tanto como a ellos, tampoco para él fue fácil de digerir. SH-Min Software era todo lo que tenía. En ella renació como ser humano y creció como profesional. Logró estabilizar su vida, sus emociones y también encontró en los Lee a una familia que suplía en gran medida a la que había perdido años atrás. Y de repente, el que había sido su hogar se resquebrajó y esa persona que fue su pilar en los momentos dificiles se desmoronaba frente a él. ¿Qué debía hacer? ¿Sentarse y mirarlo caer?
Familia. Esa palabra se asomó en su mente. Era la que había usado Lee para definir a la empresa. Sin embargo, esa palabra no era siempre sinónimo de armonía y buenos sentimientos. Seo Joon paseo la vista por el salón, observó los rostros iracundos de aquellos que alguna vez sonrieron y alabaron a los Lee, jurándoles una lealtad que nunca se les exigió. Eso lo asqueó. Volteó la mirada a Min Gi, quien con una expresion triste le insistía que regresara a su lugar.
—Vicepresidente Lee. Sé que no está contemplada la intervención de alguien más en esta reunión, pero ¿me permite decir unas palabras? —Solicitó el permiso con una voz alta y clara para que los del auditorio prestaran atención.
El murmullo fue inmediato. Lee aguzó la mirada dudando de la cordura de Shin al querer enfrentar a aquel encendido auditorio; observó que los ojos ambarinos tenían un brillo poco usual, su rubio amigo estaba determinado a intervenir. Resopló, lo meditó por unos segundos. Qué más daba, le haría bien alejarse del frente de batalla para calmarse un poco. Asintió, con un ligero movimiento de cabeza y le cedió el micrófono, haciéndose a un lado.
Con su apariencia tierna y delicada, tomó una respiración profunda. Contuvo el aliento por varios segundos y luego, lo soltó junto con sus primeras palabras, que salieron cargadas de mucha fuerza.
—¡¡Debería darles vergüenza!! —El tono elevado hizo temblar las paredes y a los presentes que nunca se imaginaron ese comienzo.
Min Gi respingó y abrió sus achinados ojos, sorprendido. Intentó detenerlo, pero el rubio lo fulminó con la mirada. Decidió dejarlo continuar para saber hacia dónde planeaba ir con su enloquecida intervención.
Seo Joon afianzó los pies en la tarima y con el ceño muy fruncido contempló a cada uno de aquellos que conocía de siempre. Sin embargo, su actitud intimidante no fue suficiente para detener la lengua envenenada por la miseria de algunos.
—Es a ellos a quienes debería darles vergüenza. Y a usted, director Shin, por estar de su lado. —Atacó la infamia de un hombre del departamento de servicios generales.
—¿Estar de su lado, dice usted? —preguntó el rubio y agregó de inmediato—. Si mal no recuerdo, de "su" lado estuvo el presidente Lee Sung Ki cuando por su mala cabeza, su irresponsabilidad, casi pierde la casa de sus hijos con el banco. ¿Se atreve a juzgarlos ahora?
El silenció aplastó a todos los del auditorio. Se percibió el movimiento de cuellos girando y ojos sorprendidos que se concentraron en aquel hombre que no tuvo más remedio que enterrar la cabeza en su pecho.