Fin de clases

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Valentina dio por terminada la clase. Los niños se retiraron rápidamente, arrancando como lo hacían siempre de aquel establecimiento precario. Cerró el libro de clases. Ahora podían tener pizarras holográficas sensibles a la presión y a la temperatura, pero el libro de clases seguía siendo un libro. Miró por la ventana, un grupo de bichos sobrevoló entre los edificios, llevaban consigo una masa de carne imposible de identificar. Seguramente un gato o una rata particularmente grande.

Bichos, a falta de una palabra mejor les decían así.

Sus abuelos seguramente hubiesen enloquecido al ver sus formas asimétricas y sus patas de araña colgando de bolsas membranosas hinchadas de gas. Ya era para todos normal, a veces las juntas de vecino se organizaban y les daban caza por las tardes, los niños les arrojaban piedras y las madres desde las ventanas los departamentos las golpeaban con el fierro de las escobas.

Es asombroso a lo que la gente puede acostumbrarse.

No se sabía de donde habían venido, un día simplemente aparecieron en bandadas enormes. Valentina sabía que algo tenía que ver con lo que encontraron en el pacifico, las fechas calzaban.

Se hablaba mucho sobre lo ocurrido en el océano, a veces Valentina trataba de escuchar conversaciones de pasillo entre colegas, a veces sus mismos alumnos lo mencionaban.

—Allá abajo no encontraron solo monolitos y rocas talladas—. Le hizo notar un jovencito con apariencia de desvelado.

La televisión mencionó que habían encontrado una ciudad completa sumergida, arquitectura ciclópea e imposible de una civilización que no podía pertenecer a nuestra línea de tiempo. Databa de antes de todo, cuando la Tierra era aun una masa de fuego caótica.

Se habló en matinales y programas de madrugada. Un pastor evangélico señaló lo ocurrido como una de las señales de que quedaba poco tiempo, de que en cualquier segundo el cielo se abriría y la corte celestial completa vendría a hacernos cagar fuego.

La bestia de siete cabezas abriéndose paso entre las aguas a pasos agigantados y torpes. 

Pasaron las semanas, el tema perdió el interés de los medios. Nunca se habló de algo que no fuese la ciudad. La gente se permitió olvidar. 

Ni el cielo se abrió, ni nada surgió del océano.

Pasadas unas semanas comenzaron a hacerse virales las fotos. Valentina estaba convencida de que eran ediciones baratas, manipulaciones como cualquier otra cadena estúpida en redes sociales. Pasaron del "se viene un terremoto grado diez para la zona central" al "algo gigante duerme en el Pacifico". El siguiente e inevitable paso lógico en el interminable jugueteo conspirativo. Si, así pensaba, hasta que vio las fotos.

Algo así no se podía crear en una computadora, tejiendo pixeles a punto cruz con  la limitada imaginación humana y la artificiosa tecnología con sus cuestionables resultados. 

Dios mío, la masa de apéndices y tentáculos.

Se volvió un secreto a voces, todos sabían que algo dormía en aquella estructura erróneamente llamada ciudad. Aquello en realidad era una cuna imposible, una incubadora para algo gigante que repta y grita y espera. 

Pero todos siguen yendo a trabajar, convencidos de que aquello que duerme seguirá durmiendo y que el problema es para otros, para los que vendrán después. Valentina apagó las luces de la sala y pensó en como la humanidad completa, con sus masacres y guerras caía en el espacio de un embarazo grotesco. Suspiró y después de mucho tiempo sintió ganas de llorar.

Aun le quedaban un par de horas de trabajo. 

Historias cortas de horror y misterio #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora