Ezio x Cesare

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—¿Sabes? Existe una puerta, no es necesario que entres así, sin avisar. Es de mal gusto, Leo.

Murmuró Ezio a sus espaldas, sujetando una de las blancas plumas entre sus dedos, jugando con el suave y angelical objeto, su ceño se mantenía fruncido como siempre que el rubio hacía una de sus poco sorpresivas apariciones. Dejó caer la pluma sobre el escritorio y de este levantó uno de los cuchillos que descansaban ahí. Ante el silencio de su invitado, lanzó el cuchillo, la pieza de metal atravesó la estancia; pasó a un lado de Leonardo, y cortó algunos cuentos cabellos dorados antes de clavarse en la pared con un sonido seco.

—No estoy hoy de humor para tus juegos, Ezio.

Auditore sonrió y bajó la capucha que cubría una tercera parte de su rostro, revelando su penetrante y fría mirada avellana.

—Nunca lo estás, nada fuera de lo normal. Ahora dime, angelito ¿Qué hormiga se le ha escapado de su granja a tu jefe?

Leonardo se giró, dedicándole una breve mirada de reproche al menor ante su actitud y la pequeña blasfemia.

—Su nombre es Cesare Borgia. Un incubo. Quiero decir…

Auditore alzó la mano y detuvo la explicación del ángel.

—Sé que es un incubo; te recuerdo que llevo tiempo haciendo el trabajo sucio de tu jefe. Ya estoy un poco cansado de tener que hacer control de daños de todo lo que el Creador deja que escape de sus manos. Y ahora que lo pienso ¿Por qué no viene él mismo a…

Antes de que otra blasfemia escapara de los labios del cazador, pudo sentir la mano de rubio sobre su mejilla, el golpe había sido más duro de lo que había llegado a imaginar alguna vez.

—Hacerse cargo de sus asuntos.

Terminó la frase, sonriendo con sorna y una mirada retadora, y antes de que Leo tuviera oportunidad de asestar otra bofetada, detuvo su mano en el acto; tiró de él, y con la mano libre sujetó su cintura, atrayéndole; sabía que el ángel tenía fuerza suficiente para apartarse, y sin embargo no lo hizo.

—¿Me darás un beso de buena suerte antes de irme, o temes que el de arriba te quite tus preciosas alas?

Ezio le liberó sin dejarle responder y tomó sus cosas; no quiso preguntar más detalles a Leonardo sobre su siguiente objetivo, después de todo, estaba bastante informado sobre este, pues Cesare y su hermana dirigían un bar bastante popular; todo mundo era bien recibido a saciarse hasta el hartazgo de todos los placeres que el mundo pudiera ofrecer tras las puertas de aquel lugar. Ezio no lo iba a negar; un par de veces había acudido al lugar; así que, una vez salió de su departamento, se dirigió al parking a las afueras de su edificio y abordó su motocicleta. El rugido del motor le hizo sonreír con su arrogancia habitual y finalmente se puso en marcha hacia el bar.

No pasó más de media hora cuando Auditore se encontraba en las puertas del lugar; le hacía algo de gracia la ironía del cartel que adornaba la entrada. "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate". Ezio reconocía la cita de "La Divina Comedia" al entrar al sitio desabrochó los primeros botones de su camisa, el ambiente resultaba tan sofocante como la última vez que había estado ahí, cuatro meses atrás.

—Ah, Ezio Auditore, ya echábamos de menos tu presencia por aquí. Sólo te recuerdo, las armas no están permitidas.

La voz a sus espaldas le hizo palidecer, especialmente, cuando sintió aquellas manos recorriendo sus hombros y viajando a los antebrazos, tanteando las armas que portaba el cazador bajo sus mangas. Permitió que Cesare le despojara de estas mientras que se iba relajando ante su habido toque mientras que recorría el lugar con la mirada.

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