5-La gente del bosque:

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En contra de su propia consciencia, los chicos decidieron seguir a la lógica. Decisión de la que pronto se arrepentirían. Temerosos de perderse en el bosque, cruzaron el puente uno a uno. Sin embargo, Delfina se congeló a la mitad y no pudo seguir avanzando.

— Vamos, Delfi —la instó su novio con suavidad. Iba delante de ella y, al cruzar al otro lado, estiró su mano para que la agarrara... sin embargo estaba demasiado lejos. Lamentablemente una brisa balanceó el puente y la chica, aferrándose a la cuerda, chilló de miedo.

— ¡No, no... no puedo! —exclamó aterrada y echándose a llorar.

— Vamos, sí puedes, te queda poco... —le dijo Pedro.

Los demás los miraban, sin saber qué hacer. Carolina le dio unas palabras de consuelo, sin embargo, su hermana no se movía.

— Quítate del medio... Ya me secó la mente la mocosa —exclamó Santiago molesto, mientras empujaba a un lado a su hermano.

El chico se precipitó sobre el puente y alcanzó a tomar del brazo a Delfina, pero fue tan brusco que el balanceo del puente se intensificó e hizo que cayeran de espalda. Por suerte, sobre las tablas. No obstante, Santiago perdió un bolso que llevaba a la espalda y que fue a parar al río.

— ¡Idiota! ¡Se van a matar! —gritó furioso Pedro, mientras se lanzaba sobre el puente para detener el balanceo. Los demás lo apoyaron a coro.

— ¡Se van a caer! —vociferó Carolina, asustada hasta las lágrimas.

No obstante, no se cayeron, cinco minutos después caminaban por el bosque, aun discutiendo. Excepto Delfina, que estaba tan enojada y asustada, que decidió no hablarle más a Santiago.

— Esperen un segundo... ¿escuchan? —preguntó Ezequiel, deteniéndose de golpe.

Sí, escuchaban ruidos... eran pasos de personas pero ¡no había nadie allí! Elio se alarmó y les indicó un arbusto espeso, empujándolos. Allí se refugiaron todos. El miedo se les había contagiado. Sabían que tenían compañía, eso era seguro... ¡pero no veían a nadie!

De pronto... un fuerte ruido se escuchó a su espalda. Los chicos saltaron del susto. Sin embargo, detrás de ellos... no había nada.

— ¿Qué demonios? —susurró Pedro.

Los pasos no se oyeron más, pero no daba la sensación de que se hubieran alejado sino de que solamente se habían detenido. Estaban en una parte del bosque bastante despejada de árboles y era muy extraño que no pudieran ver de quién se trataba. Y eso daba escalofríos.

— Mejor vamos —dijo Santiago. La firmeza en la voz que siempre lo caracterizaba había desaparecido.

— ¿Qué habrá sido eso? —susurró Ezequiel, desconcertado.

— Parece... como si alguien nos vigilara... ¿No tienes esa sensación? —le dijo Carolina, en voz baja.

Ezequiel también lo había pensado, sin embargo, sus sentidos le indicaban que no era probable. Si había alguien entre ellos ¡deberían verlo!

— Apúrense, hay que salir de aquí —les ordenó Elio, al pasar al lado de ellos. El tono de su voz acabó por asustarlos.

Delfina volvió a insistir en partir pero nadie la escuchaba. Todos pensaban en lo mismo. ¿Habrían sido personas? No era probable... el puente parecía no haber sido usado en siglos.

— Quizá alguien nos siguió —susurró Pedro, mientras casi corría al lado de su amigo.

— No lo creo... no es posible —replicó este.

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