Prólogo

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No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, el ser humano es gilipollas

Todo cambió aquel catorce de febrero cuando mi padre, mi madre y yo íbamos sentados en el coche, cantando al ritmo de nuestra canción favorita.

Hace unas horas habíamos decidido ir a un nuevo centro comercial que acababan de abrir en la ciudad, la idea había sido mía y mis padres accedieron porque bueno, llevaba una semana repleta de exámenes y sabían que si no me llevaban a aquel sitio probablemente me quedaría encerrada en casa y ellos no querían eso.

Los tres estábamos felices, llevábamos un tiempo sin ir a ningún sitio todos juntos porque entre el trabajo de mi madre, el de mi padre y mis exámenes apenas nos quedaba tiempo para hacer un poco de vida familiar. Todo marchaba bien, cantábamos y reíamos como una familia feliz.

Entonces pasó, ocurrió todo en apenas una fracción de segundo, ni siquiera tuve tiempo de gritar. El coche empezó a ir cada vez más deprisa y los frenos no funcionaban, mi padre perdió el control del vehículo. Salimos disparados contra el coche que estaba delante del nuestro y chocamos, lo siguiente que recuerdo es oscuridad.

Aquel magnífico día se convirtió en el peor de nuestras vidas en tan solo un instante, un instante que me cambió la vida.

A los tres días desperté en el hospital, tenía una pierna rota y algunas heridas no muy graves. Mi padre estaba sentado en una silla que había al lado de mi camilla, me giré para verle la cara, tenía ojeras y un brazo roto pero por lo demás parecía estar bien.

Al verme despierta se levantó y se acercó a mí, solo entonces pude ver que tenía los ojos rojos y vidriosos, entonces entendí que algo más había pasado.

Mi padre me comunicó la noticia con la voz rota, mi madre no había sobrevivido, nos había dejado solos y en ese mismo instante sentí como algo dentro de mí se rompía.

Pasaron los meses y todo había cambiado. Dejé de estudiar y me volví diferente, empecé a salir todos los días por ahí, cada semana estaba con un chico diferente. El simple hecho de que mi madre muriera el catorce de febrero, día de los enamorados, hizo que dejara de creer en el amor, hizo que me asustara la simple idea de amar a alguien.

Mi padre no sabía que hacer, cada vez nos distanciamos más.

Pasó un año y mi padre decidió hacer algo, me llevó al psicólogo. Después de varias sesiones el hombre que me atendía informó a mi padre sobre una academia en un pueblo de Cádiz en la que, a través de la música y algunas reglas bastante estrictas, pretendían reformar a aquellos que eran rebeldes pero no por que su personalidad sea así, si no porque algún terrible suceso les ha llevado a serlo.

Mi padre accedió, haría lo que fuera porque volviera a ser la misma de antes.

La simple idea de ir a esa academia me asustaba, no se me daba bien hacer amigos y tampoco me gustaba mucho la música (a no ser que fuera reggaeton o ese tipo de música que ponían en las discotecas a las que iba con mis amigos), por no hablar de las reglas estrictas que decían tener... Yo quería seguir siendo libre, poder hacer lo que quiera, pero sabía que hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera nada cambiaría a mi padre de opinión. Así que dejé de insistir y acepté mi destino.

Después de todo la idea de ir a ese centro comercial había sido mía, en el fondo yo tenía la culpa de haber cambiado, de haber dejado de ser la chica buena que estudiaba y hacía caso a sus padres para convertirme en todo lo contrario, una rebelde. 

[En proceso] Maldito DestinoWhere stories live. Discover now