P.O.V Marcus
Nunca pensé que llegaría a enamorarme de esta forma.
Siempre entendí que el amor era algo maravilloso, y en ocasiones creía que lo había encontrado, pero no estaba más que convenciéndome a mí mismo de que era así.
Alexander es mi primer amor.
Antes de él me reía de las series románticas en las que, por el simple hecho de que la protagonista viera al chico que le gusta sonreír, su mundo se debilitara.
Pero es una situación tan real. Cuando Alexander sonríe mi mundo se detiene, solo puedo verlo a él, ensanchando con delicadeza sus finos labios, un gesto tan sencillo pero tan hermoso.
Nunca pensé que gritaría de emoción con solo imaginármelo sin camiseta, la verdad nunca pensé que me dedicaría a imaginar a otra persona sin camiseta en primer lugar.
Pensamientos subidos de tono, desear besar sus labios, sentir mi piel electrizarse con cada toque... Parece impensable.
Pero es real.
Es real y es maravilloso, aunque aterrador a la vez.
Por ello ahora estoy en un museo a pesar de que no soy muy fan de ellos, sinceramente los museos me suelen aburrir bastante.
Pero la mirada de Alexander mientras observa los cuadros, tal vez sean imaginaciones mías pero es como si brillara. Su inexpresión es la misma de siempre, pero aún así siento emoción dentro de él.
—Vayamos a ver ese cuadro de allí —pidió señalando uno a lo lejos mientras tomaba mi mano. Yo asentí con una sonrisa.
Nos paramos frente a un cuadro antiguo de un hombre siendo atravesado por varias flechas en la espalda. La verdad es que algunos cuadros eran algo sádicos o sexuales.
Mi novio volvió a tomarme de las manos y me arrastró frente a una escultura de mármol de un hombre desnudo.
Vi una diminuta sonrisa posarse en los labios de Alexander.
—Se parece a ti —se burló un poco. Yo desvié la mirada sientiendo calientes las mejillas.
—Yo no soy tan alto, ni tan musculoso —murmuré. Alexander me observó interesado.
—Claro... Si te hubiera visto desnudo lo habría sabido —comentó, noté un ligero tono pícaro en su forma de hablar.
—¡Alexander! —le reproché avergonzado.
En ese momento volvió a ocurrir: Una ligera y pequeña risa se escapó por sus labios, dejándome sin palabras.
Este al percatarse de ello tapó su boca, siendo esta vez el que estaba ruborizado. Yo quité sus manos de su rostro.
—No dejes de reír, ríe más... Es hermoso —rogué con emoción. Sus mejillas tan sólo se pusieron más rojas, haciéndole parecer todo un tomate.
—Basta, no sé como reír —refunfuñó. Yo elevé una ceja.
—Pues yo acabo de oír hace segundos una risa preciosa y feliz —Ante mis palabras Alexander suspiró, desviando la mirada.
—¿No se escuchó muy rara? —negué a su pregunta .— ¿Estás seguro? —asentí con la cabeza.
Este me dedicó otra pequeña sonrisa.
—Hacía muchos años que no reía por algo... Normal —comentó decaído .— Solo podía reír en mis ataques de locura y... —Tragó saliva, borrando por completo su sonrisa .— No quería que mi risa sonara de una manera rara o desquiciada, que diera miedo... Por eso comencé a preocuparme por esconder mi risa desde que reí en el cine —Me sentí orgulloso con sus palabras, me estaba contando sobre sus inseguridades en vez de guardárselas.
Era un gran avance.
—No es así Alexander, tu risa suena melodiosa y bonita —sentencié .— Y aunque no fuera así... No deberías dejar de reír por ello: Mi risa es como la de un burro y no por ello dejo de reír —comenté gracioso. Él frunció el ceño.
—Tu risa no es como la de un burro —protestó .— Es divertida y contagiosa
No pude evitar sonreír tontamente por sus halagos. Besé su mejilla con cariño y entrelacé nuestras manos para seguir caminando por el museo viendo más obras.
Alexander parecía muy feliz y aliviado después de nuestra conversación. Cuanto más avanzaba el tiempo más podía ver en él cosas que nunca me imaginé que vería cuando lo conocí.
Tenía un lado tan humano. Sus inseguridades eran demasiadas y se preocupaba mucho por los que le rodean sin siquiera pensar en sí mismo.
Tenía pasatiempos y unas costumbres como cualquier persona. Es cierto que es lo normal, pero hasta que no conoces bien a alguien no te das cuenta de esos pequeños detalles.
Y eso me quedó claro el día que jugamos videojuegos, Alexander seguramente juega a menudo, pues sus movimientos con el mando eran rápidos y concisos. Además, tiene muchos videojuegos en una especie de armario. Nada más verlo no podrías saber que es un chico al que le apasionan esas cosas.
Pensando en eso... ¿No sería fantástico regalarle algún videojuego para cuando terminen las vacaciones? Así cuando esté jugando, se acordará de todo lo que hemos vivido juntos durante el verano.
...
Habíamos salido del museo, y ahora nos encontrábamos en un bar tomando algo. Alexander pidió té de limón frío.
Ahora que lo pienso, él acostumbra a beber mucho té de limón, ¿será esa la razón por la que sus labios saben a limón?
Yo había pedido unas pipas para picar, pero me dio curiosidad el sabor de la bebida que tanto le gustaba a Alexander. Si era té de limón seguro que a mí también me gustaría.
—¿Puedo probar? —pregunté intrigado. Él se encogió de brazos y me acercó su vaso.
Tomé un trago, era delicioso. Sin duda se asemejaba al sabor de los labios de Alexander, y eso me hizo acordar de las ganas que tengo de besarlos nuevamente.
Le devolví su bebida mientras mi mente aún rondaba por ese delicioso sabor.
...
El chófer de Alexander vino a buscarnos. La verdad es que montar en limusina se sentía como si fuera una celebridad o algo así, era un poco vergonzoso pero emocionante.
Cuando nos sentamos y Alexander cerró la pequeña ventanilla que conectaba con el asiento del conductor, no pude evitar recordar el incidente de la bebida de limón.
Tomé con delicadeza la mano de Alexander y lo miré de reojo, fijándome en sus labios.
Me acerqué un poco, y este me dedicó una mirada confundida. Mas, al ver como mis labios se aproximaban a los suyos entendió. Giró su cuerpo hacia mí y me tomó de la nuca con tranquilidad.
Nuestros labios se encontraron, y pude percibir ese refrescante sabor limón en ellos. Comenzamos a acariciarnos con ternura, continuando el beso de manera pausada, respirando contra los labios del otro. Sentí como Alexander me tomaba de las caderas, acercándome de manera desesperada a su cuerpo, llegando a desabrocharse el cinturón para permanecer más cerca de mí.