Capítulo 14: Tormenta

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Nunca antes el correr de los minutos había sido tan tortuoso como la media hora que tuvo que esperar para que su turno terminara, el sobre manila en el bolsillo de su chaqueta gris casi quemaba y su pulso se negaba a volver a su ritmo normal desde que la contadora le había hablado cuando un mensajero lo había entregado a la oficina administrativa.

Demanda de custodia.

Una maldita demanda de custodia.

¿A eso se refería él cuando dijo que la obligaría a escucharlo?

Vaya forma de llamar su atención.

¿Realmente estaba a punto de entrar en una batalla legal por el derecho de cuidar a su bebé?

Quería morirse.

La primera cosa que pasó por su cabeza fue llamar a Peridot, de lo contrario habría enloquecido en cuestión de segundos, ya de por si le había costado mucho el poder controlarse cuando leyó el documento, pues no quería armar un alboroto otra vez en su trabajo, pero apenas se había encerrado en uno de los cubículos del baño de empleados, sus lágrimas brotaron a borbotones, ni siquiera estaba segura de que la Hooker le hubiese entendido claramente cuando le marcó hace rato, pero podía decir que al menos había logrado que la rubicunda le esperase en casa y no fuera corriendo hasta ella.

¿Qué tenía que hacer?

No podía pensar en nada, absolutamente nada.

Era como si su cabeza se hubiera puesto totalmente en blanco y ninguna solución pudiera ser formulada por su cerebro.

El agua fría le ayudó a calmar el escozor de sus ojos cuando se hubo calmado lo suficiente para ir por sus cosas y checar el término de su turno.

No quería hablar con nadie, solo quería ver a su hija y a Peridot.

Así que actuando casi como un bandido fue hasta donde su taquilla y tomó sus cosas, para después apresurarse a pasar su tarjeta por el checador y salir lo más rápido posible del supermercado.

Afortunadamente no se topó con Skinny o Carnelian en su trayecto al estacionamiento, de lo contrario, dudaba haber podido mantener la compostura, el cielo encapotado de nubes gruesas y negras le cubría mientras prácticamente corría hacia la parada de autobuses. Afortunadamente el camión que le llevaba al departamento de Peridot no demoró demasiado, aunque con su ánimo, el tiempo no transcurría lo suficientemente rápido para su pesar.

Su boca estaba reseca y su cabeza se sentía pesada y caliente.

Podía perder a Mal.

El corazón se le desgarraba de solo pensarlo, era como si le estuvieran quitando la piel.

Bajó del bus y atravesó la avenida sin mucho cuidado, a decir verdad, lo único que quería era llegar.

Un auto le pitó con el claxon por la imprudencia, pero poco le importó cuando vislumbro el viejo edificio departamental, subió las escaleras lo más rápido que pudo y localizó la puerta del apartamento que solía ser suyo también.

Abrió la puerta con prisa y lo primero que vio fueron esos ojos malva que eran su todo, acompañados de aquellos iris olivo que siempre le habían salvado.

—Lapis— su bolso hizo un sonido hueco cuando chocó contra el suelo, lo había soltado para rodear con sus brazos a la chica y su bebé.

—Mal— murmuró depositando besos angustiosos en la sien de la trigueña, la rubia tuvo que malabarear un poco con el peso extra para no irse de espaldas, pero logró controlarlo, así que finalmente le regresó el abrazo a la joven madre.

La fortuna es color malvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora