Un postre francés.

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El amor es tan complicado como un postre francés. Era la última semana del año, hacía mucho frío en el invierno parisino. Helena ya había abandonado por fin a Augusto. Su vida con Alejandro no podía ser más feliz. Luces hipnóticas por todas partes, la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, “Los inválidos”. Todo era simplemente hermoso. Macarrones gigantes. Rosas, verdes, amarillos y azules, siempre comprados nunca preparados. Ella podía ser muy buena en la cama pero era muy mala en la cocina.

Siempre sonreía Helena, el hecho de por fin haber abandonado a su marido le hacía ver las cosas desde otra perspectiva, una perspectiva más rosa. Alejandro al contrario o igual que su hermano, no era muy expresivo de sus emociones, por momentos daba la impresión de que solo utilizaba a Helena para no pasar el año nuevo solo. “Al fin eran libres para hacer lo que quisieran” pensaba él sarcásticamente. Pero ¿qué era realmente lo que querían? ¿Realmente Alejandro quería estar con ella? Jamás sabremos la respuesta.

Mientras todo el mundo se preparaba para despedir el año, ellos irónicamente comenzaban su relación. Él solía pensar que porque si Helena fue infiel con su hermano desde antes de casarse ¿Por qué no se casó con él desde un principio? A pesar de todas las aparentes alegrías que tenían en París, sus restaurantes elegantes, su alta cocina, sus postres, su pizza con un huevo frito; Alejandro no podía evitar en pensar en Augusto, su hermano, de vez en cuando. Y es que su relación nunca fue muy estrecha pero sabía que después de su traición no volvería a saber de él.

“Al fin eran libres para hacer lo que quisieran” era lo mismo que pensaba Helena, era como si nunca hubiera estado casada, como si la hipnosis de París, hubiera afectado su percepción, convirtiéndola en pueril alegría. Ella vivía al cien por ciento sin remordimientos, solo quería ser feliz con “su amado”. Él solo disfrutaba el momento.

Tres días antes del festejo de año nuevo, Alejandro recibió un correo electrónico de Augusto que decía: “Hermano, si es que aun te puedo llamar así, quiero decirte que ya son libres tú y esa zorra. Por cuestiones personales obvias (maldito traidor), he decidido irme de Florencia; para comenzar, si es que puedo, a ser feliz. Por si te interesa y quieres seguir en contacto, voy de regreso a México, a ver a la familia y a los amigos. No quiero aburrirte con mi auto condescendencia. Cuídate y que seas feliz. Atte. Augusto”. 

Alejandro se sintió conmovido, las lágrimas corrieron por sus mejillas como las lágrimas de un niño que se ha peleado con su hermano. Ni Helena, ni Europa, ni si quiera París su ciudad favorita, pudieron consolarlo. Tomó una resolución. Salió a caminar por última vez a la ciudad; la Luna que iluminaba aquella noche parecía una sonrisa dibujada. Así como esa Luna que estaba a punto de desaparecer así estaba a punto de desaparecer la relación con su hermano si no hacía algo. Al día siguiente tomó el primer vuelo directo a México, no le importó dejar atrás a Helena, era mucho más importante su hermano. 

Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora