CAPÍTULO 26 - MIRADAS

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Había mirado unas diez veces la historia clínica de Eleanor esa mañana. El diagnóstico era casi definitivo, pero estaba en un estado total de negación.

Tío Monthy me había traído unos libros que, debió pensar, me serían de utilidad. Por momentos me quedaba pensativo, acariciando la portada del libro que tenía en mis manos, mientras recordaba el día en que la conocí y las muchas veces en que soñé con tenerla entre mis brazos, como si estuviera acariciando también esos recuerdos.

La sala de descanso se había convertido en mi espacio personal y el lugar donde podía estar en completa privacidad para leer y hacer mis anotaciones.

El doctor Keller me daba unas horas después de las consultas para mi investigación en el caso "Eleanor Blake". Me había dicho que admiraba el interés y la valentía que demostraba al tomar este caso, conociendo a la paciente, pero, por supuesto, él no conocía la verdad. No solo era la madre de mi mejor amigo, era también la mujer que había sido mi fantasía los últimos casi diez años.

El sonido de la puerta al abrirse me trajo de nuevo a la realidad, de ese hastío de pensamientos. Tío Monthy levantó mi móvil y lo agitó para que yo viera la llamada de William.

—No quería molestarte, pero es la quinta vez que llama —me dijo, con ambas cejas levantadas y los labios fruncidos —Puede que sea algo urgente.

Al principio no lo creí así, pero después pensé que podía tratarse de Eleanor y prácticamente corrí a tomar la llamada.

—¿William? —pregunté, apenas atendí.

Debió pensar que estaba ocupado, porque se disculpó por la insistencia y me dijo rápidamente que quería invitarnos a cenar en la casa de sus padres esa noche y que no aceptaba una negativa. Suspiré profundamente al saber que no se trataba de una emergencia médica.

«La casa de sus padres»

Me resultaba muy extraña la relación que mantenían el señor Pattersen y Eleanor. Estaban divorciados, no se habían casado por amor, pero vivían juntos y se trataban mejor que muchos de los matrimonios que conocía. Hasta podía decir que sentía mucha envidia del padre de William.

Mi rostro debió delatarme, porque tío Monthy sonrió con picardía y me palmoteó el hombro antes de retirarse. Se detuvo en el vano de la puerta y giró.

—Con los cuidados necesarios, ella estará bien —Ni siquiera esperó a que le respondiera, pero su comentario me dio a entender que había sido descubierto. Metí el móvil en el bolsillo de mi pantalón y apreté los labios.

¿Seguiría sin registrarme? El día anterior ni siquiera me había saludado, pero se entendía el motivo. Nadie espera a que le digan que está muy enfermo o que tal vez morirá. Deseaba que ella sintiera lo mismo que yo, que pensara en mí por las noches y que incluso tuviera sueños perversos conmigo.

Miré mi reloj de pulsera y apilé los libros que había estado leyendo, para acomodarlos a un costado de la mesa que, normalmente, usábamos para comer. Me saqué la bata y la colgué en el perchero antes de salir para mi hotel. Solo necesitaba un relajante baño para despejar mi mente; entre tantas enfermedades que había tratado ese día, sumadas a la ansiedad que me generaba volver a ver a la señora Blake, tenía el estómago alborotado.

Mientras caminaba por el pasillo, de salida, vi a una pareja mayor llorar abrazados, con tanto dolor que se reflejaba en sus rostros. Pasé en silencio y pude oír que decían que extrañarían demasiado a un tal Rufus.

En mis años de universidad y prácticas en el hospital había visto de todo y había tenido que presenciar momentos dolorosos, pero siempre me había mantenido afuera del cerco del sufrimiento. Lo primero que nos enseñaban era a no tomarlo personal y a no encariñarnos demasiado con los pacientes, porque sería mucho más difícil la despedida.

El secreto de la jefaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora