Capítulo 1: Edril

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Cojo aire profundamente, me calo la capucha hasta la altura de los ojos y echo a correr en dirección a la plaza central de la ciudad como si un grupo de bestias me estuviera persiguiendo. Las bestias no son reales, claro, pero sí el ceño fruncido de una madre decepcionada si se entera de mis escapadas mañaneras. Probablemente eso sea mucho peor que ser devorada por cualquier tipo de criatura.

Al llegar a la plaza me veo obligada a detenerme.

Ahí está, ante mí,la gran Plaza de la Runa. El lugar más sagrado de toda Espya. Y, como cada mañana, no cabe ni un alma.

Trato de colarme entre la gente, agachando la cabeza para que nadie me reconozca e intentando ir en la dirección opuesta a la que va el resto del mundo. «Como siempre», diría Arana, mi madre.

—¿No es esa la hija de Arana Lan-Trishia? —pregunta uno de los viandantes a los que he empujado al tratar de esquivarlo.

—Imposible. La hija de un miembro del consejo jamás se comportaría de una manera tan desvergonzada —responde su acompañante dedicándome una mirada de superioridad.

Me muerdo la lengua porque no quiero que me reconozcan, pero bien podría ponerla en su sitio. Soy la hija de uno de los cargos más altos de la ciudad y no falta mucho para que yo misma ocupe un lugar en el consejo. Cuando eso ocurra ya tendré tiempo de bajar de la nube a muchos nobles de Riolta.

Decido seguir adelante, tengo cosas más importantes que hacer.

Intento esquivar los puestos de madera que ocupan casi toda la plaza, invadiéndola con telares de cientos de estampados chillones y bastos. A nadie se le ocurriría utilizar el color blanco, pues está únicamente reservado para aquellos privilegiados que tienen relación con la alquimia, como mi familia.

—¡Prueben la mejor Tejedora del mercado! Destilada en lo más profundo de Paereel —grita un mercader entrado en carnes, embutido dentro de una casaca violácea.

—Compren aquí los ingredientes para preparar el más delicioso estofado de la montaña. Digno de Nalerius, el Dorado —anuncia otro mercader agitando en su mano un saco de especias cuyo olor acre atrae a la mayoría de los transeúntes.

Por un momento consigue hacer que me detenga. La Tejedora no es más que un licor que embota los sentidos, sin embargo, el estofado de la montaña es un plato delicioso y mi favorito.

No. Se me echa el tiempo encima. Tengo que continuar.

Decido acercarme a los puestos de los bardos apenas transitados, al menos no durante el día mientras el resto de la ciudad pudiera verlos.

—¿Deseas comprar alguna historia de romance o tal vez de caballería, muchacha? —me suelta un joven alto y desgarbado mientras me muestra un manuscrito resquebrajado con hojas desiguales que sobresalen por las esquinas.

Ni siquiera me digno a contestarle, pero sí le dedicó una mirada de desprecio por encima del hombro.¿Cómo se atreve un bardo a dirigirme la palabra? Son la lacra de los marcados y lo único que aportan es diversión a las gentes más simples de la ciudad.

Sin darme cuenta acabo colándome por un callejón poco transitado. Si mi madre me hubiera visto en esa zona de la plaza y esos callejones me obligaría a recitar veinte veces en voz alta los tratados de Arcanivus el Templado.

De pronto siento como el hedor de la noche anterior me azota con tal fuerza que por un momento pierdo el control de mis propias tripas. Recupero la compostura e intento continuar mi camino más a prisa si cabe, pero un frío invernal me invade y mi respiración comienza a dibujar pequeñas nubes de humo ante mí. Me detengo y casi por instinto me giro hacia el muro que tengo a mi derecha.

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⏰ Last updated: Oct 13, 2019 ⏰

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La Caída del EspejoWhere stories live. Discover now