Me dejo llevar, movida por esa melancolía que fluye desde mis grietas más profundas. Abrupta, se abre camino por el compendio de mi existencia. Evito protestar o rehusarme; batallar contra ella es inútil y doloroso. Por eso, la recibo con calma, me someto y la abrazo.
Aprendí esto con el paso del tiempo, y pensando en ello, recuerdo algo que leí hace mucho:
En el mar, las corrientes de resaca son cúmulos superficiales de agua que llegan a la costa y retroceden con fuerza, abriéndose camino para volver al interior; por ende, todo lo que flote a su paso es engullido y arrastrado decenas de metros, en contados segundos. Para evitar morir ahogado, y contra todo instinto de supervivencia, es menester dejarse arrastrar; conservar la calma y mantenerse a flote todo el tiempo que dure el movimiento. Cuando disminuye la velocidad, se debe nadar hacia la derecha o izquierda para encontrar el oleaje que devuelve a la playa.
Consigno mis recorridos, a la luz de las palabras, escribo para mí, para tener un lugar, al menos intangible, al que pueda regresar sin arriesgar más que el dolor ya vivido... Una playa que me diga: estás a salvo.