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Anne.

(...) Corre fuego por mis venas y el corazón me late a tal velocidad que apenas puedo contar sus latidos. Lo único que me queda en esta hora de agitación son las ideas que ya poseía y las decisiones que me inculcaron, y en ellas pienso apoyarme..

—Anne —una voz ya conocida para mis oídos interrumpe mi lectura y me genera un sobresalto. Levanto la cabeza, y admiro la mini sonrisa en la cara del señor Roods. —Ya son las diez.

Salgo del ensueño y mi corazón se acelera al instante, me levanto de un santo del sillón en el que estaba. —¿Ya las diez? Hace nada de tiempo juraría que eran las siete.

—Hace exactamente tres horas eran las siete. —hago un pequeño dobladillo en la página y su mini sonrisa se transforma en una completa. —Nadie lee Jane Eyre, Anne. No es necesario que hagas el dobladillo, con que lo marques con el marcapáginas está bien.

—Estoy segura, señor Roods, que para todo hay una primera vez, —dejo el libro en la repisa de nuevo y lo miro a los ojos— y que alguien se iluminará y dejará de leer banalidades para leer la obra maestra de Charlotte Bronte. Ojalá ese alguien no se lleve el libro y lo lea igual que yo, porque voy en la mejor parte, Jane se enterará de que sucede realmente con Grace...es...es realmente muy emocionante.

—¿Esa misma parte que ya leíste cuatro veces? –empieza a caminar a su escritorio al comienzo de la biblioteca y yo lo sigo. –Jamás leí el libro y ya sé todo lo que sucede en él. Además, Anne, deja de decirme señor. Tengo 21 años, no cuarenta.

—Si usted dejara de leer libros llenos de números y cálculos me entendería. —le respondo omitiendo lo último que me dijo, y tratando de seguirle el paso por el pasillo— la ficción, la tragedia y el amor en la vida de Jane es mil veces mejor que contar cuántas manzanas tiene Pedro si tenía 5 y le quitamos 3.

Él aparta la vista de sus libros y cuando está por objetar lo silencio. —Amaría en el alma quedarme hablando con usted pero se me hizo muy tarde. Adiós, señor Roods. Suerte con sus números.

–Adiós, Anne. Mándale saludos a tu papá en Africa, y entra de nuevo si tu empleada doméstica no está esperándote afuera, hace frío y además una niña tan pequeña como tú no debe estar sola. —expresa con una sinceridad y afecto que me hace doler por dentro al saber que le estoy mintiendo. En mi defensa, si él supiera que en realidad no tengo papá, ni mucho menos empleada, me reportaría, así que asiento y sonrío. —Y no me digas señor, por favor.

Al abrir la puerta de la biblioteca el viento frío me da una bofetada. Me pongo la capucha de mi buzo y comienzo a caminar lo más rápido que puedo. Las luces de la calle están encendidas y el ruido del finde semana inunda las calles, sonidos de bares, peleas entre borrachos y risas por todos lados. Acelero el paso al doblar a la esquina porque aunque conozco estas calles como la palma de mi mano, el miedo jamás se va.

Me quedan tres cuadras y llego a mi esquina, donde Jerry me espera al igual que todos los días para que haga banderas mientras él limpia parabrisas, y así ganarnos unas monedas y poder comer algo. Desde que abandoné el orfanato hace 2 meses he convivido con varias personas, pero Jerry es mi compañero favorito, tiene muchos hermanos y es muy pobre —claramente no tanto como yo—así que lleva todas las propinas a su casa, para así ayudar un poco a sus papás con los gastos.

Pienso en la comida y a los segundos mi estómago gruñe. El tiempo en la biblioteca me hizo olvidar el hambre infernal. Veo la figura de mi amigo visible luego de unos segundos y noto que me hace señas en su muñeca al verme, como si tuviera un reloj para mostrar sus quejas a mi tardanza, que, obviamente no fue más de minutos.

Apunto a mi costado para hacerle una broma, –¿Yo? —le hago con mímica y camino hacía él con lentitud.

Ya estoy a un metro de su rostro así que puedo ver como pone sus ojos en blanco. —¡Date prisa!

–¿Quién? ¿Yo? ¿O...? —me apunto nuevamente y luego volteo para señalar a otra persona y así molestarlo, pero en lugar de eso, choco frente a frente con una figura. Por mis buenos reflejos logro apartarme antes que todo el líquido caliente que tenía en sus manos cayera sobre mí, pero él no puede decir lo mismo porque noto como sus zapatos antes blancos se tiñen de café.

—No...—suelto con sorpresa y tapo mi boca con verdadera culpa—perdón, es que yo estaba haciéndole una broma a el tonto de mi amigo y se me ocurrió hacer como...Ahg, —le quito una servilleta de sus manos y comienzo a tratar de limpiarle los zapatos a regañadientes—Anne eres una verdadera inútil, siempre haciendo una detrás de otra es que de verdad no aprendes nada...

La figura suelta una pequeña risita, ¿le parece divertida mi humillación y que le viertan chocolate caliente en sus zapatos? Alzo la vista y me topo con alguien mucho más joven de lo que me imaginé, ya que los niños no andan solos por estos barrios—bueno, al menos no niños con zapatos tan nuevos como los suyos— pero este niño no debe tener un par de años más que yo.

Sus ojos me miran con diversión y curiosidad, mientras me da la mano para levantarme del suelo. —No te preocupes. —dice con tranquilidad— Yo también estaba distraído con todas estas cosas, —señala el sándwich en su mano libre y el teléfono en su oído— así que la culpa es de los dos. Además, son solo zapatos.

—¿Seguro? mira que yo puedo dejarlos limpios de nuevo, el chocolate no mancha permanentemente ni nada similar...

Se queda pegado unos segundos mirándome, luego parpadea y vuelve a hablar al notar que frunzo el ceño. —Seguro. —sonríe de nuevo. —¿tú también tienes familia en el hospital?

—¿Hospital? no, yo...

Jerry grita desde unos pasos a la distancia interrumpiendome y levanta la esponja con la que limpia parabrisas.
—Bueno, bueno...¿vamos a trabajar o te traigo galletitas para que tomes el té y charles sobre tu vida?

—¡Sí, sí... —le grito de vuelta— ya iba! bueno, si está todo bien entonces...¿adiós?

—¿Trabajar? pero si eres una niña...las niñas no trabajan. —me pregunta confundido.

Yo alzo mis hombros y me despido con un movimiento de mano, pero luego siento que después de tirarle el chocolate caliente y sabiendo que fue tan bueno conmigo, es una despedida muy fría. —¡Adiós! ¡Y perdón de nuevo! —le grito cuando estoy a unos pasos de él.

Lo veo voltearse por última vez hacía mí con esa sonrisa divertida y perplejidad otra vez mientras saco de la mochila de Jerry las banderas y comienzo mi rutina normal de noche.

Qué niño más extraño.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora