Con la luna de testigo

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-Luisita, ¿has lavao ya todas las uvas? ¡Mira que somos muchos eh!

-Que sí, mamá, que ya están todas en los cuenquitos esos de siempre...- respondió Luisita exasperada.

Era 31 de diciembre de 1976, en casa de los Gómez Sanabria todo eran prisas y preparativos para la última noche del año. Niños corrían de un lado a otro perseguidos por Manolita que intentaba vestirles y adecentarles para la cena, Marcelino terminaba la cena en la cocina ayudado por Pelayo, mientras Luisita y María preparaban en el salón para la cena. María, Ignacio y Alicia habían vuelto a Madrid por Navidad, querían que las primeras navidades de la niña las pasase en familia y decidieron volver de Boston en estas señaladas fechas. Al igual que Marisol, a la cual le dieron vacaciones en la prestigiosa escuela en la que estudia para volver a casa durante unos días. Luisita colocaba los platos en la mesa como con desgana, estaba apática.

-¡Luisi!- María dio una fuerte palmada para despertar a su hermana- ¿Qué te pasa, mujer? Llevas media hora colocando ese plato, hija, déjalo que tienes muchos más por colocar – comentó María con ese aire tan elocuente que la caracteriza.

-Ay María, lo siento, tengo la cabeza en otra parte...-

-Ya... Y yo me imagino donde...- ambas hermanas compartieron una mirada cómplice. Aunque Luisita no había dicho nada, María sabía que le pasaba a su hermana, la conocía demasiado bien.

Desde que empezaron estas fechas Luisita no era la misma, toda su alegría y desparpajo se habían ido apagando conforme pasaban los días. Ella que se caracterizaba por ser una de las hermanas que más disfrutaba estas fechas este año no estaba siendo así, sólo disfrutaba algo con su sobrina Alicia, era la única que parecía conseguir animarla un poco.

Y es que Luisita echaba de menos a alguien, alguien que se fue hace ya 2 meses, y de la cual no ha podido ni quiere olvidarse: Amelia.

En sus muchas fantasías juntas, aparte de pasar los cumpleaños de cada una juntas, porque no necesitan nada más, también se habían imaginado pasar el resto de sus navidades juntas, cenar en familia juntas, comer turrón juntas, tomar las uvas juntas, que fueran el primer beso de cada año nuevo de la otra... Todos esos planes se disolvieron al separarse cuando Amelia se fue en busca de un futuro mejor para su carrera. No es que Luisita se lo echase en cara, la ruptura fue consensuada por ambas y ambas sabían que sería lo mejor para la otra, pero, aunque estén separadas, ese sentimiento mutuo no se apaga. Y ambas lo sabían.

***

No muy lejos de allí, el tren con origen París y destino único, Madrid, entraba por los andenes de Atocha. Eran las 21:34h. Amelia salió del vagón con su inmensa maleta, en la que no sólo traía sus cosas, sino también las ganas de iniciar esta nueva etapa en Madrid y esperaba no hacerlo sola. Fuera de los andenes vio a lo lejos un chico saludándola muy efusivo.

-¡Amelia! ¡Qué alegría verte, hija! ¡Qué guapa estás, virgen santísima¡ Luisita se va a morir al verte- saludaba entusiasmado Ignacio, ambos se fundieron en un fuerte abrazo.

-Hola Ignacio, ¿qué tal estás? ¿qué tal estáis todos? ¿y la niña? Estará enorme, qué ganas tengo de verles a todos- comentaba Amelia mientras se separaban del abrazo.

-Estamos todos bien afortunadamente, Alicia perfecta, tan perfecta como su madre. Y los demás con ganas de verte también, aunque ella todavía no sabe nada...- ambos se miraron con una expresión pícara en la cara.

-Mejor, así les he pedido a todos que sea, quiero darle una gran sorpresa, espero que me salga bien. No sabes los nervios que tengo, Ignacio...- decía Amelia mientras ambos entraban en el coche de este, tras haber guardado la maleta en la parte de atrás.

Con la luna de testigoWhere stories live. Discover now