Capítulo 3 Veo cómo te consumes

33 5 6
                                    


El pánico se disparó por la visión del avión, y todos, sin excepción, temían que en cualquier momento éste cayera sobre el conjunto y causara su muerte. Esto los obligó a dirigirse a toda posible salida y escapar, dejando atrás sus pertenencias y llevando en brazos a sus niños enfermos. Correa, que fuera el primero en notar el avión, no le había quitado la vista un solo instante desde que distinguió unas hélices que se veían vagamente en el cielo, a las cuales poco a poco se les fueron sumando partes hasta formar la visión completa de una aeronave fantasmal, y que le daba la sensación de que aguardaba algo.

¿O a alguien?

Ahí el celador se acordó de Yuli, de quien estaba seguro que corría peligro tras descubrir lo que causaba el desorden y los ruidos en el cuarto piso del Interior 3. Pero de repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por el ruido de su intercomunicador, el cual contestó sin demora.

- ¿Cuénteme, Cueto? Sí, acá intentando llevar a la gente segura, que marchen derechito y salgan por la salida de los carros, Ah... No, Mai, No se deje amedrentar, ¡Páreseles en la raya! ¿Cómo le van a decir que primero les tienen que dejar sacar los carros? ¡La priorida es la gente!, Sí, si quiere yo voy y arreglo con... ¿Qué le dijeron? ¿La señora Martha del 4?, no, yo no veo nada, cambio...

Pero Correa se retractó al confirmar lo que le había acabado de decir su compañera al ver a una mujer que desde el cuarto piso del interior 4 gritaba y señalaba hacia la avenida Américas con Boyacá.

- ¡Prendió la avenida, y viene para acá! ¡Viene para acá!

En efecto, algo venía a toda velocidad por la Avenida Américas con Boyacá. Era una bola envuelta en llamas que pasó por encima de todo carro que se encontrara, y que derritió el asfalto de la avenida. De inmediato la atención de todos pasó de estar enfocada en el avión para temer y preocuparse por la rueda de fuego que chocó con las rejas y las derritió lo suficiente para pasar entre ellas y continuar su sendero de destrucción en el interior del conjunto.

- ¡Corran, corran! ¡No se crucen en el camino a esa cosa! – gritó Doña María Eugenia. Esta situación parecía demasiado para ella, y como todos los demás, se dejó llevar por el pánico e intentó ponerse a salvo.

Risas provenían de la rueda en llamas.

Era un ser vivo, un monstruo, que no dejó zona verde del conjunto sin consumir. Árboles, mobiliario, todo fue pasto del fuego.

Entró por las ventanas de los primeros pisos y e incendió los apartamentos, saliendo violentamente de uno y otro bloque luego de provocar masivos incendios en al menos 4 de los 6 edificios de la urbanización. Contenta por su hazaña, la criatura enfocó su atención en los autos en el estacionamiento de visitantes. Quienes vieron en sus vehículos la oportunidad de usarlos para salvar sus vidas y llegar lo más rápido posible a un centro hospitalario pronto advirtieron sus esperanzas aplastadas por la rueda, que saltó y rodó sobre ellos, dejando caer todo su peso para comprimir el metal de las carrocerías y volver añicos el vidrio de las ventanas. Mientras estaba en esas, el depósito de combustible de dos de los vehículos, una camioneta y un viejo Renault estalló, y la detonación provocó que el pánico se esparciera todavía más en todo el lugar.

Desde donde estaba, Correa alcanzaba a ver el infierno en el que se había convertido el estacionamiento de visitantes, y al demonio que lo había creado. La rueda giró sobre sí misma, luego saltó y se desplegó como una ristra que se paró en vertical sobre dos patitas diminutas, y que se regodeaba en medio de su malevolencia. Tenía el cuerpo segmentado y dos patitas superiores, demasiado pequeñas para tocarse la una con la otra. En el segmento superior se distinguían dos ojos enojados y una boca llena de dientes afilados de la que brotaba su risa y una potente llamarada.

La Hija de Atlas: #1- Morder el PolvoWhere stories live. Discover now