Mónica
El agua caliente no consigue relajar mi cuerpo ni quitarme este remordimiento que casi no me deja respirar. Cierro los ojos mientras el agua cae por mi cara mientras recuerdo con pelos y señales todo lo que acabamos de hacer Leo y yo dentro de estas cuatro paredes, sus labios que me besaban con hambre, sus manos que me acariciaban como si me estuviera adorandome y sus ojos que me miraban como si estuviera contemplando algo hermoso. Hacía tanto tiempo que no me había acostado con otro chico que no fuera Hugo, que todo lo que ha pasado dentro de la ducha me parece lo más excitante que he hecho en años o nunca, pero no puedo evitar que sienta en el estómago como si un puño imaginario me lo apretara. No paro de preguntarme: ¿Cómo se nos ha podido ir tanto la cabeza? Y un nombre no desaparece de mi mente: Hugo, el maldito Hugo que no me ha hablado desde esta mañana y que no me ha importado ni un poco.
Lo culpable que me siento ahora no tiene nada que ver con la sensación tan exquisita que sentía hace apenas unos minutos. Cuando hemos terminado y Leo me ha abrazado me he sentido completa, feliz, como si mi vida, mi trabajo y mi supuesta relación no existiera, como si no hubiera otra cosa en el mundo que la piel de Leo que estaba completamente pegada a la mía. No había nadie más allá de las cuatro paredes del baño, pero en cuanto se ha separado, me ha mirado con culpabilidad y ha salido completamente desnudo de la ducha para después salir del baño me ha dejado un regusto amargo y la realidad me ha golpeado tan fuerte que casi me deja grogui.
Aún no sé cómo se nos ha ido tanto de las manos, como he permitido que lo hiciéramos sin preservativo, como he podido tener la confianza de arrodillarme delante de él y hacerle sexo oral. Llevo un año con Hugo y si no había condón no hacíamos nada por nuestra salud y porque no me daba la gana si aún seguía casado, pero con Leo ha sido tan intenso, tan frenético y tan morboso que me he dejado llevar demasiado hasta convertirme en una persona que no era, aunque fuera lo que me apetecía hacer en ese momento.
Llevo treinta minutos debajo del agua caliente sin hacer nada, solo dándole vueltas a lo mismo una y otra vez, porque siento que ahora han cambiado muchas cosas. Hemos sobrepasado los límites que nos habíamos puesto como unos simples besos que no iban a llevar a nada más, pero parece que discutir nos vuelve locos y saltamos la línea a la pata coja importandonos bien poco las consecuencias de después. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Seguiremos igual como si fuéramos un rollete de verano? ¿Y si a mí este encuentro me ha marcado más de lo debido? ¿Y si para él solo soy un pasatiempo que ha pasado por su vida por casualidad y que sabe que muy pronto se despedirá de mí para no volvernos a ver? Es perfecto para él, fuera responsabilidades y fuera problemas. Unos polvos ocasionales hasta que me vaya y adiós muy buenas. No, no me gusta esa idea, pero no puedo hacer nada. Me iré y él se quedará en un país diferente al mío.
Unos nudillos golpeando la puerta consiguen ponerme alerta y sacarme de mis pensamientos, y deseo con todas mis fuerzas de que sea Leo y que me diga que no quería irse de aquí tan bruscamente y dejarme sola, pero la voz de mi amiga Carmen chafa todas mis ilusiones.
-¿Moni?.
-Me estoy duchando.- le aviso nerviosa de repente. Sobre todo porque aún está toda mi ropa mojada en el suelo y aún llevo la camisa de Leo puesta. Sí, soy un desastre. ¿Y la cocina?. ¡Mierda! ¡La cocina!.
-Ya hemos vuelto. ¿Puedo entrar?- vuelve a preguntar.
-¡No! ¡No! Me estoy duchando.- y miro de un lado al otro desesperada en busca de una toalla que pueda tapar temporalmente mi deplorable aspecto, pero mi amiga abre la puerta sin hacerme ningún puñetero caso.
-Ya te he visto desnuda. Estoy curada de espanto.- y se queda parada a mitad mientras aún sujeta la manivela de la puerta.- ¿Pero qué te ha pasado?.
-¡Entra y cierra la puerta!.- le digo cerrando el grifo aún más histérica que antes. Carmen hace lo que le pido sorprendida y enseguida la tengo al lado de la mampara transparente de la ducha ofreciendome la primera toalla que ha encontrado. Yo la cojo sin mirarle a los ojos porque me da vergüenza intuir lo que se estará paseando por su cabeza, que seguro que es la pura verdad de lo que ha pasado esta tarde.
-Sécate mientras me explicas por qué te estás duchando solamente con una camisa de Leo medio rota y un sujetador que está más deforme que normal.- y me lo dice con una sonrisilla divertida mientras se sienta en la taza del váter con las piernas cruzadas y unos ojos ilusionados. Yo suelto un bufido lleno de vergüenza.
-Se me ha ido la cabeza Carmen.- y me tapo la cara con las manos a la vez que me apoyo en el mármol de la pila.
-Eso no me vale. Quiero detalles suculentos.- me dice mientras sube y baja las cejas varias veces.
-¿Cómo cuales?.- le pregunto sin saber por dónde empezar a contar.
-¿Os habéis acostado?.
-Creía que eso ya había quedado claro.- y me señalo de arriba a abajo aunque ahora esté tapada por la toalla.
-¿En la ducha?.
-Sí.- y no puedo evitar contestarle en un tono cansino, pero es que creo que es el remordimiento el que habla por mí.
-¿La tiene grande?.- me pregunta, y la tengo que mirar para saber si es una pregunta seria o solo me está tomando el pelo, pero está tan ilusionada y segura que con las otras preguntas.
-No pienso contestar a eso.
-Bueno pues entonces cuéntame cómo ha sucedido.- y apoya su barbilla sobre sus manos como si fuera un niño que va a escuchar un cuento, aunque este sea para mayores de dieciocho años. Yo doy un suspiro de resignación y solo de recordarlo se me vuelve a poner el corazón a mil.
-Me iba a enseñar a hacer pizzas, pero le notaba raro, como si estuviera cabreado conmigo.- empiezo, pero Carmen enseguida me corta.
-¿Y por qué crees que estaba enfadado contigo?.
-No lo sé.- y me encojo de hombros.- Quería averiguarlo, pero me contestaba de malas maneras y yo también me estaba empezando a cabrear. Al final, no llegamos a hacer nada, nos pusimos a discutir y a echarnos harina por la cabeza como unos críos.
-Ay, que bonito.- y suelta una risita ilusionada.
-¿Bonito? ¡Ja! En ese momento quería arrancarle la cabeza.
-Y en vez de eso has dejado que él te meta la cabeza de su...- empieza pero enseguida le corto con los ojos muy abiertos.
-¡Callate! No sé ni para qué te cuento esto si no te lo vas a tomar en serio.- le digo soltando un bufido y bajando la cabeza para mirar mis pies descalzos y que aún están empapados.
-¡Sí que me lo estoy tomando enserio!.- se defiende.
-No lo parece.
-Que sí churri. A ver, ¿te ha gustado?.
-Sí.- le contesto enseguida y sin pensar volviendo a mirarla a los ojos.
-¿Entonces por qué me da la sensación de que vuelves a darle vueltas a la cabeza como un tiovivo? ¿Qué ocurre?.- y creo que hacía mucho tiempo que no la veía tan seria.
-No lo sé. Me siento... perdida y con una culpabilidad que me pesa en el estómago.
-¿Culpable por el mamarracho de Hugo?.