Marinette tenía la mirada fija en el libro. Se supone que debería estar estudiando para su examen de historia que era dentro de tres días, pero no podía. Tenía por lo menos una semana, quizá más o quizá menos, en la que se sentía extrañamente atraída hacia uno de los libros de su madre. No era nada normal en ella tener ese gusto tan repentino.
Se levantaba en las madrugadas para ir a tomar el libro que estaba en la sala, para después subir a su habitación y abrirlo en una página cualquiera. De todas maneras no podía leerlo en lo más mínimo: estaba en chino mandarín.
Pero, después de todo, ahí estaba ella, Marinette Dupain-Cheng, en medio de la noche para intentar leer algo que claramente no entendía. Algo extraño le pasaba, y Marinette no se atrevía a decirle a nadie, principalmente porque sabía que no podía dar explicaciones. Estaba sumamente curiosa... Lo único que sabía de ese libro es que hablaba de la dinastía Ming, y eso lo sabía porque se lo había dicho su madre hacía un buen par de años atrás.
Nuevamente, sin comprender qué le pasaba, tomó el libro y lo cerró, antes de cobijarse con las gruesas sábanas. El otoño iba a terminar y con ello el aumento del frío. Abrazó el libro como si fuera una persona, alguien que no conocía, alguien a quien necesitaba saber.
Curiosamente, desde que comenzó su obsesión por el libro inentendible, la locura que cargaba en su cabeza por Adrien Agreste había bajado solo un poco. No significaba que no estuviese enamorada profundamente del super modelo, pero ahora su mente estaba más enfocada en descifrar lo que sea que le pasaba que en el rubio de enormes ojos verdes.
Sin darse cuenta, quedó dormida.
Y de pronto, entre sueños, imágenes borrosas. Mucha agua, tanto que supuso que era el mar, una corriente de aire cálida y a lo lejos, un pequeño grupo de personas que no conocía y que tampoco podía verles bien el rostro.
Y una flecha cruzando hacia ella.
—¡Ah!— gritó despertándose, callándose apenas se dio cuenta de que estaba haciendo un escándalo. Miró a todos lados, descubriendo el libro que había tomado apunto de caerse de su cama, por lo que lo tomó y corrió a ponerlo en su lugar antes de que su madre se diera cuenta.
Después, regresó a su habitación a ver qué hora era y cuando lo vio, maldijo por sus adentros. Faltaba media hora para que su alarma sonara y comenzara a arreglarse para ir a la escuela. Giró los ojos y gruñendo para ella misma, comenzó a arreglarse. Se conocía a ella misma, y sabía que si se arriesgaba a dormir media hora más, podía no darse cuenta de la alarma hasta dos horas después.
Suspiró, comenzando a peinarse.
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Kagami, por su parte, estaba lista desde hacía una hora. Ella tampoco había podido dormir.
Tenía miedo de los sueños que estaba teniendo desde hacía un tiempo. Sueños extraños, que se sentían reales, como si fueran más alguna especie de recuerdo doloroso que estaba segura no había vivido, pero ahí estaban, atormentando su mente.
Kagami terminaba de comer el arroz que había cocinado su madre, quien claramente estaba enterada del insomnio de su hija y quería ayudarla.
—Kagami, ¿crees que hoy después de la escuela y del taller de esgrima, puedas descansar un poco?— decía su madre, hablándole en japonés, su lengua materna.
Haber emigrado desde Japón hasta Francia había sido una travesía curiosa. La hija Tsurugi no se sentía muy cómoda en ese país, pero poco a poco se acostumbraba. Sentía un extraño ardor en el pecho cada que recordaba que no estaba cerca de su natal Japón, pero también sentía paz al saber que... bueno, no sabía qué, pero algo le hacía sentir paz.
—No, madre. Debo quedarme un turno extra en el club hoy...— susurraba la adolescente.
—Me preocupas, Kagami— contestó su madre de igual manera en un débil murmuro
—Estaré bien. Estoy bien— dijo ella, dándole un último trago a su pequeña taza de té verde.
Si había algo que ni Marinette ni Kagami sabían, era que sus almas habían esperado por años para el inicio de esos momentos.
Ambas, pese a no verse, entraron a la escuela casi al mismo tiempo, exceptuando a que Kagami entró medio minuto antes que Dupain-Cheng.
Kagami se estaba sentando en su lugar, con los ojos levemente llorosos. Había bostezado durante el camino al aula, y ahora que estaba sentada, sus ojos rasgados y oscuros intentaban enfocar lo más que podían.
Cuando ahí, de pronto, entró Marinette al salón de clases, y fue inevitable verla. Claví su mirada en la japonesa, quedándose quieta, intentando dar algún minimo movimiento pero no, no podía... no hasta que Kagami alzó la mirada y también apreció los ojos de Marinette, pero no por mucho tiempo.
Algo dentro de la cabeza de las dos se reflejó en su imaginación: una flecha.
—¡Ay, no otra vez!— dijo Marinette, caminando con prisa hasta su lugar, al lado de su mejor amiga, Alya Césaire.
Kagami la siguió con la mirada, completamente confundida, al igual que cargaba con sorpresa que no expresaba en el rostro: ¿Había visto la misma flecha?
¿Acaso había sido una alucinación mutua?
Para empezar, ¿por qué una flecha?
Desechó la idea. Era una locura pensar que al cruzar su mirada las dos habían imaginado lo mismo.
Kagami alzó la mirada otra vez, descubriendo a Marinette hablando con Alya de cualquier tontería.
—Eres linda...— dijo ella en japonés para asegurarse de que incluso con la voz baja nadie le pudiera entender.
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Recuerdos del oriente ; {Marigami / Kagami x Marinette}
FanfictionMarinette y Kagami tenían un pasado fuera de este vida. Momentos vividos hace siglos, sentimientos que habían olvidado y un par de vidas enterradas. Pero, claro, solo las almas que se quieren de verdad son capaces de reencontrarse en la próxima vida...