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Un zumbido insistente sacó a Néstor del sueño profundo en que estaba sumido. Hacía rato que captaba el sonido, pero su cerebro tardó varios minutos en procesarlo. Al hacerlo, emitió un quejido.

Le dolían las articulaciones y tenía frío por culpa de haberse dormido todo sudado. Y la presión en sus sienes amenazaba con convertirse en una jaqueca de campeonato, mucho peor que la última. Ni siquiera se molestó en esforzarse para recordar la causa de dicha jaqueca antes de levantarse y tambalearse hasta sus pantalones, que estaban tirados en el suelo con una pierna al revés y la otra toda arrugada.

Tal y como había sospechado, el zumbido provenía de su teléfono móvil y la palabra que aparecía en pantalla no le gustaba un pelo: «Casa». Ignoró la llamada y se dejó caer sobre la cama. Al ver a Darío, que aún dormía, empezó a recordar parte de lo sucedido la noche anterior. Una sonrisa empezó a dibujársele en el rostro antes de que la nueva llamada la interrumpiera.

—Joder. —De muy mala gana, se incorporó otra vez y deslizó el dedo por la pantalla para contestar—. ¿Qué?

—¡Feliz Navidad! —se oyó al otro lado de la línea, canturreado a coro por varias personas.

—Ya, igualmente. ¿Qué queréis?

—Ay, hijo, qué borde. —El conjunto de voces había pasado a ser una sola, la de su madre, mientras el resto quedaba de fondo en una animada algarabía—. Solo felicitarte, que ni supimos de ti anoche.

—Estuve por ahí.

—Muy bien, al menos no pasaste la Nochebuena solo.

—No. Venga, ¿quieres algo más? Estoy acompañado.

—¡Ay! ¿No me digas? —La voz de su madre sonaba ilusionada—. ¿Quién es? ¿Tu novio?

—No tengo novio, mamá. Es un amigo.

—Claro. Oye, estaba pensando... ¿No quieres venir a comer? Ya es tarde, pero si sales ahora, para las cuatro te plantas aquí. Yo te guardo un plato. Puede venir tu amigo, si quiere.

—Ya te he dicho que no, estoy muy ocupado.

—Ay, nene, es que te echamos de menos.

—¡Carla, vamos a comer! —se oyó a lo lejos; era la voz del padre de Néstor.

—¡Ya voy, un momento, que dice el niño que viene!

—¿Qué? ¡Mamá, yo no he dicho eso!

—Vamos, hazlo por tu madre. ¿Qué tienes que hacer hoy, si es Navidad?

—Mira, no tengo nada que hacer. Pensaba pasarme el día en casa tocándome la polla, ¿vale? Lo que sea con tal de no estar ahí y soportaros con la misma charla de siempre. Lo que quieres es darme la murga para que me ponga otra vez con la carrera y me case y no sé qué gilipolleces más. Para eso, mejor solo.

—Ay, hijo. —La voz de Carla perdió su dulzura y se tiñó de tristeza—. Solo tenemos ganas de verte.

—Bueno, pues yo a vosotros no. Venga, adiós.

Y colgó sin más.

La charla familiar le había puesto tan de mal humor que ya ni ganas tenía de ver si Darío estaría dispuesto a una segunda ronda. Tiró el móvil al colchón y bufó. En ese momento, sintió un roce en la espalda.

Darío no tenía mejor aspecto que él. Ni siquiera le pidió disculpas por despertarlo.

—Cariño, no me gustó como le hablaste a tu mamá.

Los extraños visitantes de un vecino gruñón (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now