20. Míos.

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- Muévete Jerome. Tengo que cambiarme. - Ella no era inmune al seductor aroma del sangre pura.

- ¿Segura? - Preguntó suavemente sobre su oreja, enviándole escalofríos a través de todo su cuerpo. - No parece que sea necesario. - La mirada perdida de la Alpha sólo hizo que la erección del Alpha fuera más dolorosa y punzante.

- Si, porque el bebé y yo estamos algo ya sabes, delicados. - La Alpha le sonrió cínicamente. Tres segundos más tarde estaba desnuda otra vez, con un Jerome paseando una de sus enormes manos sobre su vientre.

Annelien de inmediato se sintió nerviosa de que pudiera intentar de verdad hacerle daño, por lo que sostuvo suavemente su mano sobre la del Alpha.

- Nadie tiene que enterarse Jerome, te prometo que no diré nada a nadie y me llevaré el secreto a la tumba. - Fue su error pensar que podía convencerlo.

- No, Anne. Es tú culpa. - Negó él muy molesto, Jerome podía sentir a través de su tacto en esa piel tersa el latido del pequeño corazón formándose en su vientre, o más bien varios latidos. - Son míos. - Gruñó tan fuerte que le hizo mostrar el cuello otra vez ante él.

- ¿Tuyos? ¿Y qué quieres? ¿Qué los vomite y te los regrese? -

- No, porque no voy a perdonar tan fácilmente tu ofensa. -

- Sólo deja que te expliqué... - La mirada plateada de Jerome decía que no, no iba a escuchar sus tontas excusas.

- ¿Qué vas a explicar? El resultado es el mismo. -

- No, porque los cachorros son de Hanns. - Jerome puso una mano sobre su boca para que callará, porque cada vez que la escuchaba hablar sólo lo hacía molestar más, y negar sus cachorros era como una burla a su orgullo.

No sólo le había robado sus primogénitos, sangre de su sangre, sino que se atrevía a desafiarlo robándolos y luego negando que fueran suyos.

- Atrévete a negarmelos otra vez y voy a hacer de tu vida un maldito infierno. - Ella apenas logró reír suavemente bajo su mano, pasó su lengua a través de sus dedos haciendo que el Alpha retirará su mano asqueado.

- Con ese temperamento no lo dudo. - Murmuró. - Ya hablando seriamente. - Intentó apartar del todo aquella enorme mano que cubría su boca.

- Voy a regresar a mi manada y negaré cualquier cosa que digas. - La genuina sonrisa que él mostró otra vez sólo la hizo temblar, la pegó junto a la pared donde descaradamente dejó su enorme erección sobre su vientre por su altura. Haciéndole sentir abrumada, asustada, ansiosa y aunque lo negará excitada al recordar que lo que tenía entre la piernas podía hacer maravillas.

- Intenta salir de aquí y de verdad voy a matarte, veré que hacer contigo más tarde. - Se dedicó a olfatearla bien, y marcando con un poco de su aroma, tan lentamente que sólo causaba ansia en la Alpha al sentir su nariz pasearse tortuosamente en su cuello, suspiró. - Quédate aquí, es una maldita orden. - La Alpha se cruzó de brazos muy molesta.

- Bien, esperaré. - Asintió, sabiendo que él sólo buscaría una manera de lograr lo que quería. El problema residía en que ella no sabía lo que él quería. ¿Qué diablos quería ese malhumorado de Jerome? ¿Qué quería de ella? ¿Los cachorros? ¿Una crianza compartida? ¿O sólo quitárselos cuando nacieran?

Sólo la ponía de muy mal humor. Y aún no sabía en lo que se había metido.

Jerome se volteó caminando erguido y muy molesto hacía afuera, Anne tomó su toalla otra vez para cubrirse, y recibiendo una mirada plateada llena de mucho odio del que salía de la habitación.

Necesitaba cambiarse además de un masaje en el cuello por verlo tanto, porque Jerome era demasiado alto que le asqueaba. Le asqueada todavía más que le pareciera absurdamente atractivo, y de alguna manera lo agradecía porque su cachorros serían lindos a su manera, aunque hijo del peor padre que pudo escoger, y se culparía el resto de su vida por eso. 

• • •

- ¿Por qué el interés de repente? - Bien extrañado le preguntaba a su primo, quién en el edificio más antiguo de la ciudad, pedía un informe sobre todo lo que tuviera que ver con los Lyyov.

- Sólo lo quiero. - Casi le gruñó a Hein y el inútil que anotaba lo que él Alpha pedía. - Quiero cada maldito detalle de esa manada, quiero saber que comían en el pasado y ahora, si se alimentaban de piedras y ahora de avena, quiero saber todo. -

- ¿Incluso cuando Hanns que en paz descanse, se casó con su Luna? -

- Sobre todo de esa Luna. - Hizo anotar al tipo rapidamente. - Y quiero toda esa información para ayer. ¿Entiendes lo que digo? - El chico asintió muy asustado.

- Si Alpha. Le llamaré mañana. -

- Mañana quiero lo necesario en la mansión ¿Soy claro? - El chico muy asustado volvió a asentir.

Cuando Jerome siguió su camino para regresar a su mansión, Hein lo siguió.

- ¿Por qué el interés? ¿La Alpha quiere hacerte la guerra o...? - Hein sabía que Jerome siempre ganaba sus guerras por saber las debilidades del enemigo.

- Mucho peor. - Se decía Jerome.

- ¿Por qué? - Hein escuchaba atentamente alarmado, no sabiendo que esperar de la Alpha.

- Robó algo mucho más valioso. -

- ¿Qué cosa? - Ni siquiera tuvo respuesta porque Jerome subió a su auto muy molesto en dirección a la mansión principal.

Al entrar a su casa, observó como un par de servidores limpiaban porque se suponía era el día de limpieza.

- ¿Todavía está en su cuarto? - Ellos se vieron entre sí sin saber que contestar.

- ¿Quién, Alpha? -

- La Luna de los Lyyov. - Un par asintieron pues se habían encargado de limpiar su habitación momentos antes.

- ¿Por qué no la dejas salir Jerome? - Su tía Delilah le interrogaba de camino a su despacho.

- No es de su interés Delilah. -

- Esta embarazada y retenerla es demasiado para ella. - El apenas alcanzó a sonreír, porque ahí se hacía lo que él decía y al estar en su territorio prácticamente obligaba a quien lo pisará a que serían juzgados por el juicio del Alpha o a quién este determinará.

- Si pues ya es hora de que aprenda que todo tiene un maldito precio. - Exclamó con mayor enojó.

Se sentó en su despacho luego de tomar una botella de licor más  fuerte que tenía, lo suficiente como para adormecer sus sentidos y obligarle a pensar en que hacer.

Pensó en matarla, pero el resto del mundo lo vería como un completo tirano si mataba a una Alpha, peor una que llevaba sus cachorros, sangre de su sangre, así que descartó esa opción.

Pensó en hacerle perder los cachorros, pero eso iría en contra de su fuerte instinto y estaba seguro que su lobo se lo reprocharía el resto de su vida. Suspiró nuevamente sin saber que hacer.

Pero si la encerraba el suficiente tiempo para que tuviera a sus cachorros, y el cuidará de ellos, eso era más que generoso, luego vería si la mataba luego de dar a luz y quitarle a los cachorros, o si la dejaba vivir y regresar con ese pequeño intento de manada.

- La cena está lista. - Le informaron luego de tocar la puerta en un par de golpes.

- Dile a la Alpha de los Lyyov que baje. -

- Si señor. - La servidora fue a hacer de inmediato como había pedido.

Last Pure Alpha ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora