[02]

34 3 1
                                    

Siempre, desde que tiene memoria ha estado buscando respuestas claras al porqué de su situación; y aún así seguía sólo encontrando más preguntas.

Para ese entonces, había recién cumplido los veinte años. Veinte años de miseria, viviendo en ese lugar y saliendo únicamente para ver escenarios que según el resto le daría una lección.

—Hey Craig— le llama aquella ahora crecida cría de demonio. Ahora llamada Tweek, un chico que aparentaba aproximadamente unos dieciséis años. 

El chico de cabellos oscuros suspiró, estaba muy molesto con ese rubio. Incluso Pete y Michael lo estaban con él por permitirlo. Dejar a quien terminó llamando Tweek Tweak donde él de verdad había sido un problema reciente.

El blondo se mostraba en extremo agresivo. Y la gran tajada que tenía como herida en el brazo lo demostraba. 

—Cállate. 

La respuesta salió con seria molestia, haciendo que el demonio encarcelado bajase sus orejas cual can regañado. Al mismo tiempo, su cola se movía inquieta como la de un gato.

—Perdóname—susurró distante — A veces mis debilidades son más fuertes que yo.

—¡Y CREES QUE NO LO SÉ!— gritó Tucker, levantándose de manera tan abrupta que hizo sonar la cadena que le encadenaba a aquel sótano de piedra y frío.

El silencio llenó toda el área, sólo siendo las pesadas respiraciones de Tucker audibles. Tweek se achicó en su lugar, cual crío regañado. Pero era cierto, en veces simplemente no se podía controlar.

Y antes de que el de cabellos azabache pudiese decir algo más, la puerta que daba a las escaleras que dirigían al sótano se escuchó abrir de un golpe. Los pasos pesados se escucharon junto al rechinar de las escaleras.

—Padre— Saludó Craig, colocándose de inmediato al frente de el pelirrojo que le miró con superioridad inmediata. 

—Craig— saludó de igual forma. 

Y comenzó a caminar, empujando al más joven al suelo. Cosa que hizo claramente a Tweek reaccionar, gruñendo con gran fuerza. Si algo tenían que reconocer tanto Pete como Michael, es que su cuidador había realizado un gran trabajo criando a ese demonio.

Que era un poco más grande de lo que un demonio común estaría a su temprana edad pero igual imponente fuerza. Y eso era tanto algo de admirar para ellos, como algo por lo que sentir pena. Porque lo hacía el objetivo perfecto para quienes los apresaban.

Por su lado, Craig alzó un poco la mirada, viendo cómo Pete y Michael permanecían en las sombras a excepción de Tweek. Algo no estaba bien.

—Hiciste un gran trabajo con éste, Craig— alagó Thomas, jalando uno de los cuernos aún sin gran filo. 

Craig en cambio no contestó, lo había notado. Su padre no había llegado con Heidi, y tampoco había colocado algún apunte en las hojas que se encontraban como notas fuera de su celda, indicando que aún estaba en observación.

Por lo que, una de dos. Había sido vendida al mejor postor, o simplemente su camino había dado fin en el ciclo de la vida.

Y sintió un golpe en su cabeza. Uno que lo llevó al suelo, hasta caer de rodillas y sentir su frente en el suelo de piedra.

—¿Por qué me dejas hablando solo?, si se puede saber.

—Error mío, padre— dijo firme, pero sintiendo cómo la piel de su frente comenzaba a sangrar por un corte, uno que aumentaba en tamaño conforme lo hacía el de presión.

También te gustarán

          

—Mnh— musitó, girándose a ver al rubio que le miraba con fiereza — prepara al número tres, hoy dará un gran show para nosotros los que se salvan.

Tweek rugió, y golpeó los gruesos barrotes con su alargada y peligrosa cola. Cosa que en vez de asustar al pelirrojo, lo hizo sonreír en éxtasis. Por fin hoy vería lo que esa máquina era capaz de hacer. 

—No hay número tres disponible padre, él es número cuatro.

—¿Quién era número tres?

—...Heidi

—Sí, bueno. Ahora él es número tres. 

Y sin más quitó su bota llena de lodo de la cabeza ajena, haciendo que el chico suspirase en alivio. Aunque no uno sano. Y sin más, Thomas se marchó, dejando el lugar en penumbra.

—Está muerta, ¿no?— pregunta el azabache, aspirando con melancolía. Sin duda aquella chica añadía sol a sus días llenos de nubes.

—Ya deberías estar acostumbrado— contestó Pete, acercándose a los barrotes una vez más. Viendo a su vez el resto de jaulas que con el tiempo se habían ido deshabitando —Nos estamos extinguiendo.

Y en ese momento Craig dio un brinco en su lugar, a la vez en que cuestionaba al de largo copete con la mirada. El mismo miró a Tweek, que le sostenía la vista con duda.

—Hace un siglo, los demonios o ángeles terrenales hicieron un trato, esa mierda consistía en que ya no habría más crías. Ya no seguiríamos protegiendo al ser humano, ¿Está jodido no?, como no los dejábamos hacer lo que querían y terminamos atacándolos en defensa propia ante la caza somos los malos de la historia— su mejilla se pegó al barrote, dejando ver así la falta de un ojo. 

Pete había sido un demonio con humano, más de uno como era costumbre. Al nacer, los demonios acogían a un humano bajo su cuidado, siendo fieles amigos del mismo y protectores.

Y por supuesto que había sido testigo de la incoherencia del ser al que servía, su primera humana fue una chica de gran peso llamada Henrietta. Una chica con Asperger, cosa que le causó ternura cuando él era aún considerado una cría.

Los demonios tienden a enamorarse de sus humanos, y no en plan romántico si no un amor incondicional, como el que siente un amigo de toda la vida. Un amor siempre sano, constructivo que ayudaba al humano a progresar en la vida hasta ser merecedor del cielo y las estrellas; de ser cargado en los brazos de un ángel espiritual. Aquellos de plumas blancas y aros sobre su cabeza.

Henrietta era callada, muy reservada y tenía el canto más bello que ha escuchado en su vida entera. Y a pesar de adorar a su señor de origen, Satán era una persona de gran mente. 

Una que curó con su guía a miles, y fue condenada a la hoguera por la iglesia. Le había acusado de brujería, ¿Es que no sabían lo que era la medicina?

—Los humanos están cegados por la avaricia, por la sed de poder. Y aquellos que sí creen en el señor, confiaron tanto en él que se olvidaron de confiar en sí mismos. Siendo presas fáciles para los causantes de que el mundo esté así de pútrido— siguió diciendo Pete, poniéndose de pie hasta que el resto fue capaz de mirar su demacrado cuerpo.

Su ala se estiró,  y el resto fue espectador de la falta de extremidad. Al contrario, la existente mantenía horrores por heridas, incluso agujeros por los que uno fácilmente podría mirar el otro extremo de la moneda.

Pete por su parte, recordó a su segundo humano. Un chico que conoció con cinco años, un niño. Un niño con el que compartió gran parte de su vida humana. Era un niño travieso, malhablado y a pesar de ello alguien bien de actuar.

CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora