El principio del fin

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Hace tres días que Pantera se perdió. Creemos que se la llevó algún desconocido. Oímos decir al frutero que vive en la calle San Antonio que le había gustado el animal para llevárselo a su rancho. De igual forma, una señora dijo que se la llevaría porque parecía que no tuviera dueño. La gente siempre pensó que por ver a Pantera tan campante jugando en la calle no tenía dueño. No sabían que ella se paseaba sola y que siempre regresaba al hogar que le dio sustento en sus primeros años. Estamos seguros de que Pantera no nos abandonaría por su propia cuenta. Hoy don Miguel nos dijo que la vio jugando en la madrugada con Oreo. Es probable que después se hayan ido a la secundaria (lugar en el que Oreo pasa la mayor parte del día) y ahí, en medio de la estampida de muchachos, se asustó y tomó un camino equivocado. Quizá ahora mismo ande buscando la casa. No es posible que se haya ido tan lejos si ya recorrimos más de tres manzanas a la redonda y no hay rastros de ella. ¿Dónde estará Pantera?

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Es muy distraída Pantera. Cada que vamos a caminar sigue apaciblemente el rumbo que le indica la cadena hasta que frena de súbito como si hubiese visto a un fantasma. Piensa en el rastro frente a su nariz, analiza, lo persigue hasta que por fin da con él en algún poste. Definitivamente es una mancha de orina. Pantera ha de cerrar los ojos para poder absorber mejor el aroma. Desde aquí puedo ver su expresión de satisfacción por oler meados ajenos. Supongo que siente lo mismo que yo cuando huelo el cabello recién perfumado de mi amada.

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Todo comenzó el 21 de abril del 2018. Yo trabajaba como ayudante en una empresa de servicios industriales. Estaba ahorrando algo de dinero para ingresar a la universidad el año próximo y me sentía como un adulto cuando el ingeniero Joaquín me pagaba mi catorcena en un sobre de papel que decía mis apellidos y la cantidad. Estaba aprendiendo el laborioso oficio de técnico en refrigeración, mi relación con Nayde iba de maravilla y por fin gozaba de una rara paz espiritual que no había concebido en años. Mi esfera de existencia transcurría sutilmente. A pantera la conocí porque la vecina Marta se la estaba regalando a una prima suya (que no parecía muy convencida de tener otra mascota en casa) y unos momentos antes de subirla al coche me preguntó si la quería adoptar yo. En ese entonces el más entusiasmado era Pedrito, que prometió sacarla a pasear todos los días y recoger su popo. Mi mamá dijo que al único animal que ella iba a soportar dentro de la casa era su marido y que me iba a correr con todo y perro. Mi papa dijo, como siempre, que era una mala idea. Esa misma tarde me encontraba en el supermercado comprando una lista de cosas que necesita un perro para subsistir. Su primer collar era azul cielo y no duró ni una semana. Las croquetas baratas que compré le hicieron daño y pasó toda la noche vomitando. Mi mama le tenía que preparar un caldito de menudo y ahí le fuimos poniendo cada vez más y más croquetas hasta que su estómago fue capaz de tolerarlas. Pantera llegó a nuestras vidas sin previo aviso.

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Me preocupa su salud. Hace unos momentos mientras comía distraído le alcancé una hogaza grande de pan. Minutos después de que Pantera lo engullera, recordé con pavor esa nota del veterinario en la que indicaba que es malísimo para un cachorro comer levadura.

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Al principio me daba pena hablarle porque sentía un cierto rechazo de su parte. Su primer año lo pasó amarrada en el patio de atrás de la vecina y en la noche ladraba sin cesar a quien sabe qué apariciones. Tengo el recuerdo de asomarme más de una vez por la ventana del baño y ver su figura infantil recostada en una esquina de la barda mirándome fijamente con esos ojos de desamparo que tanto la caracterizan. Cuando la trajimos era apenas un cachorro. Aún guardo dos de sus dientitos de leche que se le cayeron cuando mordía un coco viejo en la playa. En ese entonces su pelaje era de un negro azabache y su corbata blanca en el pecho resplandecía como prenda sacada de la lavandería. Con la edad cambiaria a ese negro pardo y opaco que muestra ahora y su corbata en el pecho se descoloró un poco. Después de su primer baño me di cuenta porqué la vecina Marta la había botado: estaba cundida de garrapatas. En las orejas se apelotonaban hasta formar una masa negruzca de mugre y sangre y entre sus dedos se encontraban las más grandes, infladas, que con el sólo toque de una aguja reventaban. Conseguimos el famoso bovitraz y después de una enérgica disputa tallando con esponja y jabón zote Pantera quedó como un animal decente. Lista para entrar a la casa y tomar parte de sus dominios. Ahora mi tiempo estaba partido en tres partes: la empresa, Nayde y Pantera. Comencé a leer los libros del encantador de perros en donde encontré algunos trucos útiles para mantenerla tranquila en público y para hacer que me siguiera sin correa. Todos los lunes iba por croquetas al super y le traía alguna cháchara para entretenernos: huesos con nudos, golosinas, juguetes de hule y peluches. Su primera y única cama la adquirí por casualidad en un remate de mercancía: la hizo pedazos antes de una semana.

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Pero que tonta es Pantera, piensa que el ventilador es nuestro enemigo. Le ladra con ánimos bélicos, gruñe y enseña los dientes cada que giro la veleta con mi mano. Pega brinquitos, se echa para atrás y corretea alrededor del ventilador. Si supiera Pantera que el ventilador es nuestro amigo, el que nos mantiene frescos en las infernales tardes de abril.

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El tiempo pasaba cada vez con mayor rapidez. Un mes se convirtió en dos y dos en tres, con ello llegaba la preocupación de todo padre primerizo: la sexualidad de sus hijos. Siempre temí este momento. Pantera vagando sola por las calles desiertas en una madrugada fría, se ha perdido y en su vientre lleva vida, vida que la está matando. Por eso la castramos luego de su primer celo. Para que en un caso como este no tuviera que pasar por el dolor de verse preñada en míseras condiciones. Además, ya hay muchos perros sin hogar, y sé que si ella razonara estaría de acuerdo conmigo en que lo que este mundo menos necesita es, precisamente, más pobladores. Estábamos muy nerviosos el día en que el veterinario la hizo pasar, la primera dosis de anestesia no fue suficiente para dormir a un perro tan grande como ella así que le aplicaron un tercio más. Durmió diez horas seguidas, para cuando se despertó ya tenia seis puntadas en el vientre y era más estéril que el desierto del Sahara. Nayde siempre estuvo al pendiente de ella para lavarle la herida y arreglarle su collarín. Ahora Pantera estaba lista para comerse el mundo igual que a un hueso de pollo.

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Deseo conseguir una bicicleta que tenga al frente una caja lo suficientemente fuerte para llevar a Pantera. Así, la podría encaramar y echarnos a andar por la ciudad. Pantera observando un amanecer desde la playa. Pantera en el faro de Isla Aguada. Pantera con las orejas revueltas por el aire rumbo al jardín botánico. Pantera en todos lados.

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¿Habré sido un mal dueño por dejarla salir sola a explorar la calle? Yo sólo quería que fuera feliz, y miraba en sus ojos albos esa felicidad de andar sin correa por todo el vecindario, haciéndose amistad con cualquier transeúnte, yo miraba desde mi balcón como movía su colita de izquierda a derecha cuando seguía a sus amigos callejeros. Era feliz así. Nunca le negué nada y quizá ese fue mi peor error. Siempre que llegaba de la calle le tenia preparado su platillo favorito que consistía en potaje de hígado con croquetas, para que recuperara fuerzas. Mientras comía con esa voracidad inacabable me iba contando todo lo que había visto en sus andanzas. Iba a la primaria a jugar con Pedrito y con todos los niños, a veces en la madrugaba iba hasta el paradero del parque central a embarcar a David, también acompañaba a Nayde a su trabajo. Casi nunca dejé que me siguiera porque me daba miedo que le fuera pasar algo, aunque nunca se lo dije a nadie, me preocupaba que saliera tanto tiempo y tan tarde. Porque los vecinos pensaban que no la queríamos, ellos creen que alguien que quiere a su perro lo deja amarrado todo el día a un poste como si fuera un objeto de su propiedad. Porque según los vecinos querer a tu mascota es mandarlo a vivir en la azotea y darle de comer a sus horas como si fuera una simple máquina biológica. Sólo Dios sabe cuanto quiero a Pantera y que todo lo que hice fue por su bien. Ahora que ya no está no sirve de nada reprocharse las cosas que nunca le dije. Sólo espero que esté bien.

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Si algún día llegase a ver la muerte de Pantera no me tendría que doler. Ella llegó de improviso a nuestras vidas y de esa misma forma se marcha. Compañera de ociosidades, ella me enseñó todos los días que para ser feliz no se necesita de muchas cosas, más que un alma de niño y un poco de comida. 

Mi vida con PanteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora