Capítulo 17

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—Bueno, estás un poco por debajo del peso para mi gusto, pero todo está bien. Veo que no quieren saber el sexo del bebé — comentó la doctora Haines, quitándose las gafas con una sonrisa.

Lexa dirigió a Clarke una mirada curiosa.

—¿De verdad? Creía que lo sabías, porque siempre te refieres al bebé como «ella» —razonó.

—Quiero que sea una sorpresa —contestó Clarke, encogiéndose de hombros—. ¿Tú quieres saberlo?

Lexa se lo pensó un segundo, pero al final sonrió.

—No, que sea una sorpresa.

Clarke le cogió la mano.

—¿El peso de Clarke es un problema? —se interesó Lexa, apretándole la mano a la otra mujer.

La doctora negó con la cabeza.

—No, tengo los resultados de todas las pruebas que hizo su médico de Wisconsin. Estás rozando la anemia, así que descansa todo lo que puedas y vigila la dieta, como ya has estado haciendo. El bebé debería nacer la primera semana de diciembre. ¿Van a quedarse en Chicago?

—¿Sería mejor quedarnos? —preguntó Clarke con gravedad.

—No es imperativo, pero me gustaría controlar la anemia. Como te decía, no es nada fuera de lo común, pero convendría que te quedaras en la ciudad si es posible.

—Vivimos lejos del hospital —intervino Lexa, y miró a Clarke de reojo—. Nos quedaremos aquí. Podemos subir al norte en cualquier momento.

Clarke asintió y se llevó la mano a la barriga con inquietud. La doctora las miró a ambas y esbozó una sonrisa.

—¿Es el primero, veo?

Las dos asintieron.

—Todo irá bien. El único problema que veo es el peso. El corazón del bebé está perfectamente. Tiene el tamaño adecuado y todo va muy bien —les aseguró.

Clarke torció los labios en una sonrisa nerviosa y le apretó la mano a Lexa.

—El estrés es otro factor que debemos considerar. No sé nada de su vida personal, pero veo que se importan la una a la otra, y eso es bueno, porque van a tener que ayudarse. ¿Existe algún otro factor de estrés?

Lexa y Clarke se miraron y la primera negó con la cabeza.

—¿Clarke?

Clarke cruzó una nueva mirada con Lexa, pero no dijo nada.

—¿Qué les parece si las dejo solas unos minutos? Te apuntaré cita para el martes a las tres —ofreció la amable doctora, y salió de la consulta.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Lexa, sin despegar los ojos de Clarke.

—Es que... No te enfades. Costia llamó el otro día y... ella...

—¿Ella qué?

—Dijo que estaban juntas la otra noche, cuando llegaste tarde. Lo sé, sé que mentía. Confío en ti, Lexa.

Lexa se levantó y empezó a pasear de lado a lado de la habitación, cada vez más furiosa con cada paso que daba. Al mirar a Clarke, que se veía cansada y pálida, se arrodilló ante ella.

—Muy bien, de ahora en adelante, cuéntame las cosas, por favor. No te estoy ocultando nada, no estoy con nadie. Lo sabes.

—Sí. Por favor no te enfades.

Lexa le puso los dedos en los labios.

—No te preocupes, que el bebé te oye. Oye, ¿ya has pensado en algún nombre? Nunca hemos hablado de eso. Espera, mejor volvemos a casa y lo pensamos entre las tres.

—Skye nunca nos lo perdonaría —afirmó Clarke.

Lexa sonrió, aunque en quien pensaba era en Costia. Iba a matar a aquella zorra traidora.

Al entrar en la sala de estar se encontraron con Lincoln llevando a Skye a caballito por toda la habitación. Octavia estaba sentada en el sofá con una copa de vino y se desternillaba de risa.

—Mamá, Lincoln sube caballito —exclamó la niña.

Lincoln la dejó en el suelo e hizo como si no viera la mueca burlona de Lexa, rojo como la grana, mientras la niña corría a los brazos de su madre. Lexa la interceptó, la levantó en volandas, le dio un beso en la mejilla y luego se la pasó a Clarke.

—No puedes levantar peso —la advirtió en tono severo. Clarke puso los ojos en blanco—. Gracias, Lincoln, eres un buen amigo.

El aludido sonrió ampliamente.

—Me gusta el efecto que Clarke ejerce sobre ti, gracias.

—Ah, por cierto, ¿ya han encontrado a otro chelista?

—De hecho, puedo tener a uno para pasado mañana. Está grabando un anuncio de detergente. Qué puede aportar un chelo al detergente es algo que se me escapa, por cierto —se encogió de hombros Lincoln.

—Bien, mañana se lo diré a Costia —afirmó Lexa.

Lincoln le dio una palmada en la espalda.

—Perfecto, yo no estaré —dijo. Lexa lo fulminó con la mirada—. Es broma.

Los cuatro se despidieron con sendos besos y Lincoln le pellizcó la nariz a Skye.

—Buenas noches, pequeña diosa —le dijo, dándole un beso en la mejilla.

Octavia se rio y la besó en la frente.

—Vaya rompecorazones que vas a ser.

Clarke los acompañó a la puerta. Al volver, Lexa estaba de pie delante del fuego y sus ojos verdes, habitualmente cálidos, tenían un brillo oscuro, glacial y acerado como los de un tigre al reflejar las llamas.


          

******


Como un tigre enjaulado, Lexa paseaba arriba y abajo en el estudio, mientras esperaba a Costia, bajo la atenta mirada de Lincoln y Jeffrey.

—Lex, ¿quieres que se lo diga yo? —se ofreció Lincoln.

Enseguida, Jeffrey también se adelantó, dándole a entender que estaba igualmente dispuesto, pero Lexa se rio.

—Gracias, chicos, pero no. Tengo que hacerlo. Fue un error mío y me toca corregirlo. No se preocupen, ahora soy una Lexa Woods mucho más tranquila y sosegada —afirmó, arrancando las carcajadas de los dos hombres.

En ese momento se abrió la puerta, pero en lugar de Costia fue Clarke la que apareció, con Skye de la mano. Lexa parpadeó y sonrió.

—¿Qué paso...? —Suspiró y fue a reunirse con ella.

Lincoln y Jeffrey las observaron con complicidad.

—No me digas que las mujeres no son más perspicaces que nosotros, Lincoln. Clarke sabe lo que va a pasar, mírala. Parece una madre osa protegiendo a sus oseznos.

Los dos se rieron.

—Lexa Woods enamorada y con familia, nada menos. Será mejor que me retire antes de que las vacas vuelen —rio Lincoln.

Jeffrey le siguió.

Lexa fue con Clarke y aupó a Skye en cuanto la pequeña estiró los brazos hacia ella.

—Hola, pitufa —la saludó con un beso, antes de mirar a Clarke—.¿Qué hacen aquí? —preguntó, inclinándose para besarla.

Clarke suspiró al romper el beso.

—Skye y yo hemos salido a comprar caramelos para Halloween, lo cual me recuerda que mañana tenemos que ir a comprar una calabaza. Así que he pensado que podíamos pasar a ver dónde trabajabas —explicó con naturalidad.

Como tenía cara de cansada, Lexa se preocupó.

—La doctora Haines te dijo que reposaras, no que te patearas la Orilla Norte de Chicago —la riñó con cariño, y la besó otra vez—. Pero me alegro de que esten aquí. ¿No tendrá nada que ver con cierta chelista, entiendo?

—No seas boba.

—Mientes fatal —apuntó Lexa.

—Lesa, toca piano —pidió Skye, palmeándole las mejillas.

Lexa no pudo resistirse a aquellos ojos azules.

—Dios, qué pasa con las Griffin y esos ojitos que ponen... — refunfuñó, y dejó a Skye en el suelo antes de sentarse al piano.

Clarke se puso al lado del instrumento y se acercó a Lexa, con una sonrisa.

—¿Qué pasó al final con la canción que tocabas en la cabaña?

—La dejé estar —repuso Lexa mientras tocaba.

—¿Por qué? Era muy bonita —opinó Clarke, que cerró los ojos y suspiró—. Dios, qué bien que tocas.

—Eso es lo que le digo siempre, que debería componer su propia música y grabar un disco. Tiene un montón de canciones que podrían...

—Cállate, Lincoln —lo reprendió Lexa afectuosamente.

—Lo toca como una amante —le susurró Lincoln a Clarke.

Esta se estremeció visiblemente al observar cómo Lexa deslizaba los largos y delicados dedos sobre las teclas blancas y negras. La pianista cruzó una mirada con ella y esbozó una sonrisa.

—Ah, vayan a un hotel —protestó Lincoln, que había sido testigo de la escena.

Jeffrey se les acercó y le dijo algo a Lexa al oído. Ella dejó de tocar de inmediato, asintió y se levantó.

—Ahora mismo vuelvo, no se vayan a ninguna parte. Luego te llevo a ti y a la pitufa a comer.

Clarke le dedicó una sonrisa de apoyo y le guiñó el ojo antes de que desapareciera por la puerta.

—Muy bien —advirtió Lincoln—. Lo siguiente que oigamos...

En ese momento, el choque de unos platillos los sobresaltó a todos y al volver la cabeza encontraron a Skye junto a la batería, con una baqueta en la mano.

—Skye toca, mamá —anunció.

Lincoln se partía de risa, mientras que Clarke se había puesto como un tomate.

—No te reirás tanto si le da una patada a uno de los bombos, Lincoln —apuntó Clarke, sin asomo de broma en su tono.

Lincoln saltó sobre Skye a toda prisa.

—Lexa, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó Costia, mientras se quitaba el abrigo.

—Costia, tenemos que hablar.

Costia se volvió hacia Lexa con una sonrisita seductora.

—¿Ya te has hartado de jugar a las casitas? ¿Has recuperado el juicio, Woods? —aventuró, coqueta, acariciándole el cuello.

Lexa le apartó las manos bruscamente y se alejó de ella.

—Supongo que no —murmuró Costia—. Entonces lo nuestro se ha acabado. ¿Es eso? Lo entiendo. Tú y yo no teníamos ningún compromiso y ha sido divertido mientras ha durado —dijo.

Lexa la observó detenidamente antes de hablar.

—Costia, hemos tenido que contratar a otro segundo chelista. Lo siento, pero no encajas.

Costia la miró como un animal atrapado.

—¿Que qué?

Lexa suspiró y se frotó la frente.

—Ya me has oído. Los tres estamos de acuerdo y he pensado que tenía que decírtelo yo. Tienes mucho talento —le dijo, a sabiendas de que era mentira. Le vino a la cabeza lo que había dicho Clarke de ser diplomática—. Sencillamente esta pieza no es para ti. Créeme, encontrarás...

—¡No me jodas!

—Costia... —empezó a decir Lexa.

La chelista agarró uno de sus zapatos de tacón de aguja y se lo tiró a Lexa, que logró esquivar el misil gracias a sus rápidos reflejos.

—Vale, estás disgustada y lo entiendo —intentó intervenir Lexa, mientras el otro zapato volaba por la habitación.

Esta vez se agachó demasiado tarde y el proyectil hizo blanco: en toda la nariz. Aturdida, Lexa se tambaleó hacia atrás y atravesó las puertas del estudio antes de caer de espaldas con la nariz sangrando del corte en el puente.

—¡Joder! —gritó Lexa.

Costia la siguió como un rayo.

—¿Crees que me puedes follar y luego tirarme como un pañuelo usado? —aulló—. ¿De qué coño vas?

Lincoln y Jeffrey se habían dado la vuelta ante la entrada triunfal de Lexa; Clarke contemplaba la escena con los ojos desorbitados y Skye le tiraba del pantalón.

—Ha dicho palabrota, mamá.

—Y no va a ser la última, diosa mía —le susurró Lincoln, tapándole los oídos.

—Costia, no estoy tirando a nadie. Es tu música —intentó explicar Lexa, aunque la voz le saliera nasal.

Costia respiraba aceleradamente y la miraba como una demente.

—Costia, por amor de Dios —se escandalizó Lincoln.

Skye abrió mucho los ojos y se fijó en Lexa, con el ceño fruncido. La mujer estaba echada hacia delante y se tapaba la nariz con la mano.

—¡Lesa pupa! —exclamó, y echó a correr hacia ella.

Lincoln y Jeffrey la siguieron y Clarke los imitó, tan rápido como le permitió su estado. Skye se había encarado con Costia, con los bracitos en jarras.

—Pupa a Lesa. Muy mal —gritó, y empujó a Costia a la altura de la pierna.

Costia trastabilló hacia atrás y bajó los ojos hacia la niñita rubia.

—¿Qué cojones es esto? ¿Es tu puta hija, Lexa?

Lexa rugió y parpadeó repetidamente para reprimir las lágrimas de dolor. Clarke perdió los estribos, apartó a Lincoln de su camino, cogió a Skye y la arrastró detrás de ella. Lincoln se apresuró a coger a la niña y la retuvo pese a sus forcejeos.

—¡Deja! ¡Pupa a Lesa!

—Skye —la acalló su madre.

Skye se quedó quieta, mirando a Clarke.

—Mamá, señora mala pupa a Lesa.

Clarke le sonrió a su hija.

—Lo sé, pastelito.

Le hizo un gesto a Lincoln y este cogió en brazos a la revoltosa niña de tres años. Lexa seguía parpadeando para aclarar la vista, sin soltarse la nariz. La sangre le resbalaba entre los dedos.

—Costia —musitó.

Sin apartar la mirada de Costia, Clarke habló.

—Lexa, siéntate y echa la cabeza hacia atrás, cariño.

Se aseguró de enfatizar la última palabra, y Costia le digirió una mirada incendiaria. Respiraba como un toro bravo, con las aletas de la nariz dilatadas. La voz calma de Clarke hizo que Lexa se pusiera todavía más nerviosa.

—Costia. ¿Puedo llamarte Costia? Sé que sientes que Lexa te ha ofendido y puede que tengas razón. Sin embargo, si vuelves a intentar hacerle daño, te aseguro que, aunque no te lo parezca encontraré la manera de hacer de tu vida un infierno. Que no se te vuelva a pasar por la cabeza hacerle daño a Lexa o a nuestra hija jamás.

Lexa levantó la cabeza de golpe al oír que Clarke decía «nuestra» hija. Pestañeando, se levantó, se limpió la sangre con la manga y se colocó junto a Clarke, con el brazo sobre sus hombros. Lincoln sonrió y dejó a Skye en el suelo; la niña corrió hacia Lexa y se puso entre las dos mujeres, con el brazo alrededor de la pierna de Lexa. Esta la miró y la cogió en brazos sin dificultad.


—Lo siento, Costia. Esto no tiene nada que ver con lo que fuéramos tú y yo. Se trata de tu música. Se te ha pagado todo el mes, me parece más que justo. Adiós —zanjó, y empezó a alejarse, no sin antes volverse una última vez—. Ah, y no vuelvas a hablarle así a mi hija. No hay que decir palabrotas enfrente de los niños.

Clarke puso los ojos en blanco y se alejó con Lexa, rodeándole la cintura con el brazo en actitud protectora. Lincoln y Jeffrey intervinieron enseguida y sacaron a la indignada chelista de la sala.

—Costia, querida, hay una plaza libre en el Orchestra Hall. Te he concertado una entrevista... —oyeron decir a Lincoln, antes de que se cerraran las puertas.

Lexa dejó a Skye de pie sobre la banqueta del piano, y Clarke se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo aplicó en la nariz para ver si dejaba de sangrar.

—¿Lesa pupa?

—No, pitufa, estoy bien —la tranquilizó Lexa.

Clarke le pellizcó el puente de la nariz con demasiada fuerza.

—Lo siento, ¿te he hecho daño? —le preguntó en tono meloso.

Lexa hizo una mueca.

—No, seguramente me lo he ganado.

—Bueno, ahora ya no tienes que preocuparte por más mujeres despechadas, ¿verdad? —preguntó Clarke, batiendo las pestañas.

—Solo estás tú, mi amor. Solo tú —replicó desdeñosamente. A continuación, cogió a Skye otra vez—. Oye, pitufa, gracias por enfrentarte a esa abusona para defenderme. Eres una niña muy mayor y me has salvado.

Skye esbozó una sonrisa de pura felicidad.

—Yo solita. ¡Pupa a Lesa!

—Vámonos de aquí antes de que se metan en otra pelea — propuso Clarke, y condujo a sus dos guerreras fuera del estudio.

Lexa abrazaba a Clarke en la oscuridad, con la mirada perdida. Aquella tarde había sido una experiencia muy reveladora. Se había quedado patidifusa cuando Skye se había encarado con Costia, y luego la dejó de piedra que Clarke se refiriera a ella como «nuestra hija». Lexa nunca se había sentido tanto parte de la vida. Aunque ya sabía que su amor por Clarke duraría siempre y que quería a Skye como si fuera suya, en aquel momento ella también se había sentido querida y necesitada.

La vida le cambiaba a cada minuto que pasaba, hasta el punto de que apenas recordaba la vida antes de conocer a Clarke y Skye, pese a que solo hubieran pasado unos meses. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía querer tan profundamente a alguien? No tenía ni idea y no se atrevía a ahondar en la cuestión. Lo único que sabía era que los vientos celestiales le habían enviado a aquellas dos personas.

Bueno, mejor dicho, dos y media. Y ya nada las apartaría de su lado. —¿Qué tal la nariz? —preguntó Clarke, soñolienta.

Lexa gimió y se tocó la tirita.

—Bien. Espero que no esté rota.

—Bueno, cariño, quizás es una mejora.

—Muy graciosa. Yo también te quiero —susurró Lexa, y la besó en la frente—. Perdóname, Clarke.

—¿Por qué?

—Es como si el pasado me persiguiera.

—Olvídate del pasado, Lexa —murmuró Clarke—. ¿Tienes que ir al estudio mañana?

—En realidad no. ¿Qué quieres hacer?

—Bueno, pronto será Halloween. He pensado que si no estás ocupada podríamos ir a comprar una calabaza.

—Guau, ya es Halloween. Vale, a la pitufa le encantará — accedió Lexa.

Clarke dejó escapar un gruñido de exasperación y empezó a incorporarse.

—¿El bebé duerme encima de tu vejiga otra vez? —se interesó

Lexa entre bostezos, al tiempo que le daba un empujoncito para ayudarla a levantarse.

Clarke se rio cuando Lexa la impulsó fuera de la cama.

—Cada vez se te da mejor, Woods.

Anadeó hacia el baño entre resoplidos y Lexa soltó una carcajada al verla caminar. Entonces se puso las manos debajo de la cabeza y suspiró, feliz, mientras daba gracias al cielo.


****


—Es como la feria de Oneida County —comentó Clarke mientras examinaba las calabazas expuestas.

—Sírvase usted misma —le dijo el anciano dependiente, mientras se guardaba un fajo de billetes en el bolsillo—. Están ordenadas por precio, así que solo tiene que elegir.

El sonriente tendero las dejó solas. Clarke inspiró hondo y se relamió. Lexa, al verla, meneó la cabeza.

—Muy bien, ¿qué quieres?

—Un bratwurst con mostaza y chucrut —respondió Clarke al punto.

Lexa soltó una carcajada y fue a buscárselos, mientras Skye estudiaba las calabazas apiladas. Volvió con la salchicha de Clarke y un pretzel recubierto de chocolate para Skye, que su madre miró de reojo.

—Tranquila, también te he comprado uno a ti.

Clarke se rio y le dio un buen bocado; Lexa apartó la vista, con una mueca.

—No quiero verlo —se volvió hacia Skye, que seguía muy concentrada con las calabazas—. ¿Ves alguna que te guste, pitufa?

—Esa —señaló la niña.

Lexa siguió la indicación. Por supuesto, la que quería tenía que ser la de encima de todo de la pila, a la que Lexa no llegaba ni de lejos. —¿Y esta qué te parece? Es igual de grande.

—No, esa —insistió Skye—, Lesa, pofiii.

—Muy bien —suspiró Lexa, y observó la calabaza en cuestión—. Supongo que me toca escalar.

Lexa empezó a maniobrar entre la montaña de calabazas. A su espalda, Clarke todavía tenía la boca llena cuando le pidió que tuviera cuidado.

—Que tenga cuidado... —se dijo Lexa, plantando el pie entre dos calabazas.

Nada más poner un poco de peso, resbaló y se fue de cabeza contra la pila. Oyó vagamente gritar a Skye y a Clarke cuando la montaña de calabazas se derrumbó encima de ella y se cubrió la cabeza para protegerse de los golpes. Cuando todo terminó y por fin abrió los ojos, Skye estaba cogiendo la calabaza que había elegido.

—Gracias, Lesa.

Sentada entre las calabazas, Lexa torció el gesto y se sacó una del trasero, porque le estaba clavando todo el rabo.

—De nada, pitufa.

—¿Estás bien? —se interesó Clarke.

—Perfectamente, pero o me he meado encima o he chafado una calabaza.

Clarke se rio y le tendió la mano a Lexa, pero esta rechazó la ayuda y se levantó sola. Ya de pie, agitó la pierna. En ese momento regresó el dueño del puesto y se quedó mirando el estropicio.

—Le pagaré todas las que se hayan estropeado —le aseguró Lexa—. Sé que al menos una está chafada —comentó, tirándose de la parte de atrás de los pantalones.

—No, no pasa nada. ¿Puedo preguntarle por qué no ha usado la escalera? —quiso saber el tendero, señalando una escalera apoyada contra la caseta con un enorme cartel que decía «Para las calabazas altas».

—¡Oh, mazorcas de maíz! —exclamó Clarke, en tono hambriento.

Lexa tiró la calabaza chafada al suelo y sacó la cartera.

Vientos Celestiales (Adaptación)Where stories live. Discover now