—Bueno, estás un poco por debajo del peso para mi gusto, pero todo está bien. Veo que no quieren saber el sexo del bebé — comentó la doctora Haines, quitándose las gafas con una sonrisa.
Lexa dirigió a Clarke una mirada curiosa.
—¿De verdad? Creía que lo sabías, porque siempre te refieres al bebé como «ella» —razonó.
—Quiero que sea una sorpresa —contestó Clarke, encogiéndose de hombros—. ¿Tú quieres saberlo?
Lexa se lo pensó un segundo, pero al final sonrió.
—No, que sea una sorpresa.
Clarke le cogió la mano.
—¿El peso de Clarke es un problema? —se interesó Lexa, apretándole la mano a la otra mujer.
La doctora negó con la cabeza.
—No, tengo los resultados de todas las pruebas que hizo su médico de Wisconsin. Estás rozando la anemia, así que descansa todo lo que puedas y vigila la dieta, como ya has estado haciendo. El bebé debería nacer la primera semana de diciembre. ¿Van a quedarse en Chicago?
—¿Sería mejor quedarnos? —preguntó Clarke con gravedad.
—No es imperativo, pero me gustaría controlar la anemia. Como te decía, no es nada fuera de lo común, pero convendría que te quedaras en la ciudad si es posible.
—Vivimos lejos del hospital —intervino Lexa, y miró a Clarke de reojo—. Nos quedaremos aquí. Podemos subir al norte en cualquier momento.
Clarke asintió y se llevó la mano a la barriga con inquietud. La doctora las miró a ambas y esbozó una sonrisa.
—¿Es el primero, veo?
Las dos asintieron.
—Todo irá bien. El único problema que veo es el peso. El corazón del bebé está perfectamente. Tiene el tamaño adecuado y todo va muy bien —les aseguró.
Clarke torció los labios en una sonrisa nerviosa y le apretó la mano a Lexa.
—El estrés es otro factor que debemos considerar. No sé nada de su vida personal, pero veo que se importan la una a la otra, y eso es bueno, porque van a tener que ayudarse. ¿Existe algún otro factor de estrés?
Lexa y Clarke se miraron y la primera negó con la cabeza.
—¿Clarke?
Clarke cruzó una nueva mirada con Lexa, pero no dijo nada.
—¿Qué les parece si las dejo solas unos minutos? Te apuntaré cita para el martes a las tres —ofreció la amable doctora, y salió de la consulta.
—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Lexa, sin despegar los ojos de Clarke.
—Es que... No te enfades. Costia llamó el otro día y... ella...
—¿Ella qué?
—Dijo que estaban juntas la otra noche, cuando llegaste tarde. Lo sé, sé que mentía. Confío en ti, Lexa.
Lexa se levantó y empezó a pasear de lado a lado de la habitación, cada vez más furiosa con cada paso que daba. Al mirar a Clarke, que se veía cansada y pálida, se arrodilló ante ella.
—Muy bien, de ahora en adelante, cuéntame las cosas, por favor. No te estoy ocultando nada, no estoy con nadie. Lo sabes.
—Sí. Por favor no te enfades.
Lexa le puso los dedos en los labios.
—No te preocupes, que el bebé te oye. Oye, ¿ya has pensado en algún nombre? Nunca hemos hablado de eso. Espera, mejor volvemos a casa y lo pensamos entre las tres.
—Skye nunca nos lo perdonaría —afirmó Clarke.
Lexa sonrió, aunque en quien pensaba era en Costia. Iba a matar a aquella zorra traidora.
Al entrar en la sala de estar se encontraron con Lincoln llevando a Skye a caballito por toda la habitación. Octavia estaba sentada en el sofá con una copa de vino y se desternillaba de risa.
—Mamá, Lincoln sube caballito —exclamó la niña.
Lincoln la dejó en el suelo e hizo como si no viera la mueca burlona de Lexa, rojo como la grana, mientras la niña corría a los brazos de su madre. Lexa la interceptó, la levantó en volandas, le dio un beso en la mejilla y luego se la pasó a Clarke.
—No puedes levantar peso —la advirtió en tono severo. Clarke puso los ojos en blanco—. Gracias, Lincoln, eres un buen amigo.
El aludido sonrió ampliamente.
—Me gusta el efecto que Clarke ejerce sobre ti, gracias.
—Ah, por cierto, ¿ya han encontrado a otro chelista?
—De hecho, puedo tener a uno para pasado mañana. Está grabando un anuncio de detergente. Qué puede aportar un chelo al detergente es algo que se me escapa, por cierto —se encogió de hombros Lincoln.
—Bien, mañana se lo diré a Costia —afirmó Lexa.
Lincoln le dio una palmada en la espalda.
—Perfecto, yo no estaré —dijo. Lexa lo fulminó con la mirada—. Es broma.
Los cuatro se despidieron con sendos besos y Lincoln le pellizcó la nariz a Skye.
—Buenas noches, pequeña diosa —le dijo, dándole un beso en la mejilla.
Octavia se rio y la besó en la frente.
—Vaya rompecorazones que vas a ser.
Clarke los acompañó a la puerta. Al volver, Lexa estaba de pie delante del fuego y sus ojos verdes, habitualmente cálidos, tenían un brillo oscuro, glacial y acerado como los de un tigre al reflejar las llamas.
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Vientos Celestiales (Adaptación)
Romance«Hola, cariño: Las dos sabemos cómo estarán las cosas si estás leyendo esto. Lo siento mucho. Pero, oye, quiero que me hagas un favor. Me voy a poner en contacto con Lexa Woods, no te cabrees...» ¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vid...