Mi cuerpo liviano compensaba el ritmo de la vida. Un proceso. Ciclo intenso por el cual atravesamos todos los seres.
Mis ojos se encandilaron por causa de la luz y se sorprendieron gratamente por todo lo que fueron capaces de ver.
Un mundo mágico. La tierra del color de mi piel. Los árboles nada vulnerables tenían como fin ser parte de nuestro proceso para darnos oxígeno. Todo era vida, nada me pertenecía.
Todos éramos parte de un grupo. Los colores le pertenecían a la naturaleza, espíritu con una paz inagotable.
Por momentos me entristecía al pensar lo insignificante que podía llegar a ser. Y en otros momentos, era increíble ver tanto, teniendo en cuenta mi tamaño.
Pero el tamaño de mi cuerpo, nada tenía que ver con mi ser, mi esencia.
Entonces vi una flor marchitarse y vi otra seca, y en donde yacía la misma, volvía a encontrarse el milagro de la naturaleza. Una nueva raíz se asomaba en el suelo.
Todos éramos parte de una misma cosa, cumpliendo una función distinta.
Todos necesarios, inmortales en espíritu.

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Otros ojos
SpiritualMás que una historia, vengo a contarte un pedacito de experiencia.