capitulo 3

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La entrada de la mansión del los Grayson lo recibió nuevamente trayendole recuerdos dolorosos de una vida que ya no sentía que le pertenecía. Como era de esperar el tuvo que ser escoltado a la sala se recibo mientras atendían a la señorita Monette como era debido. Esperaba en el fondo de su ser que ella no hubiese sufrido mayor daño. Los pensamientos trágicos lo estaban atormentando casi tanto como la ironía del asunto. Justo ella entre todas las personas tenía que haberse cruzado en su camino de la manera más literal posible.

Trato de distraerse dando vueltas por la salita como león enjaulado sin realmente tener éxito. Quería saber de una vez que ella estaba bien para poder marcharse a su vida de pretensiones. No podría continuar sabiendo que ella estaba en una cama sin abrir esos hermosos ojos esmeralda al menos para mirarlo con desprecio.

El tiempo se le pasó mucho más lento de lo normal sentía que habían pasado días, semanas desde que el incidente tuvo lugar, pero el reloj indicaba que eran únicamente cuarenta y seis minutos exactos y eso no lo reconfortaba en absoluto. Comparado con eso el barco y sus movimientos infernales no estaba tan mal.

-¿Que hace acá milord?- la pregunta llegó tan rápido como la puerta fue abierta.

Lord Drake Grayson lo observaba esperando una respuesta. Los ojos del joven Vizconde eran fuego puro a pesar de ser exactamente iguales a los de Monett. En ellos ya no había ni una pizca de la amistad que por años habían mantenido y de algún modo lo prefería así. Estar cerca de Drake lo atraería a Monett de alguna manera y entre más se alejará de los Grayson era mejor para todos.

-Fue un accidente, Lady Monett corrió frente al coche...

-Fuera de acá Lord Brandford, usted no es bienvenido en esta casa, le pido que no le cause disgustos a mi hermana - la voz de Drake era una gélida amenaza, pero el no iba a dejar que lo amedrentara tan fácil.

-No sin saber el estado de la señorita, es mi deber- respondió sin una pizca de duda.

-Pensé que escapar se le daba mejor excelencia- ironizó.

-Tuve mis razones Drake- respondió sabiendo que merecía ese trato.

La repuesta murio en los labios del Vizconde cuando fueron informados que Lady Monett había despertado. Él deseo correr escaleras arriba y comprobar por él mismo el estado de la señorita pero prefería ahorrarse el disgusto. No tenía en esos momentos la fuerza moral necesaria para los reproches que ciertamente merecía pero no estaba preparado para recibir.

El trayecto restante hasta su casa fue más un momento de reflexión. Lo mejor de estar de regreso era su hermana quien era la única persona que se alegraba de tenerlo de regreso
Después de eso el desencanto por todo lo que lo rodeaba lo exhalaba con cada respiro. Lord Brandford había muerto el día que abordó el barco hacia América, ahora solo quedaba Michael Aldey un burgués más.

No pudo siquiera un paso dentro de la mansión cuando tenía una pequeña maraña de pelos rubios abrazada a su torso y no parecía tener intención de soltarlo. Le devolvió el abrazo a su angelito envolviendola con sus brazos como llevaba anhelando hacer desde el preciso momento que partió de Inglaterra.

-Debo caminar Beth, estamos bloqueando la entrada- dijo sin soltarla y conteniendo el nudo en la garganta, aunque no importaba demasiado en esa casa el volvía a ser un duque respetado y no el peón del señor Rockeford.

Por supuesto el no era un sentimental, pero Beth siempre fue su talón de aquiles. Su hermanita tan dulce y tierna como era, hacía que sus días fueran menos grises y que cada uno de sus sacrificios valiera completamente la pena.

Besó la frente de la pequeña rubia y se permitió apreciar el cambio que el tiempo había tenido en su pequeña niña que sabía ahora era una señorita seguramente muy codiciada. Sus ojos azules, brillantes llenos de vida estaban un poco empañados por su reencuentro, estaba ligeramente más alta, aunque aún le sacaba una cabeza, su cabello rubio seguía brillando como si el sol hubiera derramado su brillo en él. Porque ella era eso un sol con luz y vida propia, radiante y llena de sueños.

Terminó de entrar a la mansión llenándose de nostalgia y alivio. No esque no le gustarán las tierras americanas pero el sol de Carolina del Norte era algo que no extrañaba del todo, estaba mucho más bronceado de lo que le gustaría y un tanto más amargado si se permitía ser completamente honesto. Dejó que su hermana lo arrastrara por su propia casa y cuando al fin pudo tomar asiento Beth comenzó a describirle lo difícil que fueron los casi tres años sin él.

La duquesa ingresó a la sala manejandose tan correctamente que rayaba en la frialdad. Su madre estaba exactamente igual a como la recordaba. Ella era de pocas palabras y ni siquiera el tiempo lograba ablandar a la mujer. De todas formas el estaba más allá de eso y si tenía que agregar algo más a esa lista de cosas que no le agradaban era la hipocresía y al menos podía agradecer que lo que veía en su madre era exactamente lo quien era.

-¿Es verdad lo de tu compromiso?- preguntó su madre directamente, sin darle siquiera un respiro antes de iniciar su pesadilla.

Le hubiese gustado hablar del tema quizá en la cena o de preferencia al día siguiente. Pero ella estaba ansiosa por saber quién ocuparía su puesto como la señora de la casa aunque fuera una mera formalidad. Cuando supiera la naturaleza de la señorita Rockeford seguramente armaría un escandalo que prefería postergar. Tenía cosas más importantes de las que encargarse como el inicio de actividades en la fábrica, los inversionistas que estaban siendo parte del proyecto y por supuesto revisar todos los documentos con los abogados y si era posible ver el avance de la planta con sus propios ojos.

Pero la duquesa no entendía de razones y sabía que no iba a darle un tregua tan fácilmente.

-Si, la señorita Loretta Rockeford- respondió a secas. Si ella quería iniciar esa conversación en ese instante no podía esperar encontrarlo receptivo. El era de todas formas la cabeza de la familia y no necesitaba responderle a nadie por sus decisiones, ni siquiera a su madre.

-¿Una americana?- respondió con una pregunta ocultando cuanto le afectaba ese detalle.

-Si, madre- acotó poniéndose de pie dispuesto a terminar con eso e ir a tomar un descanso.

-Vas a dejar a esa chica como hiciste con la francesa, no mancharas la buena reputación de esta familia por un capricho.

La sangre se le heló en las venas y por un segundo casi olvida que la persona con la que hablaba era su madre. Monett Grayson era un punto y aparte en su historia. Nunca quiso lastimarla, mucho menos dejarla, pero las circunstancias lo obligaron a abandonar la mujer que derritió su corazón hasta convertirlo en algo más que un duque frio. Estaba enamorado de ella, de su sonrisa coqueta, sus ideas liberales, su forma tan peculiar de pronunciar algunas palabras, su gusto por el teatro, su voz relajante y su olor dulce y sofisticado. El podía pasar el día entero absorbiendo ese aroma dulzón que lo enloquecia. Aún cuando la mayoría de perfumes y fragancias le desagradaban, ella era algo diferente. No podía confundirla por ningún motivo con su compromiso con Loretta. Monett era un lujo que no podía permitirse y su prometida un mal necesario.

Salió del saloncito sin responder a la pulla sabiendo que su respuesta iba a ser todo menos amable y no quería comenzar una guerra tan pronto con su progenitora. Algo que iba a extrañar de Carolina del Norte era la tranquilidad y privacidad con la que no contaba en su propia casa.

Su habitación estaba en orden y la cama tendida esperando a que la ocupara cuando mejor le pareciese. Después de casi tres años nada parecía haber cambiado significativamente en su espacio predilecto. En unos meses sin embargo ese espacio y toda la casa iba a ser invadida por la nueva duquesa de Brandford, que estaba seguro no tardaría en poner su casa patas arriba.

No tenía nada en contra de los americanos, pero la señorita Loretta en específico le crispaba los nervios y le hacía perder la paciencia con increíble rapidez. Casi era un don divino, él siempre se caracterizó por mantener la compostura aún en las peores circunstancias. Le gustaba considerarse un caballero en toda la extensión de la palabra. Claro que habían excepciones como los Grayson quienes lo consideraban no grato.

Dejó su mente descansar cerrando sus ojos sin importar que aún llevaba su ropa de viaje, solo se preocupó por desatar las botas y dormir como venía deseando desde que subió a ese condenado barco.


Lady Grayson Decide Casarse Where stories live. Discover now