Capítulo 1

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Estaba tan nerviosa que, el pulso me temblaba cuando intenté meter la llave en la cerradura de la puerta. Acababa de volver a Montreal después de cinco años, esta vez con las ideas más claras que nunca. Semanas atrás, encontré un anuncio de un pequeño loft en alquiler, hablé con su propietaria para concertar una visita y cuando lo vi no dudé ni un segundo en firmar el contrato. Era exactamente lo que había pensado para empezar el primer año de universidad. Hogareño, luminoso y a un precio que mis ahorros podían cubrir.

—Espero que tu sofá sea cómodo, porque he acabado con un dolor de espalda de campeonato —dijo Margot, arrastrando una última caja desde el ascensor.

—Te dije que no hacía falta que me ayudaras con la mudanza —respondí todavía batallando con la cerradura. Ahora que lo recordaba, la propietaria me avisó de que a veces se atascaba.

—¿Qué clase de mejor amiga sería si no lo hubiera hecho? —inquirió algo fatigada —Además, que sin mí no habrías podido subir tu colección de novelas clásicas —me recordó y llevé la mirada unos instantes a la caja que por casi nos hace perder el aliento y la circulación de los dedos de las manos.

—En eso sí tengo que darte la razón —admití, consiguiendo al fin abrir la puerta.

Emocionada, cogí una bocanada de aire y crucé el umbral de mi nuevo hogar. Todavía no podía creer que fuera a vivir sola, no después de saber que mi madre estaba en desacuerdo con mi decisión. Reconocía que en esta ciudad había pasado los peores momentos de mi vida, pero también los mejores. Aquí tenía a mi mejor amiga, unas vistas magníficas de Montreal desde el Monte Royal y mi cafetería favorita; Café Olímpico.

Margot se deshizo velozmente de la carga y se adentró en el conjunto de salón y cocina abierta tras de mí, correteando por el espacio con efusividad como si acabase de descubrir el hallazgo más importante del año. Rozaba cada mueble a su paso y le dedicaba unos segundos a observar los cuadros abstractos que colgaban de las paredes, así como a los grandes ventanales que predominaban.

—Me encanta el diseño modernista. Y vaya fachada, si hasta tiene escalera de incendios —exclamó, apoyando el peso de su cuerpo sobre las manos, en el alfeizar de la ventana.

—Sabía que te gustaría —dije con una alegre sonrisa —Pero todavía no has visto todo, arriba está  el dormitorio —señalé la dirección con un toque de cabeza.

La planta superior era aún más pequeña que la principal, constituida por una cama matrimonial, un armario empotrado, una pequeña mesilla de noche y una lampara de pie negro. Si tuviera que describir la habitación, lo haría con una palabra: acogedora.
Su anterior inquilina tenía un gusto excelente para la decoración, me sorprendía que no hubiera querido llevarse ni un solo mueble de la casa. Apostaría que tuvo que invertir un gran esfuerzo para conseguir tal resultado. Aunque teniendo en cuenta la pesadez que resultaban las mudanzas podía llegar a entenderlo.

Estaba agotada, un dolor punzante se me había instalado en la espalda tras haber subido la colección de novelas clásicas, y ya empezaba a sentir la molestia en alguna de mis extremidades. Mañana despertaría con unas agujetas descomunales por todo el cuerpo.

—Tenemos que inaugurar esta maravilla —pronunció Margot desde arriba —¿Qué te parece si lo hacemos pidiendo una pizza? —inquirió mientras bajaba las escaleras a paso calmado, paseando la vista una vez más por el lugar, esta vez desde las alturas.

—Que sea una Hawaiana con extra de piña —objeté con la mirada posada en la figura de mi amiga y en los últimos escalones que no tardó en dejar atrás.

—Es por cosas como esta que te quiero.

Las comisuras de sus labios se elevaron en su totalidad, dejando al descubierto una hilera de dientes perfectamente alineados. Seguidamente me rodeó los hombros con uno de sus brazos y me animó a caminar hasta llegar al sofá, donde nos dejamos caer como un saco lleno de cansancio.
Tenía que admitir que mis gustos eran un tanto peculiares, a pocas personas les gustaba la pizza con piña, y mucho menos con extra. Los propios repartidores me miraban con gesto enrarecido cuando me hacían entrega de ella, me examinaban detenidamente como si pedir una Hawaina fuera una idea descabellada. Pero por suerte, tenía a alguien con quien compartirla, a Margot también le encantaba el contraste de sabor entre dulce y salado.

Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos habíamos logrado introducir todas las cajas dentro del loft y apilarlas en un lado donde no molestaran demasiado. Asimismo el olor a tomate y mozzarela  inundaba mis fosas nasales desde hacía ya algún tiempo. El pedido no tardó en llegar y nosotras no dimos opción a que la crujiente masa se enfriara.

—Mmh... —saboreó mi amiga al dar un bocado a su porción —Grace, no vuelvas a irte tanto tiempo, echaba de menos nuestros planes —me pidió, atrapando con sus dedos un hilo de queso fundido.

—Yo también —admití —Pero sabes que no podía quedarme en Montreal sin recordar lo que pasó a cada rato —noté como mi voz se desvanecía a medida que las palabras rodaron por mi lengua.

Llevé la mirada a la goma blanca de mis zapatillas para obligarme a no pensar demasiado. No podía derrumbar los cimientos que tanto me había costado levantar cada vez que un mínimo detalle me hiciese volver a reproducir las imágenes que me marcaron para siempre. A día de hoy seguía teniendo pesadillas y desde el incidente no había sido capaz de dormir en plena oscuridad, siempre me aseguraba de dejar encendida la luz más tenue de la lamparita de noche.

—Genial, ya la he cagado —masculló, retrocediendo el trozo de pizza que seguía una vez más la dirección a su boca —Lo siento, no quería recordártelo —añadió mirándome con gesto afligido.

—No voy a negar que alguna vez haya tenido mis bajones, sobretodo en fechas especiales —confesé a la vez que picoteaba los toppings de la pizza. Primero un trozo de piña y luego un taquito de bacon —Pero estoy bien, si no, no habría vuelto. Así que no te preocupes —dije con una delicada sonrisa entre los labios.

De eso estaba segura, el tiempo había conseguido reunir todos los pedazos en los que me rompí y unirlos de nuevo.

—Menos mal porque ya estaba empezando a sentirme culpable y eso significaría atiborrarme a chocolate —declaró con un matiz divertido en la voz.

De pronto se llevó la mano al pecho mostrando alivio y yo no pude evitar reírme un poco. La última vez que la vi devorando una tableta de chocolate mentolado fue en Acción de Gracias del año pasado, cuando Shawn, su exnovio, la invitó a cenar con su familia tras once meses de relación. Margot pensó que era demasiado precipitado y rehusó la propuesta. Dos semanas después, descubrió que Shawn la había engañado con la jovencísima secretaria de su padre por despecho y ese fue el final de cualquier trato entre ellos. Desde entonces, Margot no quiere verle ni en pintura.

Pasamos el resto de la tarde disfrutando de la deliciosa Hawaiana, mientras entre bocado y bocado contábamos alguna de nuestras mejores anécdotas. Reímos hasta sentir pinchazos en el estómago. Y con los últimos rayos del sol colándose a través de los ventanales, terminamos planeando ir a hacer algunas compras al día siguiente.

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¡Hola, personitas preciosas!

Espero que os guste esta nueva historia llena de sentimentos, amor, secretos... Estoy trabajando mucho en ella y le estoy cogiendo un cariño inmenso a los personajes y a todos los lugares de Montreal.

Si habéis llegado hasta aquí, hacedme saber qué os ha parecido.

¡Muchísimas gracias por leer el capítulo 1!

P.D. ¿Os gusta la pizza con piña?

 ¿Os gusta la pizza con piña?

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