III

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Las manos dulces de Amelia le tomaron el rostro y la separó de su boca durante unos segundos. Ambas seguían de pie junto a la cama, les faltaba el aliento y les sobraban las ganas, pero quería que Luisita la mirase a los ojos, que supiera que estaba con ella. La rubia la miró confundida durante un instante, no entendía por qué había vuelto a detenerse, sin embargo, pronto comprendió la intención de Amelia y dejó que sus ojos reflejasen la necesidad que sentía por ella, por sus besos, sus caricias y su amor.

—Te necesito... —confesó Luisi sin apartar la mirada, con la valentía inconsciente que viste el deseo—, a ti.

Amelia respiró hondo y comenzó a desabrocharle la blusa con lentitud, le temblaban las manos de tantas ganas contenidas, pero quería alargar los segundos para que a ambas les diese tiempo a ser conscientes de lo que iban a hacer. No quería que ninguna de las dos pudiera justificarse luego diciendo o siquiera pensando que fue un simple arrebato en un momento de debilidad, quería que quedase claro que lo que iba a suceder en aquella cama era un acto de deseo crudo, porque se necesitaban más allá de miedos y convenciones sociales. Sus manos empujaron la tela de la blusa por encima de los hombros de Luisita que separó los brazos del torso para dejarla caer al suelo.

—Ven —le ordenó Amelia y ella obedeció, se iba a entregar sin oponer resistencia, la deseaba con tanta fuerza que incluso le pareció sentirse mareada.

Amelia inclinó la cabeza y rozó su oreja con los labios, dejó escapar un suave gemido que golpeó contra su oído y la hizo estremecer, "cariño mío", le susurró.

***

Marcelino descorrió la silla para sentarse, esa noche la mesa estaba puesta para cuatro. Sus hijos pequeños ya habían cenado y su padre había tomado algo en El Asturiano antes de subir, ahora había decidido adoptar esa costumbre porque decía que así podía acostarse antes y descansaba más tiempo. Los años no pasaban en balde, eso estaba claro, los niños cada día se hacían mayores más rápido y en nada, reflexionó Marce con cierto pesar, estaban cruzando el océano para irse en busca de un futuro con mejores oportunidades. Se acordó de sus hijas, Leonor, Lola, María... Cuando se le fue Luisita a París pensó que también ella se le había ido lejos. Pero las vueltas que da la vida, ahora era Amelia la que había regresado y parecía estar muy decidida a recuperar algo que, según él, jamás había perdido, el amor de su hija más rebelde y cabezota. En esa parte había salido un poco a él, era una Gómez de los pies a la cabeza, solo tenía que dirigir toda esa convicción en la dirección adecuada, la que le indicaba su corazón.

—¿Solo somos nosotros? —preguntó Marisol cuando entró en el comedor.

—Sí, hija —respondió Manolita—. ¿Se han dormido ya los niños? ¿Se han lavado los dientes antes de meterse en la cama?

—Sí, mamá, Ciriaco ha protestado un poco, igual que hacía Manolín —El aludido apretó los labios y terminó de colocar las servilletas, su hermana no perdía la oportunidad de resaltar cualquier fallo que cometiera—. Pero sin problemas...

—Ay, no sabes cómo agradezco estas vacaciones que te han dado en el colegio, hija mía, de verdad...

—Ya... yo también. —Marisol esbozó una mueca casi imperceptible y cambió de tema—. ¿Luisita no cena con nosotros?

—Luisita... Luisita... —Marce repitió el nombre de su hija en ese tono tan propio de él cuando intentaba darle a algún tema cierto aire de misterio—. Cena fuera.

—¿Con Sebastián? —quiso saber, mientras le dedicaba una mirada recelosa a su padre—. Me dijo que había quedado con él para tomar algo, pero le entendí que volvería temprano porque él tiene turno mañana y le toca madrugar.

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⏰ Dernière mise à jour : Apr 13, 2020 ⏰

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