Ashley.
Nunca creí estar en esta situación. Me sentía vulnerable, desprotegida; quería que todo esto acabara.
Esa noche, cuando me secuestraron, estaba esperando a Safari en su habitación. Quería verlo, hacía días que estaban todos metidos en la casa club, averiguando qué diablos había sucedido con la protección del hospital, hasta ese momento nadie sabía qué diablos había pasado, cómo es que lograron entrar a pesar de nuestra gente y asesinar a mi hermana y al prospecto. Sin embargo, cuando escuché los disparos quise creer que eran Santiago y Ley jugando a ese estúpido videojuego que les gusta tanto. Quise creer que podría llorar a mi hermana en paz, que al menos una noche las mierdas del club no nos salpicara. Muy equivocada estaba, porque cuando ese tipo entró a mi habitación se me cortó la respiración y el pánico me hizo cerrar los ojos.
Hasta que escuché las monedas en sus bolsillos, el sonido de las cadenas que colgaban de sus pantalones chocar y las botas arrastrándose por el piso de madera. Reconocí a Fire y por un segundo me sentí aliviada, hasta que, al abrir los ojos él me estaba filmando con el teléfono en una mano y con un pañuelo en la otra.
No pude decir mucho, porque entonces él guardó su teléfono en el bolsillo y colocó el pañuelo sobre mi boca y mi nariz. Fue inútil pelear porque el cloroformo hizo lo suyo y lo próximo que supe es que estaba atada a una silla en un lugar de mierda que olía a mierda y humedad.
Y que Fire nos había traicionado.
Eso dolió muchísimo. Había confiado en el durante gran parte de mi vida. Fue la persona que se encargó durante muchos días de cuidarme cuando Safari estaba haciendo trabajos del club. Él había comido en la cocina de Safari conmigo, habíamos reído, compartido anécdotas y la habíamos bien juntos. No podía creer que él fuera uno de los causantes de tanto daño.
Fire no era la única persona que estaba dando vueltas por aquí. Había tres personas más, no les había visto la cara y no reconocía sus voces. Pero no eran malos conmigo. Ellos me trataban con cuidado y mojaban mis labios con un hielo. Para mantenerme hidratada, supongo. No hablaban conmigo, hablaban entre ellos. Y sabía que había alguien más aquí conmigo, porque se lo escuchaba gritar desesperadamente. Sabía que lo estaban torturando.
Había perdido la cuenta de cuántos días habían pasado desde aquella noche. Pero Fire ya no venía a hablar conmigo. Por lo general, él venía una o dos veces al día, me mostraba fotos y vídeos de Leia. Él me torturaba durante largas horas, hablándome de lo que le habían hecho a mi hermana, hablándome de lo que me harían a mí. Me obligué a mí misma durante días a no mostrarle lo mucho que me afectaban sus vídeos, pero aún cuando no estaba en la habitación sosteniendo su teléfono hacía mí, podía ver y escuchar los gritos de mi hermana mientras tres tipos hacían diferentes cosas sobre su cuerpo. Lloraba por ella, sufría por no haber podido ayudarla. Mi alma dolía. Estaba hecha pedazos, no aguantaba el dolor.
Quería ir a casa. Necesitaba abrazar a mi padre, necesitaba dejarle flores en el cementerio a mi hermana, necesitaba a Safari abrazándome.
Mi cuerpo se puso rígido cuando la puerta de la pequeña habitación en la que estaba se abrió y alcé la cabeza para encontrarme con uno de los tres tipos que venían aquí.
—¿Cuánto tiempo más van a tenerme aquí? —me animé a preguntar.
No recibí respuesta, pero vi que en sus manos sostenía una jarra con algunos cubos de hielo. Relamí mis labios y dejé que se acercara a mí lo suficiente como para mojar mis labios con el hielo que sostenía entre sus dedos. Bebí lo más que pude y cuando alejó de mí el cubo de hielo que había reducido su tamaño, volví a hablar.
—¿Qué pasó con Fire? —alcancé a preguntarle cuando volteó y abrió la puerta nuevamente para irse.
Se detuvo en el umbral y me miró sobre su hombro.
—Ya cumplió con su parte. Los Bastards lo mataron. —dijo y se fue.
Fruncí el ceño e, increíblemente, mi alma también dolió por Fire. Porque así de estúpida era, aún sentía compasión por él. Y mi alma también dolió por mi padre, por Safari. Sabía como se manejaban e imagino que el descubrimiento de la traición fue dolorosa para ellos. Y aún así tuvieron que cumplir su función y el mandato del club.
Miré al cielo y rogué, en silencio, que pudieran encontrarme. Quería volver a casa.