06 | Comiendo de mi mano

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N. A.: Perdón por tardar tanto en actualizar, he estado de exámenes🙄🙄

Estos días estaré actualizando bastante, porque tengo tiempo por fin. Ann y Pato se asegurarán de ello xdd.

He corregido también algunos errores de los capítulos anteriores, así que si no os acordáis demasiado de la historia (culpa mía por tardar tanto en actualizar) podéis echarle un vistazo :)

Que disfrutéis de la lectura💕

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Con un suspiro, Eva se acercó al cuerpo derrotado de Zulema, poniéndose de cuclillas frente a ella. La observó con sus labios formando una línea recta, una clara muestra de enfado, mientras reflexionaba sobre lo que acababa de hacer. ¿Qué tenía con aquella mora que era lo suficientemente fuerte como para dar la cara por ella y poner en juego su estrecho pacto con Akame? Apenas la conocía.

La pelinegra la miraba con la misma confusión en los ojos, sin saber muy bien qué se cocinaba en su mente. Zulema no estaba acostumbrada a recibir ninguna ayuda externa y lo último que esperaba era que esa morena le salvase el culo.

Tere y Goya, por su parte, se mantuvieron distanciadas, a varios metros de ellas dos, junto con el resto de presas que acudieron al rescate de Zulema. Su simple presencia había sido indispensable para salvar a la mora. Ninguna de ellas le tenía demasiado aprecio, pero después de lo que las chinas habían hecho con Macarena dos días atrás, estaba claro que si caía Zulema también caerían todas las demás.

Entonces, Eva bufó con rabia y se dirigió a la pelinegra, que no había dejado de mirarla ni un segundo.

—¿En qué coño pensabas? -espetó.

—¿A qué te refieres, a lo de la palomita muerta de Anabel?

—¿Cómo cojones se te ha ocurrido enfrentarte a las chinas? ¿Eres imbécil?

—Si Anabel se hubiera tragado ese puto bicho —empezó a explicar Zulema, inclinándose hacia delante como pudo para aproximarse a la morena—, ya estaríamos todas muertas. Barquito hundido. Adiós Cruz del Sur. ¿Lo pillas?

—La única que estaría muerta sería Anabel por una intoxicación del quince. Estas de aquí —dijo, señalando con el pulgar a las presas tras ella— seguirían igual de vivas que ahora, y a ti no habrían estado a punto de meterte en una puta lavadora. Imbécil.

Zulema la miró unos segundos antes de soltar una pequeña carcajada, divertida. Eva bufó sin entender cuál era la gracia.

—Qué guapa estás cuando te cabreas —murmuró la mora mientras se acercaba un poco más a Eva, vacilando, alternando la mirada entre sus ojos azules y sus labios—. Y cuando te preocupas por mí también. ¿No me estarás cogiendo cariño, no?

Eva rodó los ojos con pesadez. Aquella mujer se pasaba todo el día de coña, como si nada fuera con ella. Incluso tratando con un tema tan serio como era el de las chinas recurría a la ironía.

—¿Cómo voy a cogerle cariño a alguien como tú? —respondió la morena, negando con la cabeza.

Seis años llevaba en aquella cárcel. Seis años sola, viviendo consigo misma, descubriéndose y aprendiendo a quererse, cosa que no había hecho en los diecinueve años anteriores. Y se quiso tanto, que en esos seis años como reclusa no fue capaz de querer a nadie más. Ni siquiera a Pruden y a su dulce instinto maternal.

¿En qué cabeza cabía aquello que le estaba diciendo la mora? Nunca, jamás, podría volver a preocuparse por alguien que no fuera ella misma. Había pasado demasiado tiempo sin hacerlo.

A Sangre Caliente | VIS A VISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora