21 | Paradoja

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Rojo carmesí. Olor a cloro. Manos llenas de tierra.

Horrible agonía, siento que me hundo cada vez más dentro del mar, que las olas me arrastran más profundo, ¿cómo diablos llegué aquí? Quisiera tener las respuestas necesarias y certeras a cada una de las preguntas que surgen en mi mente.

Me digo a mi mismo que no hay nada qué temer, pero mientras más miro atrás, más me doy cuenta que no saldré nunca de este infierno.

Abro los ojos de par en par, respirando aceleradamente, con los latidos de mi corazón aumentando de velocidad y la sensación de asfixia que todavía no me deja.

«No olvides lo que has hecho hoy, Braxton... estaremos unidos hasta el final de nuestras vidas a través de esto». Éstas horribles palabras se repiten una y otra vez en mi mente, quedándose ancladas en mi cerebro a pesar de que he intentado borrarlas por tantos años.

Aparto las sábanas y salgo corriendo hacia el cuarto de baño; ni siquiera tengo tiempo para mirarme al espejo, lo único que hago es vaciar todo el contenido de mi estómago, en el retrete.

Las arcadas continúan hasta que dejo de sentir mis extremidades; me recargo contra la superficie de la bañera, mis brazos caen flojos a mis costados, mis piernas no tienen ni una gota de fuerza, estoy completa y totalmente débil.

Maldita sea —murmuro, bajo mi aliento.

En ocasiones como esta, desearía tanto haber perdido la batalla aquella noche de invierno, aquel fatídico día en el que perdí lo blanco que era mi alma.

Sin que pueda evitarlo, lágrimas se deslizan por mis mejillas y no las detengo, dejo que fluyan libremente mientras me abrazo a mí mismo, intentando enterrar mis recuerdos, nuevamente.

Cierro los ojos con fuerza y la primera imagen que aparece en mi mente es la de Artemisa Graham; siento que mi respiración vuelve a acompasarse, que los latidos de mi corazón regresan a su habitual repiqueteo.

Todavía no alcanzo a entender por qué, pero la sola imagen de Artemisa me tranquiliza, me regresa a mi estado habitual y coloca un poco de color a mi vida gris.

Esa niña todavía es un misterio para mí, un dulce arcoíris que no quiere arruinar; ella posee esa inocencia que yo podría destruir en cuestión de segundos.

Una vez que mi fuerza regresa, me levanto del piso y abro la llave de la ducha, necesitando sentir el agua fría resbalar por mi cuerpo, solo así, voy a ser capaz de volver a conciliar el sueño.

¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Por qué me siento como si en cualquier momento fuese a perder la poca cordura que me queda? Esto es tan irritante, tan doloroso, tan perturbador.

Grito desde el fondo de mi negra alma antes de impactar mi puño contra la pared, desangrándome, provocándome un dolor que no se parece en nada al que llevo arrastrando tras de mí desde hace años.

Todavía maldigo el día, la hora, el momento en que conocí a Quinn, porque a partir de ese día, mi vida fue en picada y era tan tonto para haberme dado cuenta de lo que ella significaría, de lo que hacía con un estúpido adolescente como yo.

Alcancé el punto máximo de mi estupidez tan pronto cómo me convertí en el fiel ciervo de una chica con severos problemas mentales; alguien que solo jugó con mi propia mente, que me hizo su marioneta y me manejó como quiso.

Mujeres. Todas son bellas sirenas que te atrapan con su canto para luego, cuando finalmente abres los ojos a la realidad, te das cuenta que has sido envuelto en su veneno, que estás atrapado, sin poder escapar, sin salida alguna.

ARTEMISA©  | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora