Aquel hombre solitario, quién anhelaba deseosamente la llegada de este día, y que de una forma muy detallada cumplió cada uno de los puntos de la lista que había escrito en su mente para que todo fuera perfecto, quiso preguntar la hora cuando el semáforo del carril que se dirigía hacia el norte de la ciudad por la carrera 7 estaba en rojo; después de percatarse, de que la persona a quien le lanzaría la pregunta, tuviera un reloj en su muñeca izquierda.
Teniendo en la mira a su objetivo, se le acerca un poco y trata de poner una sonrisa para verse "amistoso".
-Mi señora, ¿puede decirme por favor que hora es?
Él procuró ser lo más cordial posible, pero la mujer no pudo evitar sentir temor. No por la pregunta, sino de quien preguntaba.
Ella manejaba una moto señoritera negra, iba sola y cargaba en su espalda un bolso de una conocida marca colombiana. Por su vestimenta parecía que trabajaba en un banco. Ella asustada, miró hacia su alrededor como pidiéndole a alguien que la cuidara mientras hacía el favor. Claro, algunos se percataron cuando el hombre sucio de la calle, que estaba sentado cerca de un montón de basura en el separador, se puso de pie y se le acercó, siendo cómplices de aquel momento. Estaban a la espera de lo que podía suceder, mientras se le daba la gana al semáforo de ponerse en verde.
Temblando y con el corazón casi en el cuello, la joven mujer responde con una fingida sonrisa que le sale por el mismo miedo que sentía. - ¡Sí señor!, dice, mientras le traza una mirada para dejar su rostro guardado "por sí las moscas". Teniendo la imagen completa y clara de esa cara que le seguía sonriendo y la miraba como si fuera ella la mensajera de una excelente noticia, observa rápidamente hacia su muñeca izquierda sin soltar el manubrio y con la moto en primera, por sí debía alejarse, preparándose así ante cualquier movimiento brusco que hiciera el indigente por tratar de robarla. Tambalea un poco su brazo izquierdo para que el reloj se acomodara a su vista.
- Son las 6 y 13 veci.
El hombre empezó a reírse a carcajadas, ¡muchas gracias señorita! respondió, dándole un golpe de tranquilidad a la joven quien mentalmente rezaba el Padre Nuestro. Él empezó a gritar como loco ¡YA CASI ES!, ¡YA CASI ES!, mientras saltaba como si fuera un niño a quien le hubieran dejado salir a jugar con sus amiguitos después de un largo castigo. Saltos, que lo dirigían hacia el separador y que estaban adornados con aplausos y largas carcajadas. Las personas que estaban custodiando a la mujer, se contagiaron con esa energía explosiva que el señor sucio emitía y no pudieron frenar las risas que les ocasionaba al ver semejante espectáculo.
El semáforo pasó a verde, y algunos le echaron una última vista al indigente quien había logrado sacarles una amistosa sonrisa en medio del cansancio que llevaban.
Una felicidad incontenible llenaba el cuerpo del señor a quien nadie le sabía el nombre, una felicidad que no había sentido en más de una década de vida y que al fin lo hacía sentir vivo.
Nunca había estado tan seguro de lo que quería. Aun riéndose, se quedó mirando hacia la otra calle, esa que posaba sobre la misma carrera 7 pero que se dirigía hacia el sur de la ciudad y que se encontraba vacía.
Detallaba a las personas que estaban a la espera de que el semáforo pasara a verde y que reflejaban las ganas de arrancar a toda velocidad.
Él trataba de recordar esas fórmulas que vio en las clases de física en el colegio y mientras pasaban los segundos, calculó a qué velocidad llegarían esos "móviles" al punto donde él estaba, después de haber analizado ese comportamiento durante años.
Se reía mucho más impaciente porque sentía que esos segundos de espera, se estaban eternizando. Cerró sus ojos para detallar todo lo que lo rodeaba. El cantar del pájaro que estaba en una rama cercana, el murmullo lejano de las voces de personas desconocidas y de repente lo que él tanto ansiaba.... Su propio corazón.
Él pensaba que hacía mucho había muerto, pero ahí estaba nuevamente haciéndole recordar lo bien que es sentirlo.
La adrenalina que su propio cuerpo producía lo arropó totalmente, su corazón empezó a latir más y más fuerte como si fuera un juego constante entre corcheas y cortos silencios... ese era el único sonido que él escuchaba en ese instante y que armonizaba sus pensamientos.
En medio de risas empezó a salirle lágrimas de felicidad a ese hombre a quien habían aniquilado cualquier esperanza de ser diferente y en vez de juzgar a esas personas que lo dañaron, empezó a gritar ¡GRACIAS!, por que por ese instante que él estaba viviendo, todo eso había valido la pena.
Su cuerpo estaba frío de la emoción, su respiración ya no era profunda, pero él trataba de controlarla y su corazón, pasó de corcheas a negras, con un volumen tan fuerte, que pensó que se le rompería el tímpano.
El sonido de los pitos de las motos le hizo abrir los ojos, pues era sinónimo de que el semáforo había pasado a verde; a ese color de esperanza y sus carcajadas se hicieron notar casi por dos cuadras y en el preciso momento donde sus cálculos le habían dado, tomó impulso y se lanzó hacía el tránsito como si la tranquilidad lo esperara.
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Rebeca
Teen FictionEl desamor, ¿realmente puede hacer que tomes la decisión de arruinar tu vida?.