Parte 26: La verdad de Otto

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Rápidamente la joven japonesa contó todo lo que había pasado en los últimos días. Las tías de Palmelina se pusieron de pie y se reunieron en un rincón, deliberando, cuchicheando y meneando las cabezas. Finalmente regresó cada una a su asiento y Micaela dijo:

―El fantasma de Otto no está buscando a su hermano cerca de ti, sino dentro de ti. Lo que pasa es que el fantasma cree que tú eres su hermano.

―¿Cómo puede creer una cosa así? ―preguntó Katsumi indignada.

―El fantasma no tiene ojos, no puede verte ―explicó Teresa.

―Es el castigo de aquellos que estando en vida se deleitaban viendo cosas horribles ―agregó Juana Inés.

―Solamente percibe sentimientos ―siguió diciendo Micaela como si sus hermanas no la hubieran interrumpido―. Y tú manifestaste odio, desprecio y crueldad frente a la Tumba que Sangra. Lógicamente, Otto Flensberg creyó que eras su hermano y salió a buscarte.

―¿Qué puedo hacer para quitármelo de encima? ―preguntó Katsumi fastidiada.

―Debes hacer lo contrario a lo que hiciste en esa tumba. ―Le informó Micaela―: debes mostrarle al fantasma sentimientos de amor y compasión.

―¿¿¿Qué??? ―Katsumi se sobresaltó tanto que vertió un poco de la leche de su taza.

―Cuando el fantasma descubra que puedes amar y perdonar, comprenderá que no eres Sigmund y dejará de seguirte ―aseguró Micaela.

―Pero debes ser sincera ―advirtió Juana Inés―. No basta con decirle «te amo», porque el fantasma no escucha las palabras, solo percibe los sentimientos y si por dentro sigues odiándolo, él lo sabrá.

―¡Pero no puedo amar a un monstruo como ese! ―protestó Katsumi.

―Lo siento, pero no hay otro camino ―respondió Micaela―. Tú sola debes buscar la manera de hacer lo que se precisa para librarte de la presencia de Otto Flensberg.

Katsumi lo aceptó asintiendo con la cabeza y mirando su taza de leche, que por arte de magia había vuelto a llenarse.

―¿Qué debo hacer para pagarles? ―preguntó la joven japonesa llena de aprensión.

―Preferimos dejar que la Secta nos deba un favor ―contestó Micaela decididamente―. Si algún día necesitamos ayuda, te mandaremos al chuncho.

Un pájaro gris, del tamaño de una paloma, salió de la nada y voló hasta el brazo de Micaela.

―Eso es una lechuza ―dijo Katsumi―, aunque nunca había visto una tan pequeña, parece un polluelo.

―Aquí las llamamos chunchos y son las más temidas de todas las aves ―le informó Micaela―. Cuando el chuncho canta sobre tu cabeza, significa que morirás en menos de un año.

―Pero tú no debes asustarte ―agregó Teresa―. Nuestro chuncho solo sirve para traer a la gente hasta nuestra casa. Si algún día lo ves cantando cerca de ti, solo síguelo y él te guiará a nuestra casa. Entonces te diremos qué es lo que queremos que hagas por nosotras.

Katsumi se quedó con sus anfitrionas un rato más, hasta que terminaron el desayuno, y luego llegó el momento de partir. Katsumi salió de la casa después de despedirse. Palmelina, bostezando, le dijo desde la puerta:

―Solo tienes que ir hacia abajo. Cualquier calle te llevará a la parte plana de la ciudad y allí te será fácil encontrar el camino a tu casa. Disculpa que no te acompañe, pero estoy muerta de cansancio. Voy a dormir.

Vida, Muerte, Amor y OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora