Debajo de la mesa mi vista se limita a la madera de la misma, un poco del faldón del mantel y de la carpeta plástica que le cubre. Cuando desvío la mirada hacia el piso delante de mí, veo esos dos pares de zapatos cuyos talones están alineados contra la pared y cuyas puntas están de frente hacia mí. Sus dueños están parados a un metro de donde yo me encuentro arrodillada sobre el piso, mientras permanezco callada. Mis ojos se aferran a los detalles que afirman la presencia de los intrusos en aquel comedor. Pero mi atención se posa principalmente en los zapatos, como testigos mudos de aquel momento en que nuestras vidas se entrelazaron de manera inesperada.
Los de ella son de estilo similar a los kickers, color café desgastado, con algunos raspones que revelaban caminatas largas. Se ocultan un poco bajo su pantalón color celeste por lo que no puedo determinar si usan cordones. En contraste, los zapatos de él, cuya imagen se ha ido desvaneciendo de mi memoria, probablemente eran más formales, aunque no recuerdo con claridad su diseño. Solo sé que aquellos dos pares de zapatos, los jeans acampanados de ella y el pantalón casual de él, permanecían inmóviles. En esa escena que no comprendíamos y en la cual no estábamos por decisión propia, nos encontramos: mi tía en la silla principal, su comadre parada entre el trinchante y la puerta que conducía hacia la cocina, y yo acurrucada bajo la mesa de comedor.
El silencio era tan denso que cualquier suspiro habría resonado como un corte profundo en el pecho. El miedo que compartíamos todos en ese espacio y tiempo, motivado por diferentes razones y experimentando distintas sensaciones, pero al fin y al cabo miedo, era el que nos unía en aquel lugar. La incertidumbre se apoderaba de cada rincón del comedor, envolviéndonos a todos en una atmósfera de tensión.
El tiempo pareció eterno, no podía precisar su duración. Algunos recuerdos son tan vívidos y detallados, mientras que otros son como ensueños o estrellas fugaces que a veces dejan entre ver en mi memoria alguna pincelada de lo sucedido. Casi cuarenta años después, sentí la necesidad de encontrar respuestas y esto me llevó a compartir mi historia con otros, con la esperanza de que alguien pudiera ofrecer una perspectiva diferente, una trozo de verdad que completara el cuadro borroso de aquel día. Pero me topaba con callejones sin salida. Me negaron la existencia misma de aquel incidente, cuestionando la veracidad de mis recuerdos y desafiando la realidad que yo había vivido en carne propia, como si nunca hubiera sucedido.
¿Cómo habría podido inventar algo así? Quizás ahora, como adulta, tendría la capacidad de hacerlo, pero no como una niña de apenas 4 años. Durante mi infancia volví una y otra vez a ese momento, el encuentro con aquellos dos pares de zapatos se convirtió en un enigma constante, una pieza clave de un rompecabezas que parecía resistirse a encajar por completo. Hasta que por fin como si el destino supiera por dónde llevarme me invitaron a a visitar a Doña Naty, la comadre de mi tía. Aunque nos seguimos viendo por mucho tiempo, nunca tocamos el tema, el cual ahora para mí, era una necesidad. Quería enfrentarme a la verdad, ¿había sucedido o había sido producto de mi imaginación? Después de muchos años sin verla y aunque el momento no era el aparentemente indicado, fue en su casa que por fin encontré respuestas. Hice preguntas precisas y al desconcierto de mis acompañantes nuestras historias coincidían. Me llené de alegría, aunque eso parecía discordar con la atmósfera del aquel evento. Saber que aquellas horas de mi infancia eran reales, tal como las recordaba, fue como encontrar la pieza faltante y el engranaje al fin encajó.
El evento había dejado una marca, una huella en mi vida a pesar que algunos detalles se desvanecieron en la neblina del tiempo. Cuando reflexiono sobre lo sucedido, resuenan en mi mente las historias que contaban en mi hogar por aquellas épocas, ya fueran en forma de chisme o noticia. Recuerdo lo que hablaban los adultos de entonces y lo que publicaba la prensa y lo que narran hoy los libros de historia, así como las memorias compartidas por las generaciones posteriores de aquellos protagonistas anónimos. Las veces que sus padres y hasta ellos estuvieron en esas mismas situaciones, sino en decenas quizás hasta en cientos de veces. Jóvenes con ideales, soñando con la libertad y la utopía o siendo prisioneros de las corrientes ideológicas de la época y del adoctrinamiento que, como canción popular, se repetía tanto en las calles que acababa siendo parte de la cotidianidad sin que se recordara su origen.
Las causas de esta historia son importantes, pero no son las mías, sino de los dueños de esos zapatos, de esos de ese día y de tantos otros zapatos y de tantas hojas del calendario de esta historia y de la historia de mi país.
Lucía y Miguel, mis captores de esas horas, habían escrito un capítulo de mi vida, que ahora examino con detenimiento. Reflexiono sobre las posibilidades que se abrieron aquel día, las lecciones que aprendí en medio del caos y la confusión. Hoy sé que aquello no terminó en tragedia pero fácilmente podría haberlo hecho, y no para ellos, sino para mí. Para ellos, quizás hubo mil situaciones posibles y un caleidoscopio de opciones, pero solo experimentaron dos destinos: el de ella y el de él.
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Pares de Zapatos
Short StoryDurante la turbulenta época de la guerra civil guatemalteca, dos jóvenes universitarios, Lucía y Miguel, se encuentran enredados en una relación íntima marcada por una pasión compartida por las ideas revolucionarias. En ese torbellino de caos soc...